Odio amarte

Capítulo 7 Encuentros inesperados

Gracias al café, la ducha y esas dos pastillas que tragué como si fueran caramelos, mi cabeza ha pasado de ser un tambor descontrolado a un suave murmullo. Es una victoria pequeña, pero significativa, un triunfo fugaz sobre el dolor que se ha instalado en mi cabeza y mi corazón. Sería mucho mejor si no fuera por mi querida madre quien, desde que salimos del apartamento, no ha parado de hablarme de la boda de Ana.

Por suerte, la florería, está a unas pocas cuadras de mi apartamento por lo que vamos caminando. Intento aislarme de la conversación disfrutando de toda la belleza que ofrece este pueblo en verano. Los restaurantes han sacado mesas a la calle y, tanto turistas como lugareños, disfrutan de la buena comida acompañada de una refrescante brisa, un cielo azul y un sol radiante les sonríe amigablemente.

—Alicia—la mano de mi madre me sacude haciendo que vuelva mi mirada hacia ella—Como siempre no prestas atenciones. ¿Qué voy a hacer contigo? Vamos anda, que hemos llegado.

Mi madre abre la puerta de la florería que suena con un tintineo alegre dándonos la bienvenida al lugar. El aire está impregnado de fragancias dulces, una mezcla de rosas, lirios y algo que no sé identificar, pero que me hace sentir un poco más ligera.

Lucero, la dueña de la floristería nos saluda con una alegría desbordante.

—Buenos días, Alicia y Amanda. ¿Están aquí por los arreglos para la boda de Ana? — Después de devolverle los buenos días, dejo que mi querida madre le cuente a Lucero la noticia de que Ana ya no quiere tulipanes en los centros de mesas sino peonías.

—Bueno, por suerte para ustedes, no he podido terminar con los arreglos para la iglesia porque he tenido problemas con uno de mis proveedores. Es por esto que ni siquiera he pedido los tulipanes. Podría hacer el cambio que piden, pero les costará, por lo menos, un 20% más caro. —Lucero, nos mira esperando a que lo rechacemos. Pero como bien ya sé, los deseos de mi hermana son órdenes para mi mamá, aunque cuesten mucho dinero.

—No importa, queremos la misma cantidad de peonías que habíamos pedido de tulipanes del pedido anterior— El teléfono de mi madre suena en ese momento— Lo siento tengo que contestar esta llamada, ahora mismo regreso.

Mi madre se aleja de nosotros y empieza a tener una conversación muy animada con quien sea que la haya llamado.

—Siento mucho el cambio de último momento—Lucero me sonríe cálidamente antes de rechazar mis disculpas con un movimiento de sus manos.

—No importa, de verdad, como dije antes voy un poco retrasada y, aunque son un poco más caras, va a ser más fácil conseguir las peonias a los tulipanes por lo que van a simplificar un poco mi trabajo. ¿Te gustaría ver los arreglos que tenemos hecho hasta ahora? — Antes de que pueda aceptar su invitación a ir a la trastienda donde elaboran los ramos y los arreglos, regresa mi madre, alegrando mi mañana con sus noticias.

—Alicia, me acaba de llamar mi amiga de la asociación. Hoy tengo programado un té con ellas y con lo de la boda se me había olvidado. Encárgate de los pormenores del cambio de pedido y el pago yo me voy— Mi madre se despide de Lucero con un gesto de la cabeza y a mí me da dos bezos en cada lado de la cara. No puedo evitar que un suspiro de alivio se escape de mis labios al verla salir de la florería acompañada del tintineo de la puerta.

Después de la partida de mi madre aprovecho para ir a la trastienda con Lucero. A pesar de lo agridulce del momento, disfruto los preciosos arreglos de rosas blancas que, mi hermana, eligió para adornar el salón de la iglesia donde, Alex y ella, se van a casar.

Una vez he arreglado los términos del pago, me voy del lugar, prometiéndole a Lucero, que volveré para ver los arreglos terminados, cuando ella me avise. No puedo evitar pensar en lo agridulce que es tener que estar al tanto de los arreglos para la boda de Alex sabiendo que él no se va a casar conmigo.

Al salir de la florería el sol me saluda con un brillo intenso y decido, en ese mismo instante, dar un paseo por la ciudad. Mis pensamientos se deslizan por las aristas del desastre emocional que es mi vida. Estoy caminando sin rumbo, inmersa en la niebla de confusos sentimientos respecto a las próximas bodas de Ana y Alex.

Sin darme cuenta he llegado al pequeño parque en el centro de la ciudad, el bullicio del lugar me envuelve. Un rincón de risa y felicidad en medio de este caos interno. Familias se reúnen en grupos, niños corretean, y las risas resuenan como un eco constante. Las mascotas, con su energía desbordante, corren de un lado a otro, persiguiendo pelotas y mariposas. Hay un puñado de pequeños en el suelo, riendo y jugando, mientras sus padres los observan desde las bancas, algunos con la mirada cansada pero amorosa, otros entretenidos en sus teléfonos.

El ambiente está tan lleno de vida, y yo, por el contrario, me siento fuera de lugar, como una sombra en un mundo brillante. Sin embargo, la idea de un buen helado me atrae. Mis pasos me llevan hasta un carrito ambulante que se asoma entre los árboles, donde el vendedor ofrece una amplia variedad de sabores; de fresa, chocolate, menta… Mi mente divaga en un mar de opciones: ¿qué sabor podría hacerme olvidar, aunque sea por un instante, que estoy a punto de ver a Alex casándose con otra? Finalmente, opto por un clásico: cono de vainilla con chispas de chocolate.
Me siento en el césped bajo la sombra de un frondoso árbol, disfrutando del helado mientras contemplo a los niños y sus pequeños amigos peludos. Uno de ellos, un golden retriever, persigue su propia cola, dando vueltas como si el mundo entero girara en torno a él. Ríos de calor se despliegan en mi pecho, pero intento dejar todo eso a un lado; aquí hay alegría, y por un momento, me dejo llevar.
De repente, una figura peluda aparece de la nada, y antes de que pueda reaccionar, ¡bam! Luna, la perra de Alex, me derriba. El helado, que ya apenas quedaba en mi mano, termina esparcido en el césped, mientras ella lame mi cara con entusiasmo.




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