Octógora: La Legión de los Caídos.

15. El Amanecer de una Guerra.

Llámame cuando sientas que el susurro

de la noche fría y solitaria te desnuda

o cuando el silencio bese tu boca

llenándola de inquietud, llámame 

Luego de cenar con toda la deliciosa comida que nos habían servido en el gran palacio de los cuatro Tlaloques y la gran madre, fuimos entretenidos en diversos actos que estaban preparados para nosotros, algunos bailes y demás cosas de ese tipo, al terminar todo, la gran reina dijo que nos quería mostrar algo muy especial. 

Caminamos un par de salones más hasta llegar al otro lado del palacio, en el cual se podía ver un enorme árbol de gran tamaño, que parecía no tener fin y llegar hasta el cielo, de este se podía ver una infinidad de aves que habitaban en el, además de algunas especies de animales, y lo que me parecía ser que eran bebés que se encontraban bajo la sombra de la enorme planta. 

De este brotaba el agua del que se alimentaban los demás ríos del lugar, nacimientos de agua de colores esmeraldas y con peces de diversos colores, hacían la vista mucho más espectacular, no tenía ni idea que era este lugar, pero con certeza era el más hermoso que había visto en toda mi vida. 

—El Tlalocán, sobre ese árbol viven la pareja de dioses, ahí se encuentra su morada, cerca de ahí viven las almas que murieron y fueron destinadas a este mundo— Recitó Quetzally. 

La gran señora, vestida con la larga  capa y los hermosos ropajes llenos con adornos exagerados se acercó hacia ella y le regaló una sonrisa. 

  — Muy cierto, el gran árbol de la vida ha previsto su venida a estás tierras, nos ha dado señales últimamente, las aguas ya no salen tan hermosas como antes, las aves y demás animales vienen en grandes cantidades a este lugar, las noticias del desequilibrio de este mundo ha llenado de miedo a varias ciudades del Octógora, Teotlacuauhco, tierra del fuego, dadora de vida de los volcanes ha sido la primera en dejarse ir, ya no queda casi nada de esas tierras, solo su gran ciudad apenas se mantiene en pie y tenemos miedo de que la siguiente en ser desequilibrada sea el Tlalocán, es la última gran reserva de este mundo, de está dimensión, ni siquiera los Tal poseen un reino tan basto como este, si este reino llega a sucumbir toda esperanza de este mundo también lo hará, aquí descansan las últimas criaturas míticas, los cadejos, los espíritus animales que protegen a las personas en forma de cánidos, las tepelcúas, la pesadilla de varios infieles y guardianes, las cuyancúas, las que anuncian la lluvia, inclusive dentro de estás aguas viven los espíritus de la realeza, de la princesa pipil chasca, la que dio su vida por el amor, que no pudo soportar vivir sin Acayatl, de la mujer fantasma Siwanawal, quién fue alguna vez una hermosa diosa que cometió infidelidad con el dios lucero de la mañana dicen algunos y otros que fue una princesa que se casó con el príncipe Yeisun, a quién le fue infiel ¿Entienden? Es el último refugio de toda la magia, del regalo de los dioses, no pueden dejar que este lugar caiga, por favor, se los ruego— Dijo la señora, con temblor en su voz, se notaba que estaba desesperada.

  — Lo haremos, protegeremos este lugar, no será tocado por las fuerzas de Huitzilopochtli, ni por las fuerzas que nos vieron venir, pronto verá como este lugar sagrado volverá a la normalidad— Le prometí.

Acercándome a la señora y tomándola de las manos,  con una mirada acusatoria aún, aceptó a mi promesa agradecida de haberla escuchado y es que era verdad, este lugar era mágico, aún aquí descansaban criaturas que solo se escuchaban en cuentos, las almas de grandes leyendas como lo era Siwanawal o la princesa Chasca, bajo el gran árbol de la vida además reposaban las almas de los muertos y recién nacidos. 

Este lugar además era el refugio de los demás animales de las otras legiones, aquí venían los Tekwani y Masat de la tierra del fuego, los sobrevivientes de la primera caída y algo me decía que no serían del único lugar del que venían. 

Recordaba aún la visión que tuve cuando estuve en la gruta, en la cueva dónde vive la mujer fantasma, todo estaba en llamas, los ríos de aguas cristalinas eran de lava, los grandes edificios fueron destruidos, el caos reinaba y los grandes volcanes dejaban salir toda su ferocidad sobre la legión de los caídos, y sobre estos se encontraban dos dioses, entre ellos el colibrí izquierdo. 

  —  Es increíble, en el templo siempre nos contaban historias acerca del Tlalocán y los demás cielos e inframundos, decían que eran mágicos, que alguna vez toda la Octógora fue así hasta la muerte del noveno elemento, como castigo toda la vida reinó únicamente en estos lugares y la gran ciudad y la ciudad de los oscuros fueron deshabitadas, la legión de los caídos fue hecha un desierto, los espíritus dejaron sus hogares y se mudaron a los trece cielos, llegó la gran sequía y la pérdida de nuestros poderes por el gran enojo de la gran deidad, pasaron ciento cincuenta años para que el castigo se retirará, aún así las criaturas y espíritus jamás volvieron a las legiones y los valles, bosques y selvas tardaron mucho en reaparecer, las lluvias y los ríos fueron los primeros en volver, los poderes igual, sin ellos fuimos simples infieles de nuevo— Contó con tristeza Quetzally. 




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