Era de noche. Las gotas de lluvia pesadas y gordas golpeaban el parabrisas de mí viejo cacharro. El cielo entero estaba envuelto por una capa de nubes negras. La única luz que logré vislumbrar eran la de los relámpagos muy lejos casi ocultos en el cielo. Las luces de mí auto eran tenues y solo alumbraban una pequeña parte de mí camino.
Mi mente estaba en blanco, no quería pensar, no quería acobardarme y volver a casa, yo solo.... No podía hacerlo. Si volvía a casa, caería otra vez en mí dolorosa realidad, reviviría la muerte de mamá y papá y yo no quería volver ahí. No cuando habían pasado dos años y aún no podía superarlo.
Cada día luego de sus muertes, cada vez que despertaba en mí habitación, creía que ellos estarían ahí en casa. Creía que mamá estaría preparando nuestros desayunos, mientras cantaba, creía que papá estaría en nuestro jardín reparando su auto, mientras se quejaba por no saber nada de mecánica. Pero en vez de eso, cada vez que despertaba, lo único que veía era una casa vacía y solitaria, a la única que veía era a mí abuela Laï laï llorando en la cocina, mientras se lamentaba la muerte de su hijo.
Ella era fuerte y lo superó, vivió con su realidad y salió adelante.
Yo en cambio me estaba ahogando en un océano de depresión.
Así que escapé. Ese no era mí hogar y nunca lo sería, jamás volvería a ser el mismo.
¿A dónde me dirigía? No lo sabía, lo único que sé es que vagaba en mí viejo cacharro por la ruta a un destino desconocido.
Recuerdos tortuosos invadieron mí mente. Recordaba cuando mamá me cantaba en las noches cuando era una niña.
Recordaba cuando papá y yo surfeábamos al atardecer.
Recordaba las risas y llantos juntos.
Recordaba nuestro último abrazo. Nuestro último adiós.
Lágrimas empañaron mis ojos y se escurrían por mis mejillas sin poder detenerlas. Giré mí auto de golpe y frené en la banquilla. Estaba lloviendo a cantaros, un trueno resonó y sentí como mi auto temblaba un poco.
Mi corazón se encogió en miedo y pánico. Mi vida estaba arruinada, solo tenía diecinueve años, no quería estar sola, odiaba la soledad, pero desde que ellos se fueron me había sentido abandonada por todos. Ninguno de mis amigos vino a apoyarme y darme consuelo, ni siquiera mi familia. No quería seguir adelante con mi vida, simplemente quería desaparecer.
Todo pasó con rapidez, no sé cómo, pero sucedió. Un trueno se escuchó con fuerza, tanto que los vidrios temblaron. Unas luces brillantes golpearon mi rostro y me cubrí con mis manos para no verlas directamente. Sentí como algo golpeó mi coche y un grito de puro horror brotó de mi garganta. Perdí la noción de todo, mi cabeza palpitó de dolor y sentí como un líquido espeso se deslizo por mi rostro. Algo duro aplastó mis piernas con fuerza, tanto que grité horrorizada por el dolor agonizante.
Y luego... todo se volvió negro.