Ocaso Rojo. El arrepentimiento de una princesa

Capítulo IV

Oziel y Patrick regresan al sillón. Al llegar Abigaíl y Elia, los dos hombres simulan de manera excelente el no haber visto la reconciliación de ambas. Con una bandeja de plata, Elia lleva el té a la mesa de centro para ofrecer la ambrosía que hará que los cuerpos tengan calor. 

Las dos mujeres se sientan y Patrick se las queda viendo detenidamente cuando empiezan a beber el té. En los ojos de las dos mujeres se puede distinguir la paz que tanto ansiaban tener. El odio que Abigaíl tenía hacia Elia ya no es evidente en los gestos que le muestra.

Sin querer interrumpir la reconciliación de ambas mujeres, Oziel al terminar el té, se levanta del sillón y con elegancia dice:

–Me retiro, es momento de buscar la solución para este problema.

–¿Ya tienes un plan para salvar a mi sangre? –dijo Elia

–No te preocupes Elia están cerca así que supongo que podemos buscar alguna solución ingeniosa para traer de vuelta a tus nietos –dijo Oziel para no desanimar a madre y abuela.

–Si gustan, puedo acompañarlos para salvar a mis hijos.  

–No podría arriesgarte Abigaíl, tus hijos al retornar a tus brazos, te necesitarán sana para que los ayudes a continuar después de la terrible experiencia –dijo Oziel.

–Sé que si tú vas e intercedes por mis nietos te permitirán desplegar Legionarios –dijo Elia con la esperanza por delante.

Sin responder Oziel le regala a Elia una sonrisa.

El Glorificado en el más alto rango dentro de la organización, que domina a parte del mundo, se despide de ambas mujeres con un cálido beso en la mejilla y de Patrick con un intenso apretón de manos. Con un suspiro largo sale de casa para a bordar el auto que lo lleve a la sede donde espera encontrar la solución al enorme problema que tiene en sus manos.

En el trayecto de la casa de Elia a la sede, Oziel se ve pensativo, se muerde las uñas y truena los dedos, el cuello lo mueve y este cruje. El semblante de Oziel se transfigura, mueve el pie en un claro tic de nervio.

Al llegar a la sede pasa por todos los filtros de seguridad sin problema alguno, todos lo saludan con emoción. Él con sonrisa fingida responde a los saludos, pero por momentos se pierde en su pensar.

Al llegar al piso indicado, deja educadamente que las mujeres desciendan primero, obstruyendo con la mano el cierre de las puertas del elevador, al ver que todos han descendido, él desciende para emprender el camino a la oficina de Penélope. El reloj marca las 11:30 de la mañana.

La asistente de Penélope llora sin consuelo detrás del monitor de una gran computadora, en el rostro de aquella joven mujer hay una laceración fresca. Con un pedazo de papel trata de parar el sangrado y con la otra mano escribe con premura en el teclado de la computadora.

Al ver a Oziel, la joven trata de esconder el rostro para que no la vea. Pero él se percata de la situación por la que pasa la joven y antes de entrar a la oficina de Penélope le pregunta:

–¿Te encuentras bien?

La mujer con todas las fuerzas trata de no verse débil, pero al no poder esconder el evidente dolor, trata de mentir con una sonrisa fingida.

–Todo está bien Glorificado –y agregó con voz entrecortada–. La princesa Penélope se encuentra ocupada, pero puede pasar a verla.

Ella trata de tomar el teléfono para anunciar la llegada de un Glorificado, pero Oziel la detiene y le dice con voz dulce:

–Ve con el doctor para que te suturé la herida.

La joven mujer sin pensarlo sale corriendo para que la atiendan.

Al llegar hasta la puerta de la oficina de la princesa Penélope, Oziel se queda quieto para calmar su mente y encontrar fuerza para lo que le espera. Un fuerte suspiro lanza y con dos ligeros golpes anuncia su llegada. La voz de una mujer no muy contenta se escucha responder esos dos golpes:

–Más te vale que ahora si traigas contigo lo que te pedí maldita estúpida, si no quieres que te golpeé con más fuerza.

El Glorificado se asombra al escuchar esas palabras salir de la boca de una princesa.

–Soy Oziel, puedo entrar, Penélope.

La mujer dentro de la oficina responde de inmediato afirmativamente.

Con cuidado Oziel abre la puerta de la oficina de la princesa Penélope, ella lo ve entrar de reojo, mientras lee papeles y firma algunos. De inmediato y sin ponerle la más mínima atención a Oziel, le pregunta de manera abrupta y poco amigable:

–¿A qué has venido?

Al notar lo descortés de la anfitriona, Oziel se sienta en una de las sillas que están frente al escritorio de Penélope.

–Necesito que autorices él envió de algunos Legionarios a los Picos de Europa –dijo sin rodeo alguno.

–¿Y que hay en ese lugar para nosotros?, algo valioso me imagino –respondió con soberbia.

–Sabes quién está en ese lugar, así que no hagas cómo si no conocieras la situación, te lo ruego.

–Te ha mandado de seguro Elia, ¿verdad? –dijo la princesa Penélope dejando los documentos de lado.



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En el texto hay: traicion, amor, odio

Editado: 03.05.2022

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