Octógora: La Legión de los Caídos.

17. Lento pero viene.

Hacía mucho viento y frío, los árboles dejaban caer hojas con mucha más facilidad que antes, debajo de mí se encontraba una gran alfombra rosa de pétalos de un maquilishuat, cerca de mí se encontraba el río que daba entrada a la Gran Ciudad, me había tardado todo un día en llegar hasta aquí, cerca mío se encontraban un par de pájaros que cantaban, el clima era muy distinto con respecto a las demás legiones, parecía un pequeño paraíso en medio de un infierno. 

Lo que alguna vez fue un valle exótico, ha sido reemplazado por una pradera desértica en la que apenas y un par de reptiles y venados quedan, los ríos que cruzaban a lo largo de todo el lugar fueron secados hasta solo quedar un camino de tierra con un par de rocas y los cadáveres de unos cuántos peces que no pudieron escapar. 

En verdad estaba pasando algo, nuestro mundo estaba muriendo y todo era por culpa de ellos, sino fuera por esos malditos, nunca me hubieran alejado de mi familia, toda la vida de este mundo estaría en armonía, todo estaría de maravilla. 

Pero pronto acabaría con este infierno cuando una flecha atravesara el pecho del rey del noveno elemento, alguien que nunca debió de revivir para morir de nuevo de esa forma, yo haría que su corazón dejase de latir y se lo entregaría a las diosas como una ofrenda y luego iría tras el menor para acabar con su vida de la misma manera. 

Debía de admitir que últimamente se me hacía más soportable que antes, tenía sus cosas buenas pero debía de morir, nací, crecí y si es necesario moriré para está causa; no eh tenido que pasar por tantas cosas para ver como esos imbéciles se alzan como los nuevos gobernantes de un mundo del cuál desconocían y del cuál nunca han formado parte. 

Con sigilo me quedé quieta mientras cerca del camino venía un carruaje, seguramente en el que venían una pareja de gobernadores, el día anterior la gran señora del Ejekat había pedido una reunión de emergencia, algunos llegarían hasta el presente día y esperaba con ansias encontrar al nuevo rey para secuestrarle o matarlo, una de ambas opciones. 

Detrás de este venía un grupo de personas, entre seis y ocho con grandes mochilas en sus espaldas y se notaba que venían de muy lejos, seguramente eran habitantes de una de las legiones más lejanas de este mundo, pues parecían hablar en una forma de lenguaje que era muy difícil de comprender. 

Parecían pertenecer al elemento Luz. 

Luego de unos diez minutos en los cuáles les perdió de vista decidió que era hora de bajar del árbol y lograr infiltrarse en la ciudad para poder llegar al rey, pareciera algo normal pero debido a que los gobernantes estaban en una reunión la seguridad estaba reforzada y más aún con la amenaza de una posible guerra entre ambos bandos. 

Si alguien la llegaba a descubrir sería su muerte, sería condenada lo más segura a la horca o algo peor, con un poco de esfuerzo se concentró en un pequeño hechizo que le fue enseñado hace tiempo para que sus ojos se volvieran de un rojo hipnotizante al igual que sus largos cabellos. 

De su pequeña mochila sacó una capa de un hermoso color vino, tejida de una fija fibra de algodón natural para cubrir sus extrañas ropas de estilo occidental, sabía que esa era una de las diferencias entre ambas partes en las cuales podría ser la diferencia entre la vida y la muerte. 

Todo parecía concordar como si fuese una de las tantas personas que venían desde la legión del fuego, la cuál había sido evacuada hace algunos meses, sus lacios y hermosos cabellos pelirrojos eran típicos de alguien de ese elemento, sus ojos daban también una señal de pureza y un alto nivel de concentración de poderes, su capa que tapaba los pantalones que llevaba y la camisa, le hacían ver como una de ellos. 

Con una rapidez increíble bajo del gran árbol y se encaminó a entrar a la Gran Ciudad, en pocos minutos había terminado de cruzar el puente el cuál conectaba con las grandes cosechas en las que se cultivaba toda la comida para sus habitantes, más allá también se encontraban los ganados, en los cuáles principalmente trabajaban como voluntarios varias personas del elemento Tal. 

Nunca había entrado a este lugar del cuál solo había escuchado historias de su grandeza, desde hacía antes que llegará al árbol había visto los grandes edificios que predominaban la zona, entre ellos dos de gran envergadura, uno que según tenía conocimiento era el edificio gubernamental, en el cuál trabajaba la señora del Ejekat y otros grandes gobernantes y muy cerca de este se hallaba el gran templo. 

En dónde se encontraban los templetes de todos los dioses, desde los más pequeños y cotidianos en lo más bajo hasta la pareja creadora de todo, el gran dios dual, de dónde todo se creó. 

 En la ciudad oscura solo había un templo de menor tamaño en el que solo se encontraban unos cuántos dioses, los más importantes pero luego de la gran crisis que pasó se cerraron varios adoratorios, inclusive estaban cerrados tres de los cuatro dioses creadores, dejando solo a uno de ellos, al dios de la guerra y al dios dual en perfecto funcionamiento. 




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