Octubre, 2017

Presentación de libro | Entre la Niebla, la Memoria, por Arnoldo de la Garza

Portada del libro reseñado

Juan Rulfo decía que el buen escritor no refleja en su obra la realidad, sino crea una distinta, mejor. Nos encontramos en un entrecruzamiento de emociones y un cúmulo de experiencias y aunque el artista debe en buena medida rendir testimonio de su tiempo y en general de su circunstancia, el hacerlo de manera lisa y llana nos deja ante una mera crónica, no ante una encomiable narrativa de ficción. Groso modo, la literatura que nos ocupa consiste en una labor comunicativa hecha en registros extraordinarios.

La memoria, en este sentido, genera las pulsaciones a quien se da a la tarea de escribir, es una de las materias primas, pero esta, al permear por nuestro ser, adquiere una marcada autonomía de los hechos que le dieron origen: los seres humanos de entonces, ya en plano metafísico, pueblan los recuerdos más comunes y rebasan la frontera de la cotidianidad: se vuelven nuestros, en los términos y condiciones que las filias y fobias les imprimen. Tal vez —solo tal vez—ahí se encuentre el germen creativo.

Conocí al maestro Felipe de Jesús Michel cuando asistí por primera vez al taller literario —de cuento corto— impartido por nuestra querida y admirada escritora Patricia Laurent Kullick, en enero de 2012. Lo ocurrido desde la primera lectura de uno de sus cuentos fue, insisto, meta cotidiano: era claro, su narrativa estaba impregnada por evocaciones de su infancia y primera juventud, marcadas por ese universo particular llamado Casimiro Castillo, Jalisco, su pueblo natal, con los vaivenes familiares, escolares y, desde luego, la interacción con la naturaleza. El trance —siempre doloroso— que significa mudarse en plena adolescencia a una gran ciudad, también nos envuelve a la postre, pero esos recuerdos de inmediato se vuelven nuestros, gracias a la voz del maestro Michel, quien al echar mano de trazos literarios con una clara denominación de origen, los coloca en esa enorme memoria colectiva en cita, con generosidad puesta al alcance del lector.

Los cuentos que integran la colección Caminar entre la niebla, con todo y su atinada autonomía, tienen ese río subterráneo el cual los identifica; la niebla aludida es la misma que se presenta ante la mirada de un pueblo como el nuestro, lleno de eventos tragicómicos, célebres y desconocidos. En esta obra aparecen con agradecida frecuencia la mujer en principio inalcanzable, a la cual a veces –paradójicamente- se le roba un beso o incluso se le palpa el sudor; ahí está también presente, sin escape alguno, el cacicazgo tan nuestro, manifestado de muchas formas, desde el líder estudiantil ególatra y acomplejado hasta el entrenador de lucha libre haciendo pedazos un sueño germinado desde la niñez; nos saluda el artista de barrio, héroe de una docena de jovencitos, quien apenas puede articular una frase, pues es presa de la perpetua intoxicación. Son solo algunos esbozos que, estimo en bien, invitan a acercarse al mundo de nuestro entrañable autor.

“Casi toda la escritura nace del tormento de algún recuerdo”,

escribió Tomás Eloy Martínez. Es cierto, somos una sociedad atormentada, pero esta nunca deja en el olvido las tumbas, pues además de darles mantenimiento y llevarles flores, también las insulta y les lanza dardos emponzoñados a todo ese desfile de espíritus multiformes. Esto nos lo recuerdan los cuentos de esta tarde. “¡Que chingue a su madre el supremo gobierno!”, vocifera el anciano del cuento “Abuelo en la Niebla”, y poco hay más liberador que la voluptuosidad del insulto lanzado al horizonte. ¿Cómo no echarle la culpa al viento? ¿Cómo no decirle a la vida sus verdades, si dos muchachas nos atraen –generando indecisión- pero terminan amándose entre sí? ¿Si el jefecillo nos exige la coautoría de nuestro texto? ¿Si el cacareado maestro de literatura, con los sesos tostados, confunde y desilusiona? ¿Si la maestra encarga lecturas de autores desconocidos por ella?

A fin de cuentas, los personajes —sobre todo los protagonistas— nos devuelven el sosiego y lo hacen incluso a regañadientes, porque, como reflexiona el personaje del cuento “Viernes de Venus”, “un adiós es un adiós y no se necesitan dos para efectuarlo”. Ellos atraviesan la niebla, por supuesto, y por momentos no la pasan nada bien, pero al final se asoman a un mundo despejado, más sano, más libre y, es lo fundamental, más humano.

 

Arnoldo de la Garza Hinojosa. Nació en la ciudad de Monterrey, Nuevo León, en 1976. Es Licenciado en Derecho y Ciencias Sociales por la Universidad Autónoma de Nuevo León; desde el año 2001 se desempeña como especialista en Derecho Fiduciario dentro de los ámbitos financiero, inmobiliario y corporativo. Escribe cuento y poesía. Ha publicado en las revista Oficio y La Nuez, entre otras, así como en la antología de cuentistas regiomontanos Historias e Histerias, editada en 2012. Actualmente trabaja en la post producción de su álbum musical como solista, con el alter ego “Nicasio Monteolivo”.



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En el texto hay: poesia, cuento, poesia versos

Editado: 30.10.2019

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