—¿Emocionada? —me preguntó Laï laï con desbordante felicidad, mientras nos estacionábamos frente al centro de rehabilitación —. Será muy divertido, créeme.
—No estoy muy segura —murmuré para mí misma.
Definitivamente no estaba de humor; solo quería quedarme en mi cuarto y refugiarme en mi cama, pero no, tendría que afrontar la realidad y salir al mundo. Hay algunos días dónde las personas pueden despertar de mal humor y ni siquiera saber la razón, bueno, era uno de esos días.
El sol brillaba deslumbrante por toda la ciudad, todo el mundo parecía estar de buenas, excepto yo, está claro.
Recuerdo haber tenido una sesión con mí psicóloga en la mañana, me recetó unos antidepresivos para mi situación. Creía que solo los psiquiatras podían recetarlos, pero ella me explicó que los psicólogos también pueden hacerlo, depende de cuán grave sea la situación del paciente.
Fue la primera persona con la que me abrí totalmente desde la muerte de mis padres, estaba negada a hablar con un extraño, pero no fue tan malo como creía, ella me escuchó con mucha atención y por primera vez luego de dos años desde esa tragedia, me sentí aliviada, hasta me permití llorar con ella. Necesitaba sacar todo mi dolor.
Ella me había hecho sentir muy cómoda.
Hablamos por dos horas completas. Ella dijo que sufría de un trastorno llamado "trastorno por duelo complejo persistente". Eso quiere decir que la perdida de mis padres me ha debilitado y no había mejorado a pesar de que sucedió hace dos años atrás. Por un momento pensé que era algo grave, pero ella me dijo que cada persona afronta las cosas de forma diferente, esa fue mi forma de tomarme las cosas.
Para este trastorno existe una psicoterapia -o tratamiento- llamada "terapia para el duelo complicado". Suele ser similar a las psicoterapias que se utilizan para la depresión o el estrés postraumático, pero específicamente para mí trastorno.
Son puntos básicos:
Hablar.
Entrar a un grupo de apoyo.
Cuidar mí salud mental.
Y socializar con otros adolescentes de mí edad. Cosa que no quería hacer, porque no sirvo para hacer amigos.
Laï laï se encargó de arrastrar mi silla de ruedas y me reprochó cuando le dije que podía hacerlo por mi cuenta.
—Vaya este lugar es precioso —comentó, mientras ambas observamos todo con curiosidad.
La verdad es que el lugar era muy lindo y agradable. El edificio abarcaba dos pisos enteros, y estaba ubicado justo en frente de la playa. Definitivamente el lugar era hermoso, aunque no iba a admitirlo en voz alta, se suponía que estaba de mal humor.
—Vas a pasártela muy divertido.
Entorné mis ojos y no respondí. Sé que Laï laï hacia el mejor esfuerzo por mí, pero no podía disfrutarlo tanto como ella. Mantenía la frente en alto y aseguraba con certeza que podría volver a caminar, pero yo no estaba muy segura de eso.
Estaba asustada y muy nerviosa.
Cuando nos adentramos en el edificio, lo primero que visualicé fue un gran mostrador de mármol blanco repleto de manos de papel de diferentes colores y una señora morena nos recibió con una sonrisa detrás de el. Un lugar muy alegre y lleno de vida. Las paredes estaban pintadas de verde pastel y decorado con fotografías y cuadros muy coloridos.
La señora se acercó a nosotras sin borrar su gran sonrisa.
—Las estábamos esperando —ella posó sus ojos castaños en mi —. Ocean, ¿no?
Asentí, aplanando mis labios.
—La misma.
—Vaya, estábamos muy ansiosos por conocerte —dijo ella, mientras extendió su mano en mi dirección —. Soy Malia, una de las fundadoras del centro de rehabilitación.
Se la estreché, desviando mi mirada, que se posó en el gran ventanal con vista al mar. Había un chico ahí frente al ventanal en silla de ruedas, estaba de perfil a mí, muy concentrado leyendo un libro, su cabello rizado caía por su frente y fruncía el ceño mientras sus ojos viajaban de un lado al otro. Parecía tener unos trece o catorce años. Mi curiosidad picaba.
¿Qué le habría pasado para estar en esa situación?
—¿Qué te parece, Ocean?
La voz de Malia me trajo de vuelta a ella quien me observaba con curiosidad.
—Eh disculpa no te escuche —admití avergonzada.
—No te preocupes —replicó. Laï laï intervino para hablar.
—Malia te preguntaba si te gustaría conocer a quien te va a acompañar en el proceso, pequeña distraída.
—Creí que la rehabilitación sería en grupo —comencé a balbucear nerviosa. Tenía la idea de pasar desapercibida en un grupo de adolescentes, podía solamente esconderme entre el montón, pero todo se iría al caño si tenía a alguien solo a mi disposición.
Definitivamente no servía para hacer sociales.
—Si, en parte harán terapia de grupo, pero para los ejercicios seleccionados tendrás a alguien solo a tu disposición —respondió Malia, mientras chequeaba algo en una planilla —. Él será de mucha ayuda para ti y compartirán gran parte de los días, será como un compañero de apoyo.
—¿Él? —pregunté anonadada y algo cohibida —, ¿es un chico?
No, no y no. Me negaba.
—Se llevarán de maravilla —comentó, ignorando mis preguntas —, vamos te está esperando.
Ella nos dió la espalda guiándonos hacia no sé dónde. Ya que no tenía la atención de Malia, me giré para ver a Laï laï.
—No me agrada en lo absoluto que un chico me acompañe —le susurré con evidente molestia. Los ojos de ella se fijaron en mí y me sonrió divertida.
—No dramatices, Ocean, no será malo —respondió con simpleza.
—¿Yo?, ¿Dramática?, te estás volviendo loca —bufé. Sentí un golpe en mi hombro e hice una mueca —. Auch, no seas agresiva.
—Y a ti más te vale no ser grosera con ese chico o te volverás sola a casa —me amenazó.
—Arruinaste todo mi plan, le iba a hacer la vida imposible a ese chico.
Llegamos a una gran sala con bastantes personas en ella. Por lo que sabía ese centro de rehabilitación fue creado para ayudar a niños y adolescentes con diferentes discapacidades, por eso no me extrañó no encontrar a alguien de mayor edad. Pude distinguir fácilmente a quienes trabajaban ahí, ya que usaban remeras blancas con una mano de color en el centro.