Ocaso Rojo: El reino de Albión

Nueva vida

Al llegar al aeropuerto de Londres Heathrow, Abigaíl se siente cansada y con un gran bostezo lo demuestra. Sin ánimos emprende el camino a la salida.

El clima en el exterior es frío, el viento sopla con poca intensidad, pero lo suficiente para percibir que el invierno en la ciudad de Londres, es poco benevolente para aquel que no lleva ropas gruesas para cubrirse.

La Legionaria deja la maleta que lleva de mano en el suelo, y hojea los papeles que Serena le entregó antes de partir; en ellos se puede leer: «Un auto la esperará a las afueras del aeropuerto. Frederick será la persona que se encargará de impartirle los puntos más sobresalientes de la nueva misión.»

Sin más líneas para comprender mejor el mensaje, la joven mujer mira a todos lados, pero sólo ve gente apurada para llegar a su destino y sin saber qué es lo que busca, Abigaíl de nuevo carga la maleta y entre bostezos largos por el largo viaje empieza a caminar para buscar el auto que ha ido por ella.

Da unos cuantos pasos, cuando un hombre de más de 50 años con canas en el cabello, la intercepta y le ordena de manera tosca: «¡Suba al auto Legionario!» Abigaíl lo barre con la mirada para descubrir esa debilidad, con la cual lo pueda matar sin problema alguno. Las enseñanzas de años se hacen presentes como si fuera un reflejo al ver al extraño hombre.

Con mirada fría Frederick no se queda quieto y de inmediato empieza a caminar entre la gente esperando que Abigaíl le siga el paso. La joven Legionaria, respira para tranquilizar su mente y de esa forma deshacerse de ese pensar, que aprendió cuando se formaba para ser parte de los Legionarios. Con un gran suspiro, que se mira por el intenso frío, Abigaíl camina detrás de Frederick, quien, parece tener prisa para llegar al auto negro que está estacionado hasta el final de la larga calle.

El hombre poco educado, sube de inmediato al auto sin abrirle la puerta a la mujer que lo sigue de cerca. Abigaíl sin decirle alguna palabra a Frederick por su pésima hospitalidad, abre la puerta trasera para subir la maleta y enseguida hacerlo ella. El hombre sin hacer conversación mira por el retrovisor a su pasajera, quien, sin decir palabra, se acomoda en el asiento para estar más cómoda, antes que el auto arranque. Frederick enciende el vehículo para dar inicio al viaje. Abigaíl sin saber qué pasará con ella, apoya la cabeza en el vidrio del auto, mete sus manos en su abrigo y exhala un fuerte suspiro, para tratar de conciliar el sueño, y al despertar, tal vez por fin ser feliz.

Lentamente el auto se aleja de la convulsionada Londres, para adentrarse en caminos que dejan ver un amplio paisaje de follaje verde. El camino por el cual transita Frederick es angosto y esporádicamente se miran autos pasar por ese lugar. La paz que se percibe es total. 

Una hora después de comenzar el trayecto, el auto sale de la avenida principal para perderse entre estrechos caminos rojizos, por el tezontle que los cubre. Una densa vegetación y robles adornan el camino largo que termina en una inmensa propiedad rodeada por centenares de robles altos.

La vista es espectacular, los acres que conforman la gran propiedad hacen que tenga una amplitud tan enorme, que a la distancia sólo se pueda mirar el gran bosque, que cobija a varias residencias que son separadas por largos caminos.

Pero, entre las elegantes y finas casas, resalta una, la cual es la más grande y en donde hay un gran jardín trasero verde, como caballerizas.

El auto donde viaja Abigaíl aminora la velocidad al estar a punto de llegar a la propiedad más grande. Con suavidad el conductor hace los cambios, y pisa el acelerador para no romper el silencio y paz que se puede percibir.

El auto lo detiene Frederick enfrente de la propiedad más grande, la cual, es rodeada por césped verde y grandes fuentes.

Sin importarle a Frederick que Abigaíl duerme profundamente, él le grita para que despierte:

–Hemos llegado Legionario, es hora de que inicie con su trabajo.

Abre lentamente Abigaíl los ojos y al estar totalmente despierta su asombro es visible, la expresión en su rostro no puede significar otra cosa más que emoción y alegría al ver el emblema real plasmado en la pared principal. Abigaíl sin poder creer lo que ve, restriega sus ojos, con cuidado baja del auto para sentir el viento frío que corre por aquel bello lugar. Sin palabras se queda viendo el palacio y algo desorientada le pregunta al chofer:

–¿Quién vive aquí?

Sin tener ganas de contestar Frederick tuerce la boca y frunce el ceño, para de inmediato bajar del auto.

–Sígame, y deje de preguntar estupideces, que tan sólo le acarrarían reprimendas graves. A la reina no le gustan las personas que tratan de hacerse las graciosas. Así que le pido que se comporte.  

La recién llegada sin poder dejar de ver con asombro lo que la vida le regala, sigue al hombre que la lleva por un camino pequeño que rodea el palacio de la Emperatriz. Frederick camina con prisa delante de Abigaíl a quien le va diciendo las primeras instrucciones:

–Los Legionarios como la servidumbre entran por este lugar. Te está prohibido el ingresar por la entrada principal de palacio, sólo podrás entrar si es que escoltas al príncipe Patrick o estas en la comitiva que resguarda a la princesa Elia, ¿entiendes Legionario?




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