Ocaso Rojo. El arrepentimiento de una princesa

Capítulo III

Sin conseguir nada en la sede de la organización de nuevo Elia retorna a casa. El semblante que tiene es de tristeza absoluta.

En el trayecto sólo mira por la ventana del vehículo, aprieta la mandíbula para no verse derrotada enfrente de los demás. Con un pañuelo se limpia la nariz y con la mano las lágrimas.

La lluvia de nuevo empieza a caer lentamente. Al llegar Elia a su domicilio y sin esperar que le abran la puerta desciende, dejando que el agua la moje. Un Legionario de inmediato se acerca para cubrirla, pero ella lo rechaza. Elia se detiene en la entrada, respira con profundidad y con lentitud abre la puerta para así ingresar.

Al ver a su madre derrotada, Patrick de inmediato se acerca a ella, para saber qué ha pasado, pero Elia no habla, se quita el saco que se ha mojado y lo deja caer al suelo. Patrick entiende el resultado que tuvo en la sede por la forma de caminar y la expresión del cuerpo de su madre.

Sin preguntar algo más, Patrick corre al baño por una toalla para que se seque su madre el cabello. Abigaíl no sabe que decir al ver a la gran Elia derrotada, las palabras no son fáciles de pronunciar en un momento tan complejo. Patrick lleva a su madre hasta el sillón de la sala para que se siente y se seque con mayor comodidad.

Pasan algunos minutos cuando se escucha el timbre de la puerta, Patrick de inmediato se levanta del sillón y atiende. Un hombre con características similares a las de Patrick está en la entrada. Patrick le da un fuerte apretón de mano y un abrazo, y lo hace pasar. La nueva visita cuelga el abrigo negro en el perchero y se dirige a la sala junto con Patrick.

Al verlo Elia se levanta de inmediato del sillón para decirle:

–Dime qué puedes hacer algo para salvar a mis nietos, Oziel.

Aquel hombre con mirada fría y pelo dorado conduce a Elia para que se sienten en el sofá y hablarle con tranquilidad. Le toma las manos y con toda la delicadeza que puede tener dice:

–Por desgracia Elia no hay mucho que pueda hacer.

–No me digas eso Oziel, eres mi última esperanza dentro de este caos –dijo sin poder creer lo que escuchaba Elia.

Patrick se sienta en la pequeña mesa de centro de la sala, para tener de frente a Oziel. Abigaíl no dice nada, se mantiene a la distancia, sentada en un sillón.

–Sabes lo que pasa en estas situaciones, Elia –prosiguió Oziel–, al no ser Arcángeles, tus nietos pueden ser fácilmente sacrificables.

Al escuchar Abigaíl aquella palabra deja el estado pasivo que tiene, se acomoda en la orilla del sillón para hablar:

–Por qué lo dice de esa forma, si mis hijos son iguales a los de ustedes.

–Sé que mis palabras son fuertes y son difíciles de asimilar, pero son ciertas –dijo el Glorificado Oziel, volteando a ver a Abigaíl–. Los niños engendrados fuera de nuestro círculo son dejados a su suerte.

–Pero ¿podemos hacer otra cosa, hay alguna solución o no Oziel? –preguntó de nuevo Patrick.

Se queda callado Oziel para pensar una solución viable.

De súbito el timbre del teléfono suena, lo cual hace que Elia se levante para contestar. Con paso lento se aleja de la conversación que Patrick y Oziel sostienen. Al llegar hasta el lugar donde está el teléfono descuelga el auricular. Elia con la voz quebrada dice:

–Hola

Una respiración profunda se puede escuchar. Al pasar algunos segundos una voz gruesa, y en momentos torpe para pronunciar las palabras responde:

–¿Me recuerdas Elia?

–¿Acaso es una broma?, no es momento para estos tontos juegos –dijo la mujer pensando que era un ebrio.

–Crees que esto es un juego Elia, hace algunos años me quitaste todo –de nuevo se pronunció la extraña voz.

Intrigada Elia empieza a hacer memoria, pero nada viene a su mente nublada por el dolor. Por un momento se queda en silencio para tratar de recordar. Al paso de algunos segundos en silencio, el hombre lo rompe diciendo:

–Isabel, no te dice nada.

Al escuchar Elia el nombre: Isabel, se sienta en la silla que hay al lado de la mesa donde está el teléfono. En sus ojos se empiezan a formar lágrimas, pero sin importar que tanto dolor tenga reúne valor para preguntar:

–¿Qué quieres Matías?

–Vaya, no te has olvidado de mí, eso me hace feliz. Ahora sabrás quién te ha de robar la felicidad como tú me la quitaste algún día –dijo el hombre entre carcajadas.

–¿Tienes a mis nietos?

–Si te refieres a María de la Luz y a sus hermanos, me temo decirte, sí.

–¿Qué quieres para que me regreses a mis nietos y está terrible pesadilla que estoy viviendo se termine? –dijo desconsolada Elia.

La respiración de Matías se empieza a escuchar únicamente, aquel hombre tarda en formular las palabras, después de algunos segundos en silencio le responde a Elia:

–Regrésame a mis hijos. Dales de nuevo la vida. Regrésame ese tiempo perdido. Dame esa felicidad la cual jamás pude gozar. Dile al Dios al que le rezas todas las noches para expiar tus pecados, que regrese a los seres que has mandado a asesinar –Elia no sabía que decir. Matías empezó a levantar la voz–. DAME LO QUE POR DERECHO ERA MÍO. DEMUÉSTRAME QUE ERES CAPAZ DE REGRESAR EL TIEMPO CON TODO EL DINERO QUE HAY ALREDEDOR DE TI.



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En el texto hay: traicion, amor, odio

Editado: 03.05.2022

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