Octógora: La Legión de los Caídos.

19. Los muertos no cuentan cuentos.

"Y entonces en el día en que los ancestros vengan de la muerte, ese día el gran temible dios que nos odia, el señor de la guerra, Huitzilopochtli, nos atacará y nos intentará destruir en el monte que la gente conoce como "Cerro de los Sisimit", ahí se encuentra el último templo a la ya muerta hermana del dios, que intentó asesinarlo desde el vientre materno"

 

Estaba sudando, eso casi nunca pasaba, había estado esperando este momento por tanto tiempo y no quiero decepcionar a las diosas, necesito cumplir con mi misión antes de huir hacia una vida mejor, preparo mi arco con una flecha que anteriormente fue embadurnada con veneno de Tamakash, una serpiente venenosa que habita en los valles frondosos de está legión y que encontré en el criadero de la ciudad. 

La preparé con cuidado de no acercarme ni tocarle demasiado para no envenenarme yo misma y apunté directo a lo quería su cabeza, sería el blanco perfecto para acabar con la vida del rey. 

 Conté mentalmente hasta tres y disparé hacia la frente de Dallas Schmidt quién venía huyendo con su esposa luego de la catástrofe que se avecinaba a la gran ciudad diera sus primeras señales, pero una gran ave de plumas coloridas, un quetzal se interpuso en el camino de la flecha que terminó dando en otro lado menos la cabeza, maldije en silencio a la maldita ave que se atravesó en mi misión hasta que escuché un grito que provenía desde abajo. 

El día anterior aún recordaba ella como fue que se encontró a Taylor, había salido corriendo desde una de las casas que había en una de las tantas calles atestadas de gente por la bienvenida que le daban al día de los muertos, había decoración por todas partes que tenían que ver con la festividad, varias calaveras se paseaban por las calles, niños disfrazados de esqueletos o inclusive de los espectros que al día siguiente serían libres de sus maldiciones y lograrían viajar lejos de sus lugares que cuidaban, de sus hogares, de sus lagos o cuevas. 

Varias personas esperaban ansiosas la salida triunfal de las almas del Tlalocán, lo que no sabían es que este lugar se encontraba destruido luego del terremoto de la noche anterior, que causó grandes desastres no solo en las aldeas sino que en el castillo de los Tlalocanes sufrieron bajas, algunas paredes que rodeaban y resguardaban la edificación había sucumbido, algunos de los árboles más altos también, al igual que la entrada que en el momento del movimiento de tierra se encontraba llena de personas que rogaban poder entrar, estás venían de todos lados del Octógora. 

A pesar de todo lo sucedido se les impidió la entrada y las personas seguían esperando a que fueran abiertas las puertas para que las almas salieran hacia el mundo terrenal, luego de esto las grandes reservas que tenía la Wey Techan había casi por completo desaparecido, los bosques que le rodeaban se habían secado a una velocidad espeluznante, de la noche a la mañana solo una fina franja de árboles separaban al primer río con chinampas del desierto de los caídos. 

Sin importar el sufrimiento del resto de las legiones ninguna de estás noticias había sido anunciada o notificada en la ciudad, todos parecían disfrutar sin cesar, excepto Taylor y Austin quiénes sabían lo que les aguardaba cuando el sol saliese al día siguiente. 

Había esperado todo el día anterior frente al gran edificio de gobernación escuchando las noticias y chismes que se hablaban de la realeza, así obtuvo la información acerca de que se Yolotzin y Dallas se hospedaban en un nuevo palacio construido especialmente para ellos. 

Iría dentro de un rato a investigar acerca de los horarios del joven rey, antes quería ir al templo a dar ofrendas a las diosas, especialmente a la dama de la muerte, antes de continuar con su misión, llevaba puesta la misma capa color rojo vino, con sus cabellos pelirrojos que hacían que varias personas se le quedaran viendo. 

Ella deseaba terminar rápido con esto, pronto volvería a su antiguo apartamento en Chelsea King's Rd, Radnor Walk, casa número cuatrocientos tres como recordaba, esa era la dirección que le habían dado cuando le tocó mudarse a Londres mientras rastreaban al hermano menor de Dallas, Oliver. 

No mentiré con que me gustó vivir en las comodidades que habían inventado esos traidores, esos seres inferiores que no podían ver lo que nosotros si, excepto las personas que viven en la ciudad del noveno elemento, ellos habían perdido la vista de la naturaleza, de los dioses, de la vida, ahora se habían convertido en algo parecido a estos seres. 

Bebían y vivían sin importarles los demás, los bosques se habían acabado frente a ellos y no reaccionaban, cada atardecer me fijaba desde las cumbres de los árboles, se veía como los árboles escapaban, como los animales huían de este lugar, sabían que algo grave vendría, pero no sabía de qué. 

Mientras caminaba rumbo a un puesto de comida que olía rico desde que pase por la calle, al estar a unos metros escuché que una voz gritaba mi nombre con desesperación, al darme la vuelta me encontré a una chica de cabellos castaños, un poco bronceada y con una voz que ya había escuchado antes, era Citlally o como la conocían en el mundo terrenal Taylor Farrell, una hija de Tit. 




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