Odio amarte

Capítulo 12 Algunas verdades develadas

El salón está rebosante de risas y conversaciones animadas. La música romántica ameniza el ambiente envolviendo el lugar en una atmósfera tierna y, a la vez, animada. Trato de distraerme observando a los invitados: amigos cercanos y familiares que ríen y comparten anécdotas sobre la pareja. Pero mi atención pronto se desvía hacia ellos, los novios que bailan en el centro de la pista. Ana, radiante en su vestido blanco, y Alex, con esa sonrisa que a menudo me roba el aliento. No puedo evitar sentir una punzada de celos; después de todo, él es el chico que siempre ha estado en mi mente y en mi corazón.

Alicia, ¿qué demonios estás haciendo aquí? Me pregunto mientras mis manos juegan nerviosamente con el borde de mi vestido. Pero, entonces, Lucas que está sentado a mi lado en la mesa principal, llama mi atención.

—¿Quieres bailar? — pregunta con una chispa en los ojos.

Su voz, lejana y familiar al mismo tiempo, me sorprende. Miro a Lucas, y en lugar de ver al chico problemático de mi infancia, me encuentro con un hombre que refleja confianza y una especie de simpatía que no esperaba. Desde que regresó a la ciudad, ha sido un apoyo increíble en la tormenta emocional en que se ha convertido mi vida. El tiempo ha pasado, y quizás yo también debería dejar atrás ese rencor infantil.

—No, gracias— Mi respuesta sale un poco más seca de lo que pretendía, aun así, él parece no tomárselo a mal.

Me sube un poco la moral verlo tan guapo, bien vestido y prestándome tanta atención. De repente, la idea de que me esté apoyando para lidiar con la incomodidad de este evento tiene un segmento de absurdo que me hace reír por dentro. ¿Quién le iba a decir a mi yo más joven que Lucas se convertiría en mi aliado?

—Esta bien, creo que deberíamos enterrar el hacha de guerra y conocernos un poco mejor ahora que somos adultos— me dice, con una media sonrisa que me recuerda a Alex.

—Tienes razón— sedo, con una tímida sonrisa iluminando mi rostro— ya no somo niños, ni adolescente, tú has cambiado, yo he cambiado hasta Alex que era mi constante ha cambiado. Todo ha cambiado. No es justo que te siga juzgando por las cosas que me hiciste cuando éramos niños.

Lucas me empieza a hablar de trivialidades; me cuenta historias de su tiempo en la universidad, de cómo ha aprendido a ser menos insoportable. Es extraño, pero a medida que la conversación sigue fluyendo entre nosotros, el peso de mi tristeza parece irse. A veces bromea sobre sus antiguas travesuras, y yo no puedo evitar soltar algunas carcajadas a pesar de que la idea de reírme de sus travesuras me parecía impensable hace unos años.

—Sabes, a veces pienso que solo lo hacía porque me gustabas y estaba un poco celoso de tu amistad con Alex. Tampoco ayudaba que tú me evitabas y no me prestabas atención— confiesa de repente, su mirada fija en mí.

Mis mejillas se encienden con un ligero rubor. En mi cabeza, hay un torbellino de pensamientos: ¿realmente está diciendo eso? — Lucas, no… — intento responder, pero él levanta la mano para detenerme.

—Lo sé, lo sé. Eran otros tiempos. Lo siento por haberte hecho la vida imposible.

Por un momento, todo se siente extrañamente ligero. Mientras veo a Ana y Alex bailar felices en el centro del salón, con la música suave que ahora suena y se mezcla con los murmullos de la gente. El ambiente festivo se convierte en un burbujeante mar de alegría y amor. Sin embargo, mis ojos regresan a Lucas, cuyo rostro de adulto refleja una madurez que no había notado antes. Por primera ves en el día siento que puedo disfrutar de la situación.

Pasan las horas y, aunque me doy cuenta de que el tiempo vuela, en realidad no quiero salir de este lugar. Cada risa compartida con Lucas es un recordatorio de lo absurdo que era nuestro pasado. ¿Acaso podría haber algo más entre nosotros, algo que nunca imaginé? La melodía romántica que inunda el salón hace que se me acelere el corazón. Al mirarlo, me doy cuenta de que la vida, en su extraña manera de operar, puede darnos giros inesperados. Tal vez, solo tal vez, esta noche no tenga que ser tan triste.

Después de una rica cena y de varias copas de vino, las palabras de Lucas empiezan a bailar en mi mente de la misma manera que los invitados en la pista. La necesidad de ir al baño se hace urgente. Me disculpo con Alex, cojo mi pequeño bolso y me dirijo hacia el baño de damas. Al abrir la puerta, el aire fresco y limpio me abraza, pero lo que realmente me sorprende, y me alegra mucho, es encontrarlo completamente vacío.

Entro en un cubículo y hago lo que tengo que hacer. Pero justo cuando estoy a punto de salir escucho el crujido de la puerta del baño alertándome de que alguien a entrado. No le doy mucha importancia. Salgo del cubículo y, para mi sorpresa, me encuentro con mi madre, Amanda, retocándose los labios frente al espejo. Su figura delgada y elegante me resulta familiar, pero a la vez distante.

Tengo la sensación que me siguió al baño para pelearme o criticarme por alguna razón. Desde esta mañana apenas hemos intercambiado palabras. Tenía la esperanza que esto continuara así por el resto de la noche. Pero no tengo tanta suerte.

—Alicia— dice con una dulzura que me parece artificial — Creo que es hora de que tengamos una charla de adultos.

Mis cejas se arquean con sorpresa y me pica la curiosidad por saber de qué se trata ahora.

—¿De qué hablas? — mi pregunta hace que su mirada se endurezca un poco.

—He oído, por Alex, que te vas del pueblo por un nuevo trabajo. Que te mudas a la gran ciudad —, dice, como si eso fuera todo lo que necesitaba saber. Asiento, incapaz de articular una respuesta —. ¿Desde cuando Alex y tú son tan cercanos?

Me aferro a la encimera del lavabo, sintiendo cómo mi corazón se hunde.

—No sabía que ahora eran tan amigos como para que Alex, mi amigo de toda la vida, comparta contigo mis confidencias —, le digo, tratando de sonar convencida, pero el temblor en mi voz revela mi inseguridad.




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