Oda por la Estabilidad Bipolar

Parte XI

 

Parte XI

 

 

Suena Wish you were here de Pink Floyd.

 

Se trata de un tema especial, tanto para mí como para mi pareja.

Tras un periplo de más de un año como relación a distancia, nuestra unión fue encontrando pilares en cosas como ésta.

Una canción. 

Un simple tema que, cada vez que me lo pongo, me recuerda tiempos de promesa que lograron fraguar una de las épocas más felices de toda mi vida. Y eso no es moco de pavo.

En plena efervescencia maníaco depresiva, poder afirmar que uno se siente pleno e ilusionado, es mucho más de lo que cabría esperar.

 

Así introduzco este ensayo, en una fecha señalada que trataré de abordar: El día de la mujer.

En primer lugar, voy a lanzar una granada a modo de fuegos artificiales.

No debería caer en la moda algo tan importante como la reivindicación.

Evidentemente, una jornada especifica facilita y organiza toda movilización, pero también la integra dentro del sistema.

Existen abominables acciones en muchos terrenos, y deberíamos clamar al cielo por todas y cada uno de ellas a tiempo completo.

Si no, la sociedad puede caer en la visualización de un partido de tenis a múltiples bandas de naturaleza infinita. 

Distraída cada día con el plato que se tenga a bien estipular de menú.

 

Este frente de batalla concreto ostenta, cómo no, factores de auténtico escándalo.

Me basta con la contrapartida que el patriarcado esgrima como bandera y fusil de asalto: El maltrato psicológico. Se trata de un territorio que por desgracia domino, pues mi trastorno se encarga a diario de aplicarse a fondo en la deleznable tortura de mi mente.

¿Por ello tengo un pase para desahogarme con los demás?

Causar mella en la psique ajena es algo que no corresponde a ningún sector particular de la especie humana. Le pertenece, legítimamente, al conjunto. Desde que dio sus primeros pasos hasta, muy posiblemente, el fin de sus días.

Una batalla que se ha recrudecido con la irrupción de lo digital.

Un sálvese quién pueda en el que se lucha a base de puñalada trapera y por la espalda.

 

 

No. No me sirve como argumento contra la violencia machista.

Me suena a cazador cazurro, de mente más cruel que retrógrada.

Porque va siendo hora de apuntalar a los canallas.

 

Eso no implica mayor crueldad que la de aplicar justicia a la mezcla.

No es necesaria una vendetta agresiva y contraria a todo el daño sufrido.

Creo que, con la elegancia de consolidar e igualar derechos, la guerra quedará diluida para siempre en un ácido que solo corroerá a aquellos que se han ido beneficiando de las circunstancias especiales.

 

¿Qué circunstancias son esas?

 

La casa, la educación de los hijos, el trabajo que complementa el sueldo principal, el aguantar a la pareja colocada “porque está muy estresada”… Todo para la mujer. Vamos, adelante, que luego pagando una cena, con unas flores y un polvo todo se calma y el engranaje sigue girando.

Eso si no se tuerce la posición de privilegio.

Si chulean al machito, esos valores tan de derechas como la entereza y el honor, pronto pasarán a un puño en alto que, a menudo, hablará a golpes. O a empujones, que ya nos conocemos.

Pantomimas de un bucle que se retroalimenta en cada casa, con actos de mayor o menor envergadura.

 

Hay que romper con la podredumbre acumulada.

Ésta es tanta y apesta de tal forma que contagia a cada nueva generación.

La aplasta sin contemplaciones.

 

Hasta aquí mi escueto análisis de un tema tan trascendental.

Soy consciente de la problemática, pero no puedo sino estar a favor de soluciones que no conduzcan a la sangre.

Que sí, que se ha derramado la de miles de millones de mujeres a lo largo de la historia… Tanta como la de animales maltratados.

Déjame aclararte, querido lector, que, para mí, los animales tienen tanta o más importancia que los seres humanos.

Y no solo por su honestidad, sinceridad, pureza y lógica de vida. 




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