Oda por la Estabilidad Bipolar

Parte VIII

 

Parte VIII

 

 

¿Se puede borrar nuestra visión del mundo?

¿Se puede regresar a interpretaciones anteriores?

¿Se puede agarrar cuanto somos y meterlo en una lavadora?

 

No debe ser tarea sencilla, siempre y cuando negocios como los bares reúnen a tantas almas empecinadas en lograr la evasión a base de tragos.

No debe resultar fácil, teniendo en cuenta las lágrimas que misteriosamente nos asaltan en momentos no calculados.

 

Pues, si pudiésemos arder y resurgir, impolutamente como antaño, ¿Qué sería de aquellos a los que hemos damnificado en el camino?

 

No, no podemos volver atrás.

Si ni siquiera está a nuestro alcance el detener el tiempo, ¿En qué cabeza cabe pretender reconquistar aquello que en verdad terminó por escapársenos?

 

Todas las partes han comenzado presentando un tema. La melodía que habría de acompañarme durante el tecleado. Y esta no va a ser una excepción.

Suena el tema de los temas. 

El ‘Life and death’ de Lost.

Notas que ponen un puño en mi garganta y prácticamente empapan el teclado con mi llanto más inevitable.

 

En la búsqueda de la estabilidad es importante ubicar cuándo ésta fue perdida.

En el caso de un bipolar de nacimiento, parece una tarea algo compleja. Cuanto menos, complicada.

Pero dejémonos por un momento de enfermedades.

Seamos honestos, no todo en esta vida corresponde a una fase de locura.

 

Una vez fui alguien entero.

Una sola pieza buscando encajar en el puzle del mundo. Buscando el amparo y la protección que todos buscamos. Unos en el dinero, otros en sus semejantes, algunos en la naturaleza, todos parecemos andar en busca de.

Yo andaba en búsqueda y captura de mis más altos ideales.

La irrupción de lo maníaco depresivo me abocó de cabeza a la mala vida, a los malos hábitos y a lidiar con una mezcla tóxica de miedo, odio, ira, envidia, frustración y sed de venganza internas.

Como en toda la mierda que se tapa, le herida acaba por pudrirse.

Si no hay vuelta atrás, solo queda aplicar métodos de curandero sobre la marcha.

Esperar que el agujero en el navío no sea para tanto. Que no acabe por hundirlo.

 

 

Pero imaginemos por un momento que pudiésemos perdonarnos a nosotros mismos.

No a ese nivel de red social tan ‘posturesco’.

Me refiero a un nivel tan real como solo nuestra mente llega a concebir.

Hago referencia a todos esos malos recuerdos que nos perforan cíclicamente el corazón. Sean de la naturaleza que sean.

La fuente del dolor.

Imaginemos que pudiésemos acceder a ella. Que tuviese un rostro. Que poseyese una mirada a la que dirigirnos y en la que vernos reflejados.

Una conversación con el origen de todo nuestro mal.

 

Supongo que todo tiene que ver con la tragedia de nuestra misma existencia.

Con el lado amargo de estar vivos.

Y no se trata de andar sujetos al inclemente paso del tiempo, ni a nacer sin haber aprendido nada.

Son muchas las personas que confluyen en los mismos dolores, idénticas carencias y fatales destinos.

 

Precisamente de eso trata el término estabilidad en sí mismo.

Se trata del oasis que podemos erigir en pleno desierto.

No se habla en ningún momento de aves fénix, ni de fuentes de eterna juventud.

Se habla de estabilidad, de saber anticiparse, o cuanto menos reaccionar a tiempo, al creciente oleaje que, de no controlarse, acaba siempre en tormenta marina.

 

No todo consiste en abandonar sustancias tóxicas, sino también en hacer lo propio con ciertas actitudes que solo nos conducen a cielos y a abismos falsos.

Sí, nos enriquecen la vida.

Cuando nada más parece tener sentido y todo comienza a perder el color… Ahí está nuestra escapada tan sentida.

Echamos mano de momentos pasados para enaltecer o condenar, sin ser conscientes de que tales actos solo añaden peso a las cadenas que todos arrastramos.




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