Capítulo 9
Luca
Iba saliendo del local, cerrando todo con llave, ya que a mí me toca cerrar hoy. Cuando veo a un grupo de chicos pasar por ahí, me había percatado que uno de ellos era Joshua, el chico de la mañana, nos quedamos hablando en una banca afuera de la tienda. Me sorprende la capacidad que tengo ahora para entablar conversación con alguien completamente desconocido para mí, no tengo idea de cómo llegamos a hablar de esto.
– O sea... ¿Te gusta o no? – indaga colocando sus codos sobre sus rodillas animado por la conversación.
– Tal vez – hablo restándole importancia a lo que digo.
– Mmm tal vez... ¿Son viejos amigos? O ¿La acabas de conocer? – Joshua sigue hablando y yo solo sonrío por lo curioso que es.
– Olvídalo, no importa – digo dejándolo sin argumentos, por fin se ha callado.
El silencio no dura mucho porque vuelve a hablar.
– ¿Por qué si esta chica te gusta, no le declaras tu amor? –pregunta cruzando los brazos dramáticamente.
– No es tan fácil – digo recostándome en la banca. Él me mira antes de hablar nuevamente.
– ¿Qué podría ser lo peor? – pregunta haciendo una pausa. – ¿Qué te rechace y queden como "amigos"? – exclama Joshua haciendo gestos de comillas con sus dedos.
– Supongo que amigos, ya son, no pierdes nada – termina diciendo. Suena tan fácil para él.
Todo lo que acaba de decir me deja pensando, pero solo hay un pequeño gran problema, llamado Derek Owet.
Algunas personas tienen suerte y otras, como yo, conformándose con una amistad, una bonita amistad. Creo que estoy bien con eso.
Una triste sonrisa se dibuja en mi rostro.
– Tienes razón – digo levantándome, dando por terminada esta conversación.
Es hora de ir casa, ha sido un día agotador.
– ¿No quieres que te lleve? – pregunto al chico que aún sigue sentado.
– No, vivo a unas calles de aquí – responde señalando el otro lado de la calle.
Arranco y me coloco el casco acelerando a toda velocidad.
Al llegar, me sorprende ver la puerta abierta. De inmediato bajo tirando el casco a un lado. Al entrar no veo a nadie, lo cual me sorprende aún más.
– ¡MELI! – exclamo con un tono de voz muy elevado. Me dirijo a su habitación y ahí la veo, tendida en la cama, una vecina está a su lado sosteniendo su mano.
– ¿Qué paso? – pregunto al verla tan vulnerable, aunque ya sepa la respuesta.
Esta demasiado pálida. Eso me asusta.
– En todo el día no ha comido nada y ella no quería que te molestara – informa la vecina mirándome con tristeza. De ninguna manera me estaría molestando.
A Meli la habían diagnosticado cáncer, el cansancio era muy frecuente en ella y lo débil que se sentía hacía que decayera por completo dejándola sin fuerzas para sostenerse, pero ahora esto es diferente, ni siquiera ha comido nada.
– ¿Por qué no está aquí el doctor? – pregunto acercándome a ella. Saco mi móvil rápidamente y llamo a emergencias.
– Es tiempo – habla Meli, ignoro por completo lo que dice, mientras del otro lado de la línea avisan que ya vienen en camino.
– No digas nada, todo estará bien – aviso tomando su mano.
Iremos al doctor, la atenderán y volveremos a casa, me lo repito una y otra vez, sé que será así, debe ser así.
Observo como la pasan a una camilla y la sacan de su cuarto, voy atrás de ellos, cierro todo y subo a mi moto dirigiéndome al hospital central.
Saldremos de esta Melissa.
Al llegar no me dejan pasar en el área de urgencias, me siento en unos de los bancos que hay en la sala de espera, odio estos momentos en donde la impotencia me consume, todo lo que hoy soy es gracias a ella y no puedo hacer nada para ayudarla.