Oda por la Estabilidad Bipolar

Parte II

 

Parte II

 

 

Andrea Bocelli se deja la voz en un bonito tema de Ed Sheeran.

Aún la tarde está dando sus primeros coletazos que ya se percibe la caída del ocaso.

El tabaco vuelve a arder en el cenicero.

Mientras, en mi cabeza, la mente burbujea caprichosa.

Lo hace en torno a la pérdida, y en cómo ésta nos afecta en mayor o menor medida.

 

Ignoro si los que padecemos de bipolaridad somos un bloque amante, en su totalidad, de una vida sin naturaleza cambiante.

Yo, desde luego, sí lo soy.

Me hieren los cambios, hasta el punto de que las heridas rara vez cierran y siempre sangran cuando las acaricio con mi ojo interior.

Todo cambio, por nimio que sea, acarrea cierta pérdida.

Como un ladrón que se lleva lo hurtado bajo el brazo.

Como un tiburón que arranca sin miramientos un trozo de ti mismo.

Es cierto. Vuelve a salir el sol. Con esfuerzo y regularidad, raros son los casos en los que la cosecha se torne nula.

Sin embargo, como he anunciado antes, quiero hablar más en torno a la pérdida.

 

Vivimos en un mundo donde se busca, se enaltece e incluso se premia el jactarse de lo logrado. Tanto da si ha sido a cualquier precio. Tanto da lo que ha quedado por el camino. Una pose chulesca en la ansiada fotografía final es lo único que se cree que prevalecerá. Incluso se hace uso de profesionales en psicología para lograr dejar de mirar atrás.

Dejar bien enterrado y sin rastro lo que hemos quemado en nuestro ascenso. Y lo que es peor: Los que hemos usado.

A menudo comento que, cuando escucho una crítica, tiendo a aplicármela a mí mismo en primera instancia, vaya o no dirigida a mí.

Tú, querido lector, quizá hagas lo mismo.

El problema está en que tanto da el bando por el que te posiciones, pues las flechas vuelan en todas direcciones en este escabroso terreno.

¿La conciencia arde cuando echamos la vista un poco atrás?

Señal de que un peso del que, aliviados, nos hemos desprendido, en verdad camufla un deleznable acto. 

¿Nos duele el corazón al pensar en personas que ya no están en nuestras vidas?

Señal de que algo injusto, y posiblemente cruel, ha caído sobre nuestros hombros.

Ambos casos arremeten contra nuestra integridad, enriqueciendo la materia prima oscura de la que se sirven las peores pesadillas.

En ambos bandos del conflicto, nuestra estabilidad puede llegar a saltar por los aires, en una tortura mental tan constante como tóxica.

 

 

¿Debemos entonces librarnos de toda carga y vivir en una perfecta circunferencia zen?

Pienso que ni es propio del ser humano, ni de la naturaleza, ni del universo al que pertenecemos, plantear el curso vital como una balsa de aceite.

Lo que hay que tener es memoria.

Maldita sea, hay que aprender a vivir con ese peso. A tratar de sonreír con las ganas de antes. A mirar como antaño, pese a que las ojeras incluso duelan.

Porque solo así se nos generará un nuevo abanico de oportunidades.

No obstante, si hemos decidido enterrar las pruebas del camino al éxito o hemos borrado el rastro de quién nos defraudó, en ambos casos no habremos aprendido nada.

Cual burro, tropezaremos una y otra vez con las mismas piedras.

Si hay seres a los que se les expulsa de los paraísos por un simple bocado, ¿Qué cabe esperar para quien se pega un festín ininterrumpido de crueldad?

 

La respuesta a eso me resulta aún esquiva.

 

Dicen que el tiempo deja a cada uno en su lugar, pero yo ya he visto a muchas personas morir sumidos en una pena del todo inmerecida. Y veo a otros brillar con sonrisas que, como poco, deberían perder los dientes de un buen puñetazo.

Hay que tener memoria. Cuanto más buena, mejor.

Es la única forma de dar con la senda correcta, vaya ésta por donde vaya y conduzca donde conduzca.

 

El problema principal que, veo, gira en torno a la pérdida, es la podredumbre de la propia alma humana. Su tendencia al maquillaje y, por tanto, al engaño y la ocultación en todos los niveles.

Cuando los motores de un vínculo rotan gracias a combustibles tales como el interés, la envidia, el miedo o incluso el odio, tanto dará quien resulte vencedor en esa macabra guerra invisible. Todos los implicados perderán.




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