Odio amarte

Capítulo 9 Buenas noticias

La cafetería es un rincón de color rojo desgastado y mesas de plástico que chirrían bajo el peso de nuestros anhelos. El aroma de las hamburguesas recién hechas me envuelve mientras cruzo la puerta, y una risa ligera escapa de mis labios al recordar las batallas de comida que hemos tenido aquí. Alex ya está sentado en una mesa al fondo, despreocupado, como siempre. Su mirada se ilumina al verme, y todo lo demás se desvanece, al menos por un instante.
—¡Alicia! —, dice, levantándose para darme un abrazo. —¿Te acuerdas de lo de las papas fritas? Todo sigue igual—. La mesera, una mujer mayor con un cabello recogido en un moño deshecho, nos reconoce al instante.
—Hola chicos, ¿Van a querer lo de siempre? —, pregunta, y miramos a la vez a Alex, quien asiente y sonríe. —Sí, lo de siempre, por favor, Jacinta —. Ella se va y me permite respirar un poco, aunque mis pensamientos siguen correteando frenéticamente.
La conversación fluye de manera natural, como si nunca nos hubiéramos distanciado. Habla de los preparativos de la boda, de cómo quiere que todo sea perfecto para Ana. Por dentro, me retuerzo. Mientras él habla, recuerdo la última vez que juré ante un espejo que nunca volvería a hablar con Lucas, el hermano de Alex. Pero aquel momento en el parque había sido divertido y liberador. —Me encontré con Lucas y Luna—, le digo, forzando una sonrisa.
—¿De verdad? ¡Eso es genial! Me alegra que hayas perdonado a Lucas. Recuerdo lo que dijiste hace años —, dice, con su tono amigable. —Es bueno dejar esas cosas atrás, es increíble como ha pasado el tiempo —.
Su elogio me duele. Claro, es fácil perdonar cuando no eres la que ha sido ignorada durante años. —Eso es cosa del pasado —, replico, más dura de lo que pretendía. La expresión en su rostro cambia y por un momento se siente el peso de nuestras palabras.
—Espero que, después de la boda, podamos vernos más seguido. Ahora seremos hermanos, en cierto sentido —, dice, y yo siento cómo el mundo se me viene encima. Sí, hermanos. Hermana y mejor amigo. Dos vidas que inevitablemente se entrelazarán, mientras yo me deslizo fuera de la historia familiar.
Jacinta regresa con la comida y la distraída charla vuelve a instaurarse. Aprovecho la oportunidad para compartir mi propia noticia: —Tengo buenas noticias. Un prestigioso bufete de la gran ciudad me aceptó como socia, y me mudaré una semana después de la boda —. Lo digo de un tirón, como si al soltarlo al fin, pudiera deshacerme de la angustia que me atrapa.
—Wow, Alicia, eso es… increíble—, responde Alex, su boca sorprendida y el ceño fruncido —Pero, ¿estás segura de que estarás bien por tu cuenta en la gran ciudad? Quiero decir, no quiero que estés tan lejos tu sola, ¿y si te pasa algo, quien te va a ayudar? — Sus ojos grises reflejan sinceridad, y eso me da consuelo, aunque la tristeza aún se cierne sobre mí.
—No te preocupes, Alex, si me pasa algo siempre puedo llamar a emergencias. Además, creo que voy a adoptar un gato. Aunque, tendré que asegurarme que el piso que rente permita animales— Alex me mira con cara confundida.
—Un gato, vaya, y yo que pensaba que eras una persona de perros—los dos nos reímos de nuestra pequeña broma tonta. Realmente voy a extrañar esta complicidad tan fácil que siempre hemos tenido.
Mientras comemos, hablamos de cosas triviales, de lo que será la boda, de mi mudanza y de la vida que nos espera. Las risas se entrelazan con un sentimiento agridulce. La nostalgia me envuelve y a la vez encuentro un alivio al ver la complicidad de nuestras miradas, como si esa conexión intensa jamás se hubiera apagado.
Finalmente, Alex hace un gesto Jacinta, la camarera, y ella nos trae la cuenta. Él insiste en pagar, seguramente por la razón de que es un caballero, o tal vez porque, inconscientemente, quiere mantenerme cerca un poco más.
Miro por la ventana de la cafetería, nubes de tormentas, típicas del verano, se asientan sobre la ciudad como una mantita de tristeza. Los recuerdos están frescos, cada rayo de sol que se cuela entre las nubes parece traernos de vuelta a aquel día, hace años, cuando el mundo era más fácil y nuestras risas resonaban como un eco interminable. Alex y yo compartimos muchas tardes aquí, pero hoy, todo se siente diferente.
—Vamos, Alicia, te llevo a casa—, dice Alex, su voz arrastrando consigo un tono de insistencia que me resulta familiar. Después de todo, es mi mejor amigo; siempre ha habido algo en su manera de hacerme sentir que puedo decirle cualquier cosa, excepto, claro, lo que realmente siento por él. Mis ojos se deslizan hacia la puerta, ese lugar por donde mi vida dará un giro monumental, y siento una punzada en el estómago. Pues sé que esta amistad está llegando a su final.
—No, no quiero molestar—, respondo, aunque en el fondo busco una razón para quedarme un poco más cerca de él. Pero no hay escape. Su coche bonito y moderno, un sedán brillante que parece recién salido de una revista, espera afuera. La verdad duele: Alex se va a casar con Ana, mi hermana menor. Y yo, en un par de semanas, estaré a cientos de kilómetros, comenzando una nueva vida en la gran ciudad.
Se pasa una mano por su pelo negro en un gesto que, conozco bien, es de frustración. Frunciendo el ceño y alzando una ceja, una expresión que, a muchas personas puede llegar a parecer intimidante, pero a mí me hace reír a pesar del nudo en la garganta. —No es molestia, vamos, sube. Se que llegaste en taxi y mira esas nubes en el cielo, muy pronto comenzará a llover. Voy a estar muy preocupado si te dejó aquí esperando a que llegue un taxi —
Decido ceder porque es más fácil que resistirse. Me subo al coche y la familiaridad de su presencia apenas calma la ansiedad que me acompaña. Arrancamos, y mientras la ciudad pasa rápidamente por la ventana, la conversación fluye. Cierto es que evitar hablar de lo que nos preocupa se ha vuelto nuestra especialidad.
—Es una gran oportunidad, ¿verdad? — dice él, su voz serena pero cargada de una tristeza que se desliza entre sus palabras. —Pero… no puedo evitar sentir que estoy perdiendo a dos personas importantes en mi vida al mismo tiempo —.
Asiento, mirándole de reojo. Esta es nuestra última conversación en este contexto, y aunque quiera mantener las cosas ligeras, la gravedad de la situación pesa mucho. —Alex, esto es lo que he querido desde hace tiempo. Ser socia en un bufete prestigioso es un sueño, pero… también es difícil dejar atrás a las personas que amo—
Él suelta un suspiro y aprieta el volante, como si eso pudiera aliviar la carga que llevamos ambos. —Yo… te voy a extrañar. No quiero que esto suene egoísta, pero, ¿qué voy a hacer sin mi mejor amiga cerca? —
—Te las arreglarás—, bromeo, aunque mi risa se siente amarga. —Siempre puedes enviar mensajes, llamarme por videollamada o incluso... ir a visitarme —. Es lo menos que puedo hacer para no romperme completamente aquí, en este momento que se siente más como una despedida que un adiós.
Los silencios se hacen largos entre nosotros, llenos de palabras no dichas. Al pasar por frente a mi edificio, lo veo detenerse y siento el corazón encogerse. —Aquí estamos —, dice, y su voz suena casi como un lamento. Me vuelvo hacia él, buscando en sus ojos ese mismo brillo que vi años atrás, pero ahora hay una sombra que no puedo ignorar.
—Gracias por el paseo—, digo, intentando que mi voz no tiembla. —Y por ser siempre tan increíble —. Él sonríe, pero veo el destello de tristeza detrás de esa sonrisa.
Nos despedimos y mientras salgo del coche, me vuelvo una última vez. Lo miro alejarse, su coche brillante desapareciendo en la distancia, y un sentimiento de resignación se apodera de mí. La verdad se mezcla con la nostalgia: a veces, los sueños se construyen con sacrificios, pero estos momentos son los ladrillos que sostienen todo. Con un suspiro profundo, me dirijo a mi casa, sintiendo que, en esta despedida, perdí un poco de mí misma.




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