Ocaso Rojo. El arrepentimiento de una princesa

Parte 2: Capítulo I

Los rayos del sol calientan el asfalto de las calles de Ciudad Juárez. El aire es seco y aunque sopla no mitiga el calor. Abigaíl sin importar las condiciones del tiempo se queda en estado de shock en pleno rayo de sol, para ver cómo se alejan las camionetas donde llevan a sus hijos.

Reacciona tarde y corriendo regresa a casa. Al llegar, se dirige directamente al cuarto donde duerme. Abre el ropero y de una esquina con telarañas y polvo saca una caja metálica con un candado que protege el contenido. Con desesperación busca la llave en los bolsillos del pantalón que lleva, pero al no encontrarla, angustiada empieza a sacar todas las cosas de los cajones de los muebles del cuarto, y de esa forma hallar la llave que le dé acceso al contenido de la caja.

Después de algunos minutos rebuscando encuentra la llave en el fondo de un cajón, donde hay cientos de cartas sin abrir con el título: «Para mí amada familia.» Con premura abre la caja, dentro hay, moneda extranjera, un arma y un pasaporte con su nombre. Sin perder el tiempo toma el contenido de la caja, dejando el arma en su lugar.

Entre la ropa amontonada del ropero saca una maleta pequeña, donde guarda algunas prendas esenciales. Descuelga de un gancho una chamarra, y sale corriendo de la casa cerrando detrás de ella con fuerza la puerta.

Se dirige con paso veloz a la calle principal para tomar un taxi que la lleve al aeropuerto. Al llegar a destino le paga al taxista con un billete de alta denominación, sin esperar a recibir el cambio, se baja del vehículo para correr. Dentro del aeropuerto empuja y tropieza con las personas que caminan con tranquilidad.

–Quiero comprar un boleto para viajar a Londres –dijo Abigaíl alterada.

–Los vuelos internacionales no salen de este aeropuerto, señora –dijo la señorita que atendía el módulo. Con las fuerzas disminuyendo en su cuerpo, Abigaíl se sostenía del mostrador y respiraba para calmar la desesperación que en ella persistía–. Si gusta ir a Londres puede ir al Distrito Federal y desde ese lugar comprar otro boleto

Abigaíl un poco más calmada compra el boleto para viajar hacia la capital.

Ya en el avión, incómoda Abigaíl se mueve en el asiento, se muerde las uñas. Por la noche llega al Distrito Federal, y sin esperar ni un minuto corre para buscar algún vuelo disponible. La suerte está del lado de la madre desesperada, encuentra un vuelo que la puede llevar directamente a Londres. Sin muchas maletas sólo la de mano, a borda el avión para ir en busca de la ayuda que necesita.

Al estar a bordo del vuelo que la llevará a Londres, el semblante de Abigaíl cambia y el nerviosismo se le puede notar. De nueva cuenta empieza a morderse las uñas y mueve el pie levemente sin parar. Aquella desesperación por hallar a sus hijos se ha transformado en miedo.

La respiración de Abigaíl por momentos es agitada sin hacer un gran esfuerzo. Constantemente se levanta del asiento, para ir al baño a mojarse la cara y mirándose en el espejo se repite las palabras: «Lo debo de hacer por mis hijos.»

El cuerpo de Abigaíl tiembla, no puede comer lo que le ofrece la azafata del vuelo. El pensar de la madre desesperada divaga, y no es capaz de responder a las preguntas que la persona de al lado le hace y en ocasiones sólo alcanza a decir: sí.

Por la ventanilla observa la negra oscuridad, lo cual hace que por momentos el cansancio gane y cierre los ojos para dormir, pero con cualquier exabrupto abre los ojos. Trata de acomodarse en el asiento, pero no lo logra. La mujer que está en el asiento contiguo le pregunta insistentemente:

–¿Está usted bien?

–Tengo miedo a volar –dijo Abigaíl para calmar la curiosidad de la mujer.

–Nada malo pasará, se lo aseguro. Vera que, primeramente, Dios, llegaremos con bien –dijo para concluir la conversación.

De esa forma la mujer que va junto a ella la deja de molestar y se queda dormida. Abigaíl se queda viendo por la ventana la oscuridad y gracias al reflejo que otorga el vidrio grueso del avión, piensa en las palabras que acaba de escuchar. Pero de ella una sonrisa se forma al recordar que desde hace años no cree en ese ser omnipresente, que la dejó huérfana desde muy pequeña por su divina sabiduría, y que se acentuó cuando Patrick la dejó.  

 Un fuerte suspiro lanza Abigaíl para salir de su pensar, se quita la chamarra que lleva puesta y sorbe un poco de agua de una botella. Para darse ánimo se dice a sí misma en voz baja: «No tengo otra alternativa, debo de arriesgar todo.»

Sin poder dormir en todo el viaje la mirada de Abigaíl es de cansancio, los ojos los tiene rojos por las pocas horas de sueño.

Al estar a unos kilómetros de arribar al Aeropuerto Internacional de Londres Heathrow, el capitán pide que todos se pongan el cinturón. Al escuchar esas palabras lo síntomas de Abigaíl se hacen más agudos, le es difícil respirar, y suda por la frente copiosamente. Cierra los puños con fuerza para calmar el miedo que la invade.

Estático el avión en la terminal. Abigaíl espera a que todos bajen del avión, la mujer que va junto a ella se despide y ella con algo de temor le regala una sonrisa.

Lentamente los pasajeros empiezan a abandonar el aparato. Abigaíl trata de calmar la mente antes de bajar. Pone las manos sobre el asiento que hay delante de ella y baja la mirada. Un sobrecargo le dice en español:



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En el texto hay: traicion, amor, odio

Editado: 03.05.2022

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