Ilana (Lilyth)
Sentí el poder asentarse en mi interior con una solidez deliciosa. El cuerpo era... adecuado. Frágil, sí, y con una resistencia limitada, pero maleable. La breve punzada de la luz ancestral que intentaron usar para expulsarme fue un fastidio momentáneo, una picadura de mosquito para un dragón. Me había retirado, sí, pero solo para enraizarme más profundamente, para tejer mi esencia en cada fibra de este miserable receptáculo.
Observé sus rostros derrotados, la sorpresa y el horror pintados en sus facciones. El demonio traidor, Asmodeus, yacía en el suelo, su poder visiblemente mermado. El mortal, Caleb, me miraba con una mezcla de incredulidad y dolor punzante. Su apego era una debilidad que explotaría sin dudarlo. Y el otro mortal, el que se movía como una sombra, apretaba sus ridículas dagas, su valentía tambaleándose al borde del colapso.
—Qué decepción —dije, mi voz la de la niña, pero imbuida de la autoridad de siglos—. Creí que serían un desafío mayor.
Los hechiceros, sintiendo mi control reafirmado, intensificaron sus cánticos. La energía oscura en la cámara pulsaba de nuevo con fuerza, alimentando mi poder, consolidando mi dominio sobre este mundo, comenzando por este patético santuario.
—Llévenlos —ordené a los demonios, señalando a mis prisioneros—. Encierrenlos en las cámaras inferiores. Tendrán tiempo de reflexionar sobre su fracaso.
Los demonios obedecieron de inmediato, arrastrando a Asmodeus, Elías y a un Caleb que se resistía débilmente. Kurosh intentó interponerse, pero una simple onda de mi poder lo lanzó contra una pared, dejándolo inconsciente.
Sonreí. La resistencia era inútil. Mi regreso era inevitable, y estos insignificantes seres serían testigos de mi ascenso.
Me volví hacia el altar de obsidiana, su superficie agrietada un testimonio de la breve perturbación. Canalicé mi energía, reparando las fisuras, restaurando su poder. Este lugar sería mi ancla, mi punto de apoyo en este mundo que una vez me había rechazado.
Los hechiceros continuaron sus cánticos, sus voces ahora llenas de una sumisión servil. Sentía su poder fluyendo hacia mí, fortaleciéndome, preparándome para la siguiente fase de mi plan.
Mi mirada se posó en el cuerpo que habitaba. Ilana. Una niña obstinada, con una conexión inesperada con una línea de sangre antigua. Su resistencia había sido molesta, pero al final, su voluntad se había quebrado. Ahora, su mente era un laberinto oscuro para mí, pero con tiempo y paciencia, la exploraría por completo, borrando cualquier vestigio de su existencia.
Un pensamiento cruzó mi mente, una punzada de curiosidad. El demonio traidor, Asmodeus, había mencionado un lazo, un afecto por este recipiente. Una debilidad interesante. Tal vez podría usar eso en mi beneficio.
Salí de la cámara del altar, dejando atrás a mis seguidores. El santuario era un lugar de poder, pero también una prisión. Necesitaba expandir mi influencia, reclamar lo que era mío por derecho. El Edén... esa palabra resonaba en mi interior, un eco de una injusticia antigua.
Mientras caminaba por los pasillos oscuros del santuario, sentía la presencia residual de la niña en este cuerpo, pequeños destellos de memoria, emociones fugaces. Miedo, confusión, un lazo persistente con el mortal de ojos oscuros. Eran débiles, insignificantes, pero debía estar atenta. No subestimaría su capacidad de aferrarse a la luz.
Llegué a una sala con un espejo oscuro, su superficie opaca. Lo toqué con una mano, canalizando mi poder. La superficie tembló y se aclaró, revelando un rostro familiar, aunque con una expresión fría y calculadora que nunca le había pertenecido.
—Lucifer —dije, mi voz la de Ilana, pero con un tono que lo haría detenerse y escuchar.
Su imagen se enfocó, sus ojos oscuros brillando con una curiosidad astuta.
—Lilyth. O debería decir... Ilana. Un disfraz interesante. Veo que tu regreso ha tenido sus... complicaciones.
—Un pequeño contratiempo —repliqué, sin dejar que mi frustración se mostrara—. El resultado final sigue siendo el mismo. Estoy aquí.
—Y con un nuevo envoltorio —comentó, su tono divertido—. ¿Te resulta... cómodo?
Sentí una punzada de irritación ante su burla.
—Es funcional. Pero mi objetivo sigue siendo el mismo. Reclamar lo que me pertenece. Y tú... tienes un papel que jugar en eso.
Su sonrisa se ensanchó, revelando un atisbo de sus afilados dientes.
—Ah, sí. El Edén. Una ambición audaz. Y dime, Lilyth, ¿cómo planeas asaltar las puertas del cielo con el cuerpo de una mortal?
—Tú tienes tus propios rencores contra ellos —respondí, ignorando su tono condescendiente—. Tu propia guerra. Podemos ser aliados en esto.
—Aliados —repitió, saboreando la palabra—. Una propuesta interesante. ¿Qué ofreces a cambio de mi ayuda?
—Mi poder —dije con firmeza—. Un poder que crecerá con cada alma que doblegue, con cada reino que caiga. Juntos, podríamos cambiar el equilibrio de todo.
Lucifer permaneció en silencio por un momento, su mirada penetrante. Finalmente, una sonrisa lenta se extendió por su rostro.
—Una oferta tentadora, Lilyth. Muy tentadora. Veamos cómo te desenvuelves con tu... nuevo disfraz. Cuando demuestres que eres capaz de mantener tu parte del trato, hablaremos de alianzas. Hasta entonces... diviértete jugando a ser mortal.
La imagen en el espejo se desvaneció, dejándome de nuevo en la oscuridad de la sala. Lucifer era un jugador astuto, y no confiaría en él por completo. Pero su interés era evidente. Y su ayuda podría ser invaluable.
Volví a concentrarme en el cuerpo que habitaba. Ilana. Necesitaba entenderla mejor, sus recuerdos, sus lazos. Podrían ser armas útiles. Y la punzada persistente de su resistencia... la aplastaría por completo. Este cuerpo era mío ahora. Y lo moldearía a mi voluntad, convirtiéndolo en el recipiente perfecto para mi venganza. Mi reinado comenzaba.
La tarea de desentrañar la mente de Ilana resultó ser más intrincada de lo que anticipé. No era un lienzo en blanco, sino un tapiz intrincado de recuerdos, emociones y lazos persistentes. Su afecto por el mortal Caleb era una constante molesta, un hilo dorado que se negaba a romperse por completo. También había fragmentos de lealtad hacia Asmodeus, una gratitud confusa mezclada con un temor reverente.