Octógora: La Legión de los Caídos.

8. Epifanías

"Nadie podrá evitarlo, los grandes y gloriosos hermanos han de venir

pero retos han de asumir antes de llegar al trono 

los ocho rebeldes se hincarán ante ellos y su vida han de honrar" 

 

Llevábamos corriendo alrededor de quince minutos cuándo al fin pude divisar el cambio de ambiente, las grandes selvas con sus majestuosos árboles y hermosos animales se iban desvaneciendo a medida que los campos de cultivos les iban quitando espacio. 

Un hermoso río de aguas cristalinas se asomaba al borde de la selva, que separaba está de los cultivos, del otro lado del puente habían varias personas vestidas de distintos colores y de diversas formas extrañas, trabajando en la riega y cosecha de los frutos. 

Taylor iba delante mío con Austin desmayado y yo llevando todas nuestras maletas seguidos de Locky, quién no  nos dejaba ni un momento solos. 

Mentiría si dijera que no me había encariñado con el perro, o cadejo o lo que se supone que es, aunque sino fuera por los ojos rojos y el tamaño yo diría que es un perro, pero Taylor y Austin insisten en que son dos animales diferentes y no me quiero meter en una de sus estúpidas peleas infantiles que tienen cada cinco minutos. 

Eran apenas según mis cuentas y la posición del sol entre las nueve y las diez de la mañana, pero se podía sentir al abrazador calor de este, lo cual sumándole que apenas nos levantamos salimos corriendo, estaba a punto de sufrir lo más seguro de deshidratación o insolación. 

Al cruzar el puente varias personas que trabajaban en las siembras se acercaron al reconocer a mis amigos, la mayoría de estos iban vestidos de colores verdes y cafés.

— ¿Qué hacen aquí? ¿Qué le pasó?   —

Preguntó una chica de pelo negro y ojos achinado, de una estatura algo pequeña y piel bronceada debido al trabajo, vestida con pantalones color verde y una camiseta del mismo color de una muy extraña tela y con algunos diseños que nunca había visto antes. 

  — ¡Yo no sé! Cayó desmayado y dijo que ustedes habían dado tributo—  

Chillaba mi amiga entre lágrimas al ver así a Austin, estaba demasiado pálido y apenas se movía, sus latidos comenzaban a ser tan débiles que temíamos lo peor ella y yo, Taylor lo dejó en el suelo y varios se acercaron a socorrerlo, lo miraban expectante y asombrados, al parecer era muy raro que alguien se desmayara. 

—¿Estará bien? —  Pregunté preocupado al ver tantas personas o lo que sea que fueran, admirando y ayudando a mi amigo. 

La misma chica que le preguntó a Taylor, estaba susurrando unas cuántas palabras y con un amuleto muy parecido al de Austin lo dejo sobre el cuerpo de mi amigo. Al instante en que la piedra tocó el cuerpo de él, ambos se iluminaron de un intenso color verde que nunca había visto antes ni en las películas de ciencia ficción de Hollywood. 

— No lo sabemos, pero es un Tlalli, podrá salir de esta —

Me dijo un chico vestido solamente con un pantalón de tela de un tono café, no sabía si se debía por la tierra de los campos de cultivo y el trabajo y que en realidad el color original de la prenda era blanco o así era el color verdadero los pantalones que se veían algo añejos ya. 

—¿Tlalli?— Pregunté confundido. 

—Tal, perdón, nunca te había visto por aquí ¿De qué ciudad vienes? —

Preguntó el chico con una mirada confusa que aumentó cuando se dió cuenta de mi vestimenta, que según recuerdo es muy extraña para los guardianes. 

¿Habían mas ciudades en esta cosa? ¿Qué es Tal? 

— Yo... vengo de Londres —

Dejé salir de mi boca, sabía que era mala idea decir que venía de otro mundo, pero de mi boca se escaparon esas palabras sin mi permiso, fue algo inevitable y me maldije mentalmente por meter la pata, pero ni Taylor ni Austin estaban cerca mío en estos momentos. 

Estoy abandonado en un mundo que no conozco. 

—¿Londres? ¿Del mundo de los humanos? —

Preguntó asombrado el chico, apartándose de mí al asentir con miedo, su asombro ahora era terror puro, las demás personas no me notaban, era como un cero a la izquierda, todos miraban nada más a Austin quien estaba convaleciente aún. 

  — Más vale que cerrés el hocico Ahuízotl —  

Amenazó al chico Taylor de la nada, se veía molesta con el tipo ese de nombre raro, quien tampoco parecía llevarse bien con mi amiga. ¿Acaso Taylor hizo algo tan malo para que todos le miren así de mal? 

  — ¡Trajeron a un sucio mundano al Octógora! ¿Acaso estáis locos?— 

Respondió el chico notablemente asustado y enojado al mismo tiempo, tampoco parecía importarle pelear con Taylor en medio del gentío que se había formado alrededor del cuerpo casi inérte de mi mejor amigo. 




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