Oda por la Estabilidad Bipolar

Parte XII

 

Parte XII

 

 

Estoy escuchando con todos los sentidos el tema de Carlos Sadness ‘El día que volviste a la Tierra’.

Menudo sujeto este Sadness.

Teledirigida, me llega una flecha directa al corazón.

Como si se tratase de un cantautor tan profundo como canalla, cosa que seguramente es.

Es un tema que tele transporta, acariciando heridas que deberían estar cerradas.

 

Todo me sabe hoy a derrota.

Es uno de esos días que amenazan con autodestruirme, a lo largo de jornadas venideras, hasta dejarme en negativo.

Por lo pronto, estoy al descubierto para ti, querido lector.

 

Hubo un tiempo, ya pasada mi adolescencia, en que todo brillaba con los tonos y colores de la juventud.

Me dicen que todos compartimos ese recuerdo de un mundo emocionante y desconocido. Yo creo que pocos han habido tan kamikazes como yo.

Por algún motivo estoy visualizando una autovía de la ciudad de Barcelona.

Me encuentro con menos de veinte años, subido en un coche que ha de conducirme al inicio de la conquista de una vida feliz.

Altos edificios que saben a aventura pasan raudos a lado y lado de mí.

 

¿Y ahora qué?

Sin comerlo ni beberlo, mi último proyecto de vida ha sido puesto en jaque. Y con la misma jugada de siempre.

 

Es uno de los más molestos hándicaps del trastorno maníaco depresivo.

La nostalgia de un pasado que normalmente todos idealizamos se torna en este territorio en abrupta melancolía.

Tanto, que no me molestaría demasiado agarrar un cuchillo y segar mi cuello.

Así de claro y contundente.

Porque cuando el pasado contraataca por enésima vez, cuando las heridas vuelven a abrirse, el sentido de la vida pierde toda justificación.

Si ya de por sí el día a día es sumamente complejo en la pelea que hay que proponer, ¿En qué cabeza cabe seguir luchando si te sabes herido de muerte?

Quizá una muerte lenta y calculada, resultante de mezclar a diario alcohol con litio, pero no por ello es menos muerte.

 

Muerte.

Con Carlos Sadness como musa. 

Como sirena de Ulises.

 

 

 

 

Voy a ir a esa isla.

Voy a pasar una larga temporada con mis queridas sirenas.

Me sé su canción de memoria, tanto, que siempre me pilla por sorpresa su melodía.

En esta ocasión habla del espacio. De todo el universo. Inmenso, huérfano de belleza y hueco emocionalmente. 

Comparado con las miserias del mundo que nos rodea, no canta demasiado.

Pero, ¿Y si lo comparamos todo con nuestros ideales más utópicos?

¿No te ha pasado que puntualmente vives tan intensamente que no te importa nada todo lo que no te rodea?

Quizá es solo asunto de maníacos. O de enamorados.

 

Encuentro muchas semejanzas en la manía bipolar y el enamoramiento más ciego.

Siento si mi escrito no logra trasladar el puño que tengo en la garganta ahora mismo.

Tengo muchas ganas de llorar.

Me siento muy culpable.

Culpable de multitud de asuntos que no vienen al caso, pero sobre todo culpable de ser quien soy. 

Culpable de haber acabado siendo un loco inadaptado, discapacitado y dependiente.

Mi yo del pasado se hubiese reído ante el chiste.

Una caída de lo más alto a lo más bajo.

Y aún así, siguen apostando por mí.

Por este amasijo de dolor y frustración vestido con ira encapsulada.

 

Carlos Sadness sigue cantando, una y otra vez, la misma canción.

Como yo.

Solo que cada vez pesa más.

Cada vez, las heridas están más podridas.

Algún día la gangrena aparecerá y tendré que amputar partes de mí para poder seguir sobreviviendo.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.