Oda por la Estabilidad Bipolar

Parte XIII

 

Parte XIII

 

 

Suena ‘A dónde ir’ de Viva Suecia.

Me gusta tanto este tema que esta parte va a consistir en dejarme llevar por su cruda letra.

 

 

Vuelves a diario porque el hambre va por barrios

El problema es que te gusta reincidir

 

Como hago a menudo con el alcohol, los drogadictos peinan la morada de los camellos tan a menudo que ni siquiera los mejores especialistas tienen mucho que hacer.

Es curioso que teclee tantas palabras en pos de la estabilidad y al mismo tiempo me halle atado y bien atado a un consumo que la dinamita.

Supongo que resulta igual de curioso que la paradoja del toxicómano que sabe cuál es la fuente de su ruina y, pese a ello, recurre a ella a diario.

El problema, supongo, debe radicar en el pozo que mora en lo más profundo de nuestras miserias.

 

 

Tanto sufrimiento para irnos descontentos

Hay momentos que nos cuesta digerir

 

¿Cuánto ha de sufrir alguien adicto para dar con la luz de la redención?

La respuesta es que, directamente, no puede redimirse mientras no hace más que escarbar en sus cuevas personales.

El descontento es algo con lo que te vas a topar más pronto que tarde si te vuelves adicto a alguna sustancia. Es, además, algo que te acompañará a lo largo del viaje, hasta el mismo final.

La drogadicción es un buen ungüento puntual para la mayoría de heridas, pero a largo plazo las torna tan putrefactas que prácticamente ya no habrá nada por salvar.

Como plantas en un piso interior sin aire limpio, esos momentos de difícil digestión se tornarán, si cabe, aún más tétricos. Estancados por el paso de un frío y cruel paso del tiempo.

 

 

Viene luego el pulso y el suspense en fin de curso

Y las caricias arrancadas de raíz

 

Inevitablemente, un toxicómano tendrá tiempos de discutible gloria que recordar.

Tiempos iniciales que alzarán los cimientos de la defensa de ese estilo de vida.

Cuando llegue el pulso que todo ha de mantener con la realidad de la vida… El suspenso será inevitable. Claro, siempre podremos esgrimir que todo nos importa una mierda. Hacernos los ciegos.

Pero la ceguera no es algo que exima a nuestro interior de los sentimientos y las emociones.

En cuanto a lo primero, la ausencia de caricias en cualquiera de sus formas por parte de nuestros semejantes se hará notar. Como un silencio frío en un inhóspito lugar para huérfanos.

En cuanto a lo segundo, la droga que nos encadene se encargará de hacernos regresar una y otra vez, queramos a no, a la tan famosa montaña rusa de la que tanto nos jactamos en su momento.

 

 

Todos tus amigos, la familia y los vecinos

Creen que tienen su derecho a decidir

En fin

 

Antes de partir de tu lado, se te intentará abrir los ojos.

Y ya se dice que no hay más ciego que el que no quiere ver.

Reclamarás, en vano, que se trate de acceder a tus profundidades.

Reclamarás, en vano, la misma ayuda que seguramente tú has tratado de dar a individuos en peor situación.

Sin embargo, el girar del mundo no se va a detener por nada. Mucho menos, por alguien afectado por una problemática tan estigmatizada.

Estarás acabado para mucha gente, y la restante te apuntará al pecho bajo ultimátum de cambio o partida.

 

 

Cambia el gesto serio, ya han caído los imperios

Y aunque te hayas prometido resistir

Tarde o temprano se te rompe entre las manos

Y esa sangre nunca salta del tapiz

 

A menudo, con el transcurrir de los años, uno puede tratar de mantener su pulso, aunque dentro de la misma rueda cíclica de siempre.

Olvidará, por momentos, que posiblemente hará décadas que esa lucha resulta en vano. Que no hay nadie al otro lado de dicho pulso. Que, posiblemente, se esté peleando contra el macabro reflejo que nuestros actos han ido creando.




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