"Aún los príncipes a morir vinieron
los bultos funerarios se queman.
Que tu corazón se enderece;
aquí nadie vivirá para siempre."
A veces la vida te puede cambiar de un segundo a otro, para bien o para mal, me encontraba a las afueras del palacio de los oscuros, practicando mis nuevos poderes, hace cerca de cuatro meses que los había recuperado, se acercaba un día especial en el Octógora, dentro de poco sería un día vulnerable, un día dónde nos podían tomar por sorpresa a mi hermano y a mí y asesinarnos y asegurarse que no volviéramos a resucitar.
El día de todos los muertos se acercaba, el día en que las almas de los muertos volvían al mundo de los vivos, el único día en que el Octógora se fusionaba con los demás mundo y en el que los mortales, los hombres comunes y corrientes podían accesar a este mundo.
El día en el cual los dioses podían bajar también al todos los mundos existentes, era el día más peligroso para mí y mi hermano.
— ¿Seguro que estarás bien?— Le pregunté a Liam.
Chelsea y Tracey estaban en una misión en la frontera con la gran ciudad, para evitar que personas de ahí cruzaran a nuestro lado.
—Si, estaré bien, me preocupa más tu seguridad de todas maneras, en unos días el "Colibrí izquierdo" podrá bajar y venir por ti y tu hermano—Contestó este.
No mentiré, estoy nervioso, saber que ese ser del que jamás eh visto y solo oído podría venir tras de mí ese día, saber también que ese día los muertos y los vivos conviven en verdad con nosotros.
Podré ver fantasmas, las almas de los fieles difuntos como se les llama popularmente, es un día de fiesta aquí, pero debido a las cosas que han pasado últimamente ese día podría iniciar la guerra.
Holden y Farrell habían sido liberados para que estuvieran de infiltrados en la gran ciudad, luego qué mi hermano les perdonará la vida gracias a Tawilmetzti y la intercesión de los demás tlatoani que gobiernan ahí.
Jhonson había escapado hace algunos meses, con ayuda de Holden, igual sabíamos que ella no dirá nada, más que seguro la torturamos o algo así.
— Lo sé, pero me preocupas vos, no quiero que te pase nada malo— Respondí preocupado.
En verdad me preocupaba el que le pasara algo, era el único amigo que tenía aquí, la única persona en quién confiar y no podía permitir que literalmente lo matasen por ayudarme, este era un mundo donde la vida y la muerte era algo que sucedía en segundos.
— Ya te dije, Quetzalli estará a tu servicio hoy, yo vendré con Chelsea y Tracey mañana, tenemos que asegurarnos que no hay ningún rebelde en la zona— Dijo como si eso hiciera las cosas mejor.
— Quiero ayudar, ya sé que intentan protegerme pero no quiero sentirme como un estorbo— Bufé por lo bajo.
— Si te morís o te pasa algo la causa está pérdida— Dijo antes de marcharse del palacio y dejarme solo.
No iba a quedarme de brazos cruzados haciendo nada, a pesar del peligro que enfrentaba iba a ir por respuestas, saldría a la ciudad de la Oscuridad, al templo de Tezcatlipoca por respuestas, necesitaba saber que pasaría.
Quetzalli se encontraba en la planta baja del palacio haciendo limpieza, saldría dentro de media hora a comprar unas cosas al mercado, así que tenía ese tiempo para escaparme al templo, tendría que ir con una capucha encima, mi cabeza ya había sido mostrado y era buscado en ambas ciudades.
Todas las ciudades de los elementos me buscaban, se decía que había escapado y se ofrecía una recompensa por parte de mi hermano, salí de mi cuarto y me dirigí hacia la planta baja dónde se supone estaría Quetzalli.
Una chica de rasgos muy finos y bellos, piel bronceada, ojos achinados y un pelo muy largo y sedoso, era realmente de una belleza exótica, sus ojos eran negros como la noche, como la mayoría de aquí.
— ¿Se le ofrece algo príncipe Atzin?— Preguntó mientras hacía algo en la cocina sin siquiera voltearse a verme.
— Que no me digas así, no me gusta como se escucha— Le reprendo.
— Pero eso es lo que sos, por eso te llamó así y todos te llamarán así, debes de acostumbrarte— Se defendió ella.
Se dio la vuelta y sus ojos oscuros de un negro hipnotizante chocaron directamente con los míos.
— No me gusta y punto— Me quejé, al romper el contacto visual que teníamos.
Se dio la vuelta y siguió haciendo lo que estaba cocinando cuando llegué sin darle importancia a mi presencia.
— ¿Me vas a decir que querés o te vas a quedar viendo como mashma?— Habló luego de que pasaron los minutos y estuviera sin moverme.
— ¡Naja inté mashma, inté keman!— Me defendí, después de tantas clases había aprendido algunas cosas de ese idioma raro.