Ocaso Rojo. El arrepentimiento de una princesa

Capítulo VII

Han pasado 48 horas desde la visita de la Soberana. María de la Luz desde ese día no ha hecho ruido alguno, los reclamos han cesado, no se escucha ni un tatareo que provenga del interior de la celda.

La mañana pasa lenta y la tarde se deja sentir con una temperatura de 24 grados. Los mercenarios que contrató el sexagenario se ven caminar con rifle en mano, vigilando toda la propiedad y ninguno de ellos pone atención a lo que han dejado de escuchar.

A las 9:00 de la noche, la mujer que limpió los ojos de María de la Luz y no se atrevió a golpearla, se aproxima con una charola de metal a paso lento.

Al llegar a la puerta de la celda, trata de quitar el candado sin derramar lo que lleva. Al lograr el objetivo, abre con lentitud la puerta, lo cual provoca que un rechinido fuerte se escuche dentro de la celda. Las bisagras están oxidadas y duras, lo cual provoca el estremecedor ruido.

Al entrar la mujer, ve tendida a María de la Luz, inmóvil. El foco que está dentro apenas la alumbra y sólo deja ver parte de la blusa y un poco del rostro.

Sin querer interactuar con la prisionera deja en el piso la bandeja de metal que lleva los alimentos del día. Al buscar la charola del día anterior para llevársela, la encuentra con el alimento intacto. De inmediato sospecha que algo anda mal, con titubeos se acerca para hablarle a María de la Luz:

–Chica, ¿estás bien?

Al no recibir respuesta, la golpea levemente en el brazo, con la punta del zapato para que despierte, pero no reacciona. La mujer al ver que no hay movimiento se agacha para examinar mejor a María de la Luz.

Al poner las manos en el suelo, siente y huele la sangre, al concentrar la vista en el agua, nota que hay demasiada sangre diluida. Con la poca luz trata de ver qué le pasa a María de la Luz. Al acercarse al rostro de la joven, la mercenaria mira con horror en las condiciones que la ha dejado la Soberana.

La poca humanidad que persiste en ella, le hace temer por la vida de la prisionera. Con lentitud pone un dedo cerca de la nariz de María de la Luz para saber si aún respira. La temperatura ha hecho que el cuerpo de la joven esté mojado. Los labios están partidos y grandes ojeras se le han formado. La piel se ha puesto pálida. Una fuerte hinchazón tiene por todo el cuerpo.

La mujer se lleva la mano a la boca al ver aquella escena la cual la hace reconsiderar si lo hecho fue bueno o malo. Sin pensarlo, se levanta para avisarle al sexagenario.

Al llegar a la cabaña busca al hombre, que se encuentra en la sala viendo la televisión con los dos hermanos de María de la Luz. La mercenaria tímidamente le pide hablar en privado. Los dos se dirigen a la cocina mientras dejan a los niños viendo la televisión en la sala.

–Señor, la chica está muriendo, no creo que pueda sobrevivir si no es atendida de inmediato por un médico –asustada informó la mujer.

El sexagenario respira profundo y exhala con fuerza al escuchar la noticia. Con pasos lentos se dirige a una habitación para tomar un maletín y le pide a la mujer que se lleve un, porta suero que está en la esquina de la habitación.

Al salir el viejo levanta la mirada para ver las estrellas en el horizonte y una brisa fresca recorre el rostro con arrugas del hombre. A lo lejos se escuchan los grillos cantar.

Con paso lento va el sexagenario a la celda, la cual se encuentra a cuarenta metros de distancia de la propiedad principal. Al entrar, nota que no se ve nada y le pide a uno de los celadores que cambie el foco por otro con más potencia.

Al tener más luz el pequeño cuarto, es notorio el estado de salud de María de la Luz. Con paso lento se acerca el sexagenario a la joven, se agacha y le toma el pulso, se pone un estetoscopio, para escuchar con más nitidez los órganos internos. Las palpitaciones del corazón son débiles. Descubre el hombro derecho el cual fue el más afectado por la caída provocada por la Soberana. El sexagenario revisa meticulosamente el hombro de María de la Luz y en ese momento le habla a la mujer que se encuentra a unos pasos viendo la escena:

–Temo que se haya fracturado la clavícula. Pero con tan precarios instrumentos es todo lo que puedo suponer.

Con unas tijeras el sexagenario rompe la blusa de seda de María de la Luz, la cual le estorba para ver correctamente el daño que tiene. Al descubrir el cuerpo de la joven, el sexagenario nota profundas heridas en gran parte del cuerpo causadas por la caída, en las cuales se empiezan a formar abscesos.

Con las manos palpa el cuerpo de la joven para buscar huesos rotos, pero las reacciones que se dibujan en el rostro del sexagenario no pueden indicar nada bueno.

–La Soberana no se ha medido –dijo disintiendo por lo hecho a la joven.

La mujer sin poder moverse se limita a observar desde lejos. En esos momentos la cara de arrepentimiento es más notoria en ella y sin más empieza hablar:

–Señor, tal vez exageró mi compañera aquel día cuando la golpeó.

–¿Acaso no golpeaste a María de la Luz como se te indicó? –dijo el sexagenario sorprendido por la revelación de la mujer.

–No tuve el valor, mi compañera hizo el trabajo. Lo siento.

–Tu compañera no hizo nada mal, las órdenes de la Soberana fueron claras y, si no le hubiera hecho daño a María de la Luz, quien estaría en estas condiciones o peor, sería alguna de las dos. Así que para la próxima te sugiero que obedezcas. Dentro de este mundo no hay segundas oportunidades.



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En el texto hay: traicion, amor, odio

Editado: 03.05.2022

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