Odio amarte

Capítulo 6 Un nuevo día

Un sonido distante e insistente me despierta de un sueño profundo. Los golpes insistentes en la puerta de mi departamento resuenan como martillos en mi cabeza, que late con el estruendo de una orquesta desafinada.

Me revuelvo en el sofá, con un gesto automático, me pongo un cojín sobre la cabeza, como si el simple tejido pudiera absorber el ruido que me saca de mi estado catatónico. Pero la persona al otro lado de la puerta no parece dispuesta a rendirse. Golpes más firmes, más insistentes. Respiro hondo, me levanto de mi cama improvisada y mi siento, en este mismo instante, como una combinación de náuseas y arrepentimientos.

—Alicia María Rodríguez—una voz familiar me grita desde el pasillo, del otro lado de la puerta que da a mi apartamento—sé que estás ahí. Será mejor que me abras en este mismo instante.

Mierda, es mi madre, suena bastante molesta por lo que ya sé que este día, que de por sí empezó mal, va a empeorar y muy rápidamente. El conocimiento de esto hace que me resigne, me levanto, tambaleándome como un barco a la deriva. Con una mano, me sostengo del marco para no caer mientras la otra gira la perilla. La puerta se abre y ahí está mi madre, con esa mirada que podría fulminar a un elefante.
—Alicia, ¿dónde te has metido? —me lanza sin preámbulos. Sus ojos recorren mi figura. Estoy igual que anoche, vestida con el mismo vestido que elegí para la celebración del compromiso de Ana. No sé si debo reír o llorar.
—Mamá… —empiezo, buscando una salida lógica a esta situación, pero el eco de su decepción me apaga cualquier intento de defensa. Ella me mira, y en sus ojos veo la mezcla de preocupación y reproche que tanto me molesta.
—Estás horrible, Alicia. ¿Qué te pasó anoche? —la pregunta cae como un peso muerto sobre mis hombros. La verdad es que no tengo respuesta; anoche fue una espiral de emociones. Entre el alcohol, ver como Alex y mi hermana se profesaban amor eterno. La aparición de Lucas y su muy sorprendente amabilidad conmigo. Simplemente fue demasiado para mi destrozado corazón.
—Solo… me fui a casa temprano —replico, intentando sonar convincente. Pero en ese instante, siento que soy poco más que una mala hermana que siquiera se quedó hasta el final de la fiesta.
—¿A casa? —su tono es de desaprobación total—. Deberías haber estado ahí para apoyar a Ana, ¡que era su fiesta de compromiso! Te fuiste como si no importara. Eres su dama de honor, Alicia, se supone que debes cumplir con tus deberes.
Lo sé. Debería sentirme culpable, pero mi cabeza sigue dando tumbos. Quiero gritarle que lo único que he hecho es querer a una persona que nunca ha visto más allá de la amistad, que he pasado años viendo como ella siempre ha preferido y amado a mi hermana. Como nunca ha dejado de criticarme dejándome saber continuamente lo muy decepcionada que está de mí haga lo que haga. Pero solo me queda sonreír irónicamente ante el dilema de ser la “mala hermana”.
—Lo siento, mamá. Simplemente no... no me sentía bien.
Sus ojos se abren aún más, y sé que he desatado la tormenta.
—¿No te sentías bien? —pregunta, casi en un murmullo. Y en su voz, puedo escuchar el eco de todas las expectativas. Se cruza de brazos con la firmeza de una jueza que da su veredicto—. Si no se trataba de un resfriado, me atrevería a decir que estas son las consecuencias de beber demasiado. Y lo sabes.
El comentario me golpea. Es cierto. Debería haber controlado más mi consumo. Pero es que la risa de Ana, vestida de blanco y radiante junto a Alex, desbordó algo en mí. El brillo de su felicidad choca contra la oscuridad de mis sentimientos reprimidos, y, sin darme cuenta, terminé atragantándome en copas de vino en lugar de enfrentar la realidad.
—No tienes que reprocharme, mamá. Solo necesito un poco de tiempo para… —mi voz se quiebra.
—Para ¿qué? —me interrumpe ella, impaciente—. Para empezar a comportarte como un ser humano decente. Que ya no eres una niña Alicia. Empieza a comportarte como la adulta que eres. No sabes lo decepcionada que estoy de ti. Desearía que fueras más como tu hermana. No entiendo que he hecho para merecer una hija como tú.
Y allí estamos, en este duelo de palabras, mientras el tiempo avanza a través de la bruma de mi resaca. Siento que voy a llorar, pero me contengo. Esto no es el momento adecuado, y menos frente a mi madre, que acaba de abrir la caja de Pandora de mis propios sentimientos.
Finalmente, el silencio se asienta entre nosotras. Sé que tengo que decir algo, hacer cualquier cosa para romper esta atmósfera tensa. Pero el desgano me invade. Decido que nada bueno saldrá de seguir esta conversación con mi madre, miro hacia otro lado mientras contengo las ganas de llorar de rabia y frustración contenida.
—Bueno —dice mi madre, suavizándose un poco—. Ve a ducharte y come algo. Luego, tendremos que ir a la florería. Se ha presentado un problema con las flores.

—Madre, realmente no me siento bien—miro a esa mujer que me crio con cara lastimera tratando de apelar a su compasión—¿podríamos dejarlo para mañana?

—No, Alicia, no podemos dejarlo para mañana. Es tu deber como dama de honor—me mira tensamente con ojos de fastidio— Ana quiere otras flores para los centros de mesa.

—¿Qué tienen de malo los centros de mesas que ya se habían pedido? — pregunto, dándome la vuelta. Camino hacia la cocina porque necesito un café si tengo alguna esperanza de salir con vida de esta pesadilla de día.

—A tu hermana no le gustan, no combinan con los nuevos manteles que elegimos para las mesas—Mi madre camina detrás de mí hacia la cocina y se detiene en la entrada de la misma.

—Y porque Ana no viene con nosotros. Así ella puede escoger las flores que más le gusten—termino de montar la cafetera y la enciendo. Miro fijamente a mi mamá en busca de respuestas.

—Tu hermana no se siente bien. Las emociones de la noche fueron demasiado para ella—Sus palabras hacen que, por un momento me quedé en shock y la mire fijamente esperando a ver si lo que me acaba de decir es una broma.




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