KELLEN
Caí al suelo, después de que la hierba por fin saliera de la tierra. Los callos en mis manos habían explotado, llenándome de pus y ardor del demonio. Me inspeccioné la zona, haciendo una mueca de dolor.
—¡Kellen! —gritó mi padre, del otro lado del maizal—, date prisa, no falta mucho para caer la noche.
Me restregué las manos, con mi camiseta de lana gastada, sintiendo el ardor con más potencia. Ignorando todo, continué, maíz a maíz. Sacando lo que podamos rescatar antes de que los de arriba se llevasen todo. El pañuelo rojo que mi madre me había obsequiado, unas quince lunas antes de que se la llevarán, era lo que cubría mi frente. Eso evitaba, por lo menos, que el sudor no obstruya mi visión.
El primer toque sonó, y sabíamos que teníamos que huir.
Amarré el maíz, cargándolo en mi espalda, así, corriendo entre los demás para no ser atrapado. Me moví de lado a lado, intentando saltar las trampas, que ya las tenía bien ubicadas.
Volteé innumerablemente, intentando localizar a mi padre en el montón de gente que venía corriendo tras de mí. Tropecé entre la maleza, incorporándome nuevamente, apenas sintiendo el golpe que acababa de darme en la cabeza.
—Kellen, corre —Escuché la voz de mi padre a un lado, y mi corazón se tranquilizó.
Aceleré el paso, ahora sin mirar atrás, no había gritos. Esta vez no habían tomado a nadie.
Tos seca, risas nerviosas y bufidos, era lo único audible cuando comenzábamos a pasar el puente para llegar a casa. Tomé el hombro de papá, y le ayudé con su bulto de maíz. Mi padre había envejecido más rápido desde que mi madre se fue, no sabíamos si aún sigue con vida, pero es notable que ya no está. Verlo de esa forma, dolía, y mucho.
La primera persona que apareció en mi campo de visión, fue Araxi, que corrió a ayudarnos.
—¿Tuvieron problemas? —inquirió, tomando algunas cosas que traía encima.
Araxi era de las pocas chicas carismáticas del pueblo, había veces que ella misma preparaba el alimento de todos los de aquí, con ayuda de su madre, Abril Miller. Se habían llevado a su hermano mayor, apenas hace catorce lunas. Pero ella era tan optimista que de alguna forma sentía que lo volverían a ver, por lo menos para despedirse.
Araxi era alta, quizá más que yo, delgada y rubia, tan rubia que sus propias pestañas eran doradas a la luz del día; un lunar negro se posicionaba cerca de la comisura de sus labios, del lado derecho. Tenía ojos pequeños, y color celeste. La recordaba desde niños, íbamos juntos al maizal con mi padre y su hermano Theo, ya que él era mayor por mucho a nosotros.
—Tuvimos que correr, de nuevo —afirmé, pasando frente a las personas que nos miraban curiosos.
Nos detuvimos en un medio círculo, contando a todos a nuestro alrededor. No faltaba nadie.
—El maíz reunido, nos alcanzará por lo menos dos lunas más —aseveró mi padre, dejando la paca enorme que tenía entre las manos. La gente se acercó, tomando algunas para la cena de hoy, así alejándose al mismo tiempo que agradecían el alimento.
Abril Miller fue una de ellos, pero se quedó en el medio, indicando que hicieran el fogón para preparar la sopa para los restantes, ya que la mayoría, no sabía preparar ni un solo alimento.
—Mateo, puedes quitar las mazorcas de esta paca, por favor —indicó Abril, tirando unas cuantas, cerca de mi padre.
Me alejé, para poder ver si Amaia seguía dentro de la choza. Mi hermana, había enfermado de algo extraño, nadie sabía si era degenerativo, o curativo, llevábamos tiempo metiéndole todo tipo de hiervas para que se curase, nada había funcionado, aún.
—No ha despertado —susurró Baek, amigo íntimo de Amaia, que se había ofrecido a cuidarla mientras salíamos por comida.
Ojos rasgados, robusto y de estatura media. Baek era como de la familia, desde que declaró su amor por mi hermana menor.
Recargué mis manos sobre la pequeña mesa hecha de pajar seco. El frio comenzaba a entrar por todos lados. Amaia sudaba sin cesar, y temblaba, dando pequeños pujidos de dolor. Sus mejillas estaban rojas, pero sus labios eran demasiado claros.
—Estará bien, Kellen —animó Baek, dando golpes pequeños en mi hombro.
Enseguida entró Araxi, deteniendo su paso justo frente a Amaia.
—El estofado está listo —dijo, acercándose a tomar la temperatura de mi hermana. Así ellos le decían.
Ambos salieron después, y miré el rostro de mi hermana un momento.
—No morirás, lo prometo —Le hice la promesa, besando su sien.
En cuanto salí, ya había un círculo de personas, esperando a que dividan la porción igual, para que nadie quede con problemas de porcentajes.
—¿Amaia? —preguntó papá, y negué.
Este puso una línea recta en sus labios, acercándose al fogón. Miré a las personas, todas caminaban igual, como si estuviesen cohibidas de algo o de alguien, no las culpaba en absoluto, todos habíamos perdido a alguien o a más de uno de nuestro círculo familiar.
Baek, había perdido a todo su círculo familiar desde niño, y al parecer estaba tranquilo.
—Vamos Kellen, toma algo —dijo Araxi, sacándome de mis pensamientos vagos. Sonreí, acercándome entre todas las personas.