Odio amarte

Capítulo 8 El vestido de Ana

Han pasado dos días y todavía estoy pensando en Lucas. Pienso en como nos divertimos en el parque jugando con Luna. Después de lo cual el me invitó a almorzar, invitación que rechacé amablemente, diciéndole que había quedado con una amiga. Algo me dice que él no se tragó mi mentira, aún así me dejó ir con una sonrisa. O sea, Lucas, no solo me salvó sacándome de la fiesta de compromiso, sino que, desde entonces, cada vez que nos encontramos, lo cual ha sido demasiado seguido para mi gusto, él ha sido sorprendentemente amable conmigo.
Este nuevo Lucas me es desconocido. No sé que hacer con él. Todavía recuerdo cuando éramos jóvenes, él siempre hallaba la forma de fastidiarme y hacerme alguna trastada. Mientras más amable era con él, peor me trataba. Cuando Alex y yo estábamos jugando, él encontraba alguna forma de molestarnos hasta terminar fajado con Alex y yo llorando.
Supongo que ha madurado, al final de cuentas, todos lo hemos hecho. Todos hemos crecido y hemos cambiado. Lo que me lleva al otro tema del que no quiero pensar y es que, a Lucas, la madures le ha sentado de maravilla, ha pasado de ser un adolescente flaco, desgarbado y algo torpe a tener un cuerpo atlético y una presencia imponente.
—Oh por Dios, te queda perfecto— la voz de Amanda, mi madre, me saca de mis pensamientos. Miro hacia donde está parada secándose las lágrimas de felicidad y orgullo. No creo que mi madre se haya sentido nunca así de feliz y orgullosa por mí. De hecho, todavía recuerdo su fría felicitación cuando me gradué de abogada. Se notaba que si no fuera por que mi padre la había obligado a asistir ella no hubiera ido a mi graduación.
Respiro hondo en un intento de calmar mi mente. El aire es denso en la tienda en el que mi hermana, Ana, se prueba por última vez su vestido de novia. Me sorprende la sorpresa de mi madre al ver el vestido, teniendo en cuenta que no es la primera vez que Ana lo lleva puesto, aunque ahora que terminaron los arreglos que necesitaba, tengo que admitir que le queda como un guante. La luz suave de la tienda resalta lo detalles del vestido que abraza como un guante las delicadas curvas de Ana y contrasta con su pelo, un rubio natural, que le cae como oro líquido por la espalda.
—Es simplemente perfecto, ¿no te parece, Alicia? —, dice Ana, girando con gracia frente al espejo, una risa que suena más como una risa burlona que como un momento de alegría. Se ve deslumbrante, como si la felicidad le conviniera más que cualquier otra prenda. Una parte de mí se siente feliz por ella; la otra, completamente desolada.
—Si, te queda perfecto—, responde mi madre por mí. Es un chiste, claro, aunque ninguno de los tres está riendo.
—Siempre pensé que la primera en casarse serías tú, Alicia—, Ana dice, mientras se observa en el espejo, ajustándose el escote del vestido. Mis piernas se aferran a la alfombra mientras el sarcasmo se siente tan palpable. —Pero mira, fui yo quien encontró a alguien antes que tú y ese resultó ser Alex, tu mejor amigo. ¡Quién lo diría!".
Es un golpe bajo, y lo sabe. Sin embargo, lo disfraza con esa inocente sonrisa, la misma que me ha causado pesadillas tantas veces.
—Todavía recuerdo cuando éramos niñas, tú tenías a Alex, y yo... bueno, yo tenía mis libros. Recuerdo cuando yo quería jugar con ustedes, pero no me dejaban por ser más pequeña—, el veneno de sus palabras no me pasa desapercibido.
—No te dejábamos jugar con nosotros porque tú siempre te terminabas chivando con madre cuando no se hacía lo que tú querías— le respondo con una sonrisa postiza en mis labios.
—Es tu hermana menor, Alicia, deberías haberla incluido más—, añade mi madre, viendo cómo la conversación toma rumbo hacia un lugar incómodo — De todas formas, al final, todo salió bien, Ana se casa con Alex que siempre te ha querido como una hermana. Ahora, con este matrimonio, si que van a ser como hermanos.
—Si, Alicia, Alex siempre te ha querido como una hermana—, dice Ana, como si estuviera sujetando un as bajo la manga. —Al principio de nuestra relación me preocupé un poco por la cercanía de ustedes, hasta que me di cuenta que, Alex, nunca se fijaría en ti, porque te ve como a alguien de la familia—. La frase se desliza entre risas disfrazadas de dulzura, como si hablara de mí, de lo que soy y no soy.
¿Familia? Esa palabra duele más que una puñalada en el pecho. En ese momento, yo no soy la hermana mayor, ni la amiga de la novia. Soy la que observa desde las sombras, la que sonríe mientras su corazón se rompe un pedazo más.
—Claro, Ana, porque tú conoces los pensamientos de Alex, ¿no es así? —, suelto, dejando caer el sarcasmo como un castigo. La forma en que ella me mira refleja más desprecio del que podría soportar, pero no me importa. Estoy cansada de justificar el vacío en mi vida.
—Bueno, yo soy la que se va a casar con él, ¿no es así? — la sonrisa de victoria que me devuelve a través de un espejo de la tienda me hace ver que sus palabras son intencionadas. Sus ojos azules, tan parecidos a los de nuestra madre, brillan con felicidad y malicia. Sabe el daño que me hace y eso la hace sentir complacida.
—Es que eso es precisamente el problema, Alicia—, diría Amanda, su voz cargada de decepción. —No entiendes cómo funcionan las cosas. Ana y Alex son perfectos el uno para el otro, no lo puedes negar. Y tú... solo tienes que aceptar tu lugar en esta familia. Si trabajaras menos horas, haciendo lo que sea que haces, y fueras más como tú hermana, consiguiendo un hombre como Alex, gracias al cual, va a poder dejar la carrera de medicina para dedicarse a su familia. Ella ya no va a necesitar estudiar o trabajar, solo ser la esposa de uno de los mejores médicos de la ciudad—.
—¡Oh, ¡Que maravilloso! —, digo, sintiendo cómo la rabia y la tristeza se mezclan dentro de mí. —Dame clases, madre. Tal vez debería haberme puesto un vestido hace años y estar frente a un altar, en vez de ser una de las mejores abogadas de la ciudad a mi edad. ¿Qué hombre va a querer una mujer que gana tanto dinero, es respetada en su trabajo y es independiente? Parece que me voy a quedar sola toda la vida”. Mis palabras flotan en la sala, y el eco de mi angustia me retumba en los oídos.
Ana me lanza una mirada, una mezcla de frustración y diversión. —Tienes que ser positiva, Alicia. Quiero decir, siempre puedes conseguir un gato o algo así—, ríe, un sonido espantoso que hace eco en la sala. La risa se siente como un cuchillo de doble filo, y tengo ganas de gritar.




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