Odio amarte

Capítulo 4 Un viaje en moto

La luna brilla en lo alto del cielo como un faro plateado que ilumina la noche cálida de verano. El parqueo del salón de eventos donde se está celebrando el compromiso de Ana y Alex está lleno de autos. Algunas farolas iluminan el lugar y a lo lejos se puede escuchar el tintineo de las copas y las risas de los invitados.

Miro al cielo y contemplo las estrellas en un intento infructuoso de contener las lágrimas y el pesar. ¿Cómo se puede seguir adelante cuando sientes un dolor como este?

—Solo viviendo un día a la vez—dice una voz a mi lado.

Es Lucas, el hermano de Alex, es la segunda vez esta noche que me olvido que está a mi lado. Me dirige una mirada de lástima y preocupación que solo hacen que me sienta peor.

—Tengo que volver adentro—le digo de forma solemne y extendiendo la mano para devolverle el pañuelo.

—Quédatelo—me dice él meneando la cabeza.

—Gracias—le digo y me doy la vuelta para volver adentro.

Una mano me toma de repente del brazo y me detiene en seco.

—No voy a dejar que vuelvas adentro—me dice Lucas.

Primero miro su mano agarrando mi brazo con un ceño fruncido y luego lo miro a la cara.

—Tengo que volver adentro, Lucas, soy la dama de honor. Si mi madre se da cuenta de que me he ido, nunca dejará de recordarme lo egoísta que soy y como me atrevo a irme, y dejar sola a mi hermana en el día más importante de su vida. —lanzo un suspiro de resignación y trato de zafarme del agarre de Lucas.

—No voy a dejar que vuelvas adentro. Al diablo con tu madre y con todos los demás. —Me dice Lucas jalándome del brazo y llevándome, casi a rastras hacia una moto que se encuentra al lado de una camioneta roja— Nos vamos de aquí ahora mismo.

Antes de que pueda decir nada más, Lucas, me ha colocado un casco en la cabeza, se ha subido a la moto y me extiende la mano para que me suba.

—Aunque me gustaría, que no lo hago, no puedo montarme en tu moto, pues no estoy precisamente vestida para ello— le digo señalando el bonito y sencillo vestido negro que llevo. Junto con mis tacones de 13 centímetros, que compré hace unos meses, que hacen que mis piernas se vean infinitas.

—O te montas, o te monto, tú eliges—me dice Lucas con un tono serio y una mirada decidida que conozco muy bien de cuando éramos niños—no voy a dejar que vuelvas ahí dentro.

Me resigno y simplemente me subo a la moto.

—Sujétate bien—me dice Lucas por encima de sus hombros.

Me agarro firmemente a la cintura de Lucas. El sonido del motor encendiéndose corta la distancia entre nosotros y me sorprendo un poco al sentir las vibraciones de la moto. La brisa fresca de la noche me golpea en la cara mientras avanzamos por las calles oscuras, la adrenalina se mezcla con la tristeza en mi interior. El viento barre mis pensamientos y, aunque mi corazón está hecho añicos, siento una chispa de libertad en el aire. Lucas acelera, y por un momento, me olvido de mi pena; la risa burbujeante brota de mis labios, incluso cuando estoy consciente de que es una risa trágica. ¿Qué ironía es esta? Estoy huyendo con el hermano del chico al que amo mientras mi corazón aún llora por lo que nunca será.
Finalmente, llegamos a un mirador. La ciudad brilla a lo lejos, un mar de luces centelleantes bajo el manto estrellado. Lucas se quita el casco, y con su cabello despeinado y una expresión seria, me mira.

—Tantos años viviendo en esta ciudad y no sabía que este lugar existía— le digo a Lucas mientras miro como la ciudad se extiende ante mí en un mar de luces brillantes.

—En realidad, muy pocas personas saben que este lugar existe—me dice Lucas mientras nuestros ojos se encuentran.

En la mirada de Lucas puedo ver que tiene un millón de preguntas que quiere hacerme y le agradezco que no me haga ninguna.

—¿Cómo es que tú sabes de este lugar? — le pregunto con una mirada intrigante

—Cuando me sentía abrumado y quería escapar de todo venía aquí. Aquí podía pensar libremente y ser simplemente yo— me dice Lucas y se da la vuelta hacia su moto.

De una bolsa que no había visto que tenía en su moto saca una manta y una petaca. Extiende la manta en el suelo, se sienta y me extiende la mano en una invitación clara para que me siente al lado de él.

—Gracias—le digo mientras acepto su invitación y me siento a su lado.

Él destapa la petaca plateada, le da un trago y me la pasa.

—No sé si debería seguir bebiendo—le digo tomando la petaca y dándole una mirada seria a este objeto inanimado como si tuviera todas las respuestas del universo—creo que ya he tomado suficiente por esta noche.

—Solo toma un trago—me dice Lucas con un tono exasperado

—Está bien—le digo mientras me llevo la petaca a los labios y le doy un sorbo curioso.

Para mi sorpresa está bastante bueno. El sabor fuerte del alcohol raspa mi garganta y calienta mi interior. Le doy otro trago, esta vez un poco más grande que la última vez y le paso el recipiente a Lucas. Un silencio cómodo se extiende entre nosotros mientras contemplamos la ciudad al amparo de la noche.




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