Parte X
Ed Maverick rasguea la guitarra, acompasando con su voz la melodía resultante.
Estaba yo fumándome un cigarrillo en la galería cuando me ha asaltado una idea.
Pronto, ésta se ha ido ramificando en una suerte de esqueleto con una clara columna vertebral: El psiquiátrico.
Supongo que la lectura de dicha palabra generará en ti, querido lector, ya de por sí, una mezcla de morbosa curiosidad e incómoda situación.
No es para menos.
Toda un aura de leyendas urbanas varias impregna los psiquiátricos desde que éstos existen.
Pero la realidad, como siempre, es diferente si uno ha estado en primera línea del frente de batalla.
Las enfermedades mentales más severas parece que vengan con un montón de entradas gratis al show más delicado de la psiquiatría.
Muchos pacientes ven interrumpidas sus vidas cíclicamente, con estancias de mayor o menos longevidad en lo que denominaremos pabellones.
La sociedad, fría como sí misma, suele mirar a otro lado cuando un ingreso acontece.
Inclemente, reemplazará y borrará el rastro de la persona caída, siempre con tal de garantizar la fluidez en sus engranajes.
Pero, ¿Qué es lo que ocurre dentro de los psiquiátricos?
La respuesta, en mi caso, queda atada al transcurrir de diferentes épocas.
En un inicio hubiese estado dispuesto a quemar todos y cada uno de ellos, sin importarme demasiado quién hubiese o no en su interior.
Eso viene a raíz de la inmadurez en cuanto a la aceptación de nuestra propia enfermedad.
A menudo, y sobre todo los bipolares en fases altas, nos sentimos poco menos que súper hombres. Apenas necesitados de horas de sueño y con la mente en constante ebullición, esta combinación se alía con la constante sensación de estar energéticamente pletóricos.
El resultado, a poco avispado y pícaro que sea el individuo, es claramente imbatible.
No obstante, los fuegos de lo maníaco acaban por acelerar tanto el curso de los acontecimientos que hacen patente lo ineludible: Patinazos a la psicosis.
Unos rasgos psicóticos intolerables para el gran rebaño, aquel acostumbrado a hacer la compra, ver la televisión, dormir en coma y trabajar un puñado de horas. Un rebaño del que, el paciente en manía, se siente lejano y apartado, en una suerte de bendita independencia. Un rebaño que, cuando vea caer al desgraciadamente famoso súper hombre, sonreirá, satisfecho de poder regresar a su inalterable rutina.
He hecho este análisis social ubicando mi mente en los pensamientos que tenía en las épocas más tempranas de diagnóstico.
Una época en la que, como todos los que hemos volado alto por enfermedad, había tantos sueños por alcanzar como kilómetros de caída por descender.
De modo que regresemos a la pregunta inicial:
¿Qué es lo que ocurre dentro de los psiquiátricos?
En una fase intermedia de aceptación de la propia enfermedad, uno empieza a comprender la labor que se desarrolla por parte de los profesionales.
En este punto ya no querríamos quemar a nadie, aunque seguiríamos calcinando los edificios.
El inmenso conjunto de profesionales de la salud mental no son más que médicos, enfermeros, cuidadores y personal de limpieza y mantenimiento cumpliendo con su jornada laboral.
El hecho de que se trate de buscar algo más en esto, así como la testaruda reclamación de atención, solo responden a que, durante mucho tiempo, nos hemos creído tan especiales que hemos dado por cierto que lo éramos.
Y el hecho de que la vida nos amolde los pies a la tierra a martillazos no es algo que ningún sistema ni sociedad imponga. Es de pura lógica que uno no puede volar anti natura con un inconsciente modus operandi sin tener que aterrizar.
Aquí encuentro la última fase de mi respuesta a la gran pregunta.
Pues aterrizar, en multitud de ocasiones, supone algo peligroso para los demás y para nosotros mismos. Ruina, suicidio, agresión verbal y física, conducta imprudente y temeraria… La lista de pistas de aterrizaje es larga.
De modo que, tratando de seguir el tono de estos ensayos, intentaré responder del modo más sobrio posible.
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trastornos mentales, diario de vida, pensamientos y reflexiones
Editado: 20.06.2021