Miro a mi alrededor. Observo el lugar que, desde que regresé a la ciudad después de la universidad, ha sido mi hogar y mi refugio. Todavía recuerdo los primeros días, cuando Alex me ayudó con la mudanza. Pensar en Alex me duele un poco porque no solo he perdido al hombre del cual he estado enamorada por tantos años, sino también a mi mejor amigo.
No puedo creer que solo hayan pasado cinco días desde la boda. Han pasado tantas cosas que se siente como si hubieran pasado muchos años. Dentro de dos días él y Ana volverán de su luna de miel. Después de todo lo que ha pasado, me alegro muchísimo no estar aquí cuando ellos vuelvan.
En el fondo de mi corazón, me alegro mucho por él, pero yo solo quiero seguir adelante con mi vida y dejar todo esto atrás. Es hora de empezar de nuevo. Nueva ciudad, nuevo apartamento y nuevos amigos.
—Señora, Señora—el señor de la mudanza me llama desde la puerta— Por favor, mire bien y dígame si desea llevarse algo más.
Miro a mi alrededor por última vez decidida esta vez a no dejarme embargar por los recuerdos, buenos o malos, que se encuentran almacenados en este lugar.
—No, es todo, muchas gracias. Nos veremos más tarde en la gran ciudad—lo despido amablemente.
Él asiente con la cabeza y se marcha de mi apartamento. Tomo mi bolso que se encuentra en el sofá. Me rio al pensar que últimamente he dormido más en ese sofá que en la cama. Pensaba llevármelo, pero Andrea me dijo que ni me atreviera a poner esa cosa vieja y horrorosa en el nuevo apartamento que me consiguió. En sus palabras “esa… cosa va a arruinar todo el feng shui y traerá malas vibras”. No puedo evitar reírme la pensar en rencontrarme con mi amiga de la universidad. Lo espero con ansias. Definitivamente, a partir de ahora mi vida va a ser muy diferente. Solo espero que sea para mejor.
Con mi bolso debajo de mi brazo, salgo del apartamento con paso firme, cierro la puerta por última vez y la toco, dándole las gracias por todos estos años y despidiéndome de ella. Bajo las escaleras despacio porque sé que será la última vez. Cuando llego al primer piso, veo la puerta del apartamento de la señora Stevens, mi casera abierta. Camino hacia ella, que sale a recibirme, como si me estuviera esperando. Es una mujer bajita, mayor, afroamericana, con un pelo salvaje y un alma muy cálida. Me dedica una de esas sonrisas suaves y amables que tanto me gustan de ellas.
—Ven aquí—me dice al tiempo que me envuelve en un abrazo casi asfixiante—te voy a extrañar tanto. Prométeme que me llamarás y no te vas a convertir en una extraña.
—Señora Steven, por supuesto que la voy a llamar—le digo tratando de soltarme de su abrazo antes de que me empuje a su apartamento. Sé que, si lo hace, empezaremos a conversar, tomar té y nunca me voy a poder ir— si no lo hago, ¿cómo voy a enterarme en que termina lo suyo con Roger?
Roger es un buen hombre, cinco años menor que la señora Steven que desde hace años bebe los vientos por ella.
—Oh, mi querido Roger, ven pasa tengo tanto que contarte—la señora Steven intenta hacer que entre a su departamento, pero yo me resisto firmemente.
—Y a mí me encantaría oírlo en otra ocasión. Pero…—digo mirando el reloj en mi muñeca—tengo que salir ahora o no podré llegar a la gran ciudad antes de que anochezca. ¿Qué tal esto? Le prometo que dentro de poco aremos una larga videollamada y nos pondremos al día. ¿Qué le parece?
—Esta bien, querida— dice la señora Steven soltándome finalmente— te deseo lo mejor, por favor cuídate y no olvides llamarme para hacerme saber cómo te va.
Después de unos cuantos abrazos, promesas y palabras de despedidas, al fin, la señora Steven, me deja ir. Salgo del edificio, recorro las calles despidiéndome de este lugar. Miro la librería de Lucy, tengo que detener mis pasos por un minuto, al ver sus vitrinas con las novedades del mes, y de la semana. Sus estantes y las personas dentro, me recuerdan todos esos días en los cuales me perdí entre letras de otros mundos y épocas.
Es increíble los duras que son las despedidas. Continúo mi camino mientras el aire fresco de la mañana me abraza cálidamente dándome ánimos para seguir. Cruzo la calle deteniéndome frente a mi coche, que en los últimos años he usado bien poco, pero que a partir de ahora voy a necesitarlo prácticamente a diario.
Desbloqueo la puerta del coche, lo monto rápidamente, coloco las manos en el volante mientras siento la frialdad del cuero contra mi piel. Respiro hondo, enciendo el auto y empiezo a conducir. Un mundo lleno de nuevas oportunidades y posibilidades se despliega delante de mí. Metro a metro, kilómetro a kilómetro, me alejan de mi pasado.
Después de 10 minutos de descanso en una gasolinera en el camino y cuatro horas de conducción, los altos rascacielos, de la gran ciudad, se empiezan a divisar en el horizonte. Una pequeña chispa de emoción me inunda de felicidad al saber que mi nuevo comienzo va a empezar en ese lugar.
Los edificios son increíblemente altos, las calles están muy iluminadas con negocios que brillan gracias al neón.
—Voy a necesitar mucho el GPS en este lugar o me voy a perder—digo para mí misma.
Sigo las indicaciones hasta la dirección del apartamento que me consiguió Andrea. Ella quería que nos mudáramos juntas, pero yo la conozco lo suficiente como para saber que eso es una mala idea. Ella es muy buena amiga, pero muy mala compañera de casa. Aún así, la quiero mucho.
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Editado: 26.09.2025