La luz del sol me da de lleno en la cara. Parpadeo varias veces tratando de recordar donde estoy. Miro a mi alrededor intentando ubicarme en tiempo y espacio. Las cajas de la mudanza me traen al presente de golpe.
—Me mudé— recuerdo al fin que estoy en mi nuevo apartamento en la gran ciudad y todas las cosas que tengo que hacer hoy.
Me tomo unos minutos para poder terminar de despertarme. No puedo creer que haya dormido en el sofá. Parece que estoy empezando a repetir viejos patrones.
Respiro hondo y decido que lo primero que tengo que hacer es ir urgentemente al baño. Después, me pondré a organizar las cajas y las maletas al final no es tanto. Luego, tengo que hacer una lista de todo lo que tengo que comprar e ir de compra. Con ese plan hecho decido ponerme manos a la obra.
Después de ir al baño, ataco las cajas de la mudanza y pongo cada cosa en su lugar. Para cuando he terminado de acomodar todo me doy cuenta que estoy hambrienta y que es pasado el mediodía. Mi estómago ruge, pero no tengo nada que cocinar. Así que decido ir a comer algo y de paso hago las compras de todo, o casi todo, lo que necesito.
El camino hacia el local de comida rápida ha sido un ejercicio de supervivencia. Cada semáforo se convirtió en un enemigo, cada coche en un obstáculo. Finalmente, llegué y pedí una hamburguesa, papas fritas y, porque no quiero perder la costumbre de cuidarme, un batido que me prometí que era “saludable”. El primer mordisco fue como una explosión de felicidad en mi boca. Todo el estrés de la mudanza desapareció con cada bocado. Sorprendentemente, me sentí como si estuviera en un banquete real. Sí, carne, carbohidratos y una pizca de remordimiento, todo servido en una bandeja de plástico.
Con mi estómago feliz y una sonrisa en mi rostro, decidí que era tiempo de abastecerme para sobrevivir al mes. Así que me dirigí al mercado. Al entrar, me sentí como si estuviera en un programa de televisión donde la gente corre por los pasillos tratando de conseguir todo lo necesario para una cena gourmet. Agarré una cesta y me lancé a la aventura. Tomates, lechuga, pastas, arroz... ¡el mundo era mi océano de alimentos!
Me aseguré de incluir snacks, porque nadie puede sobrevivir a base de ensaladas, por mucho que se digan cosas saludables sobre ellas. Después de una lucha épica con algunas latas que no querían entrar de nuevo en la cesta, entre otras cosas de aseo y para la casa que necesitaba con urgencia. Finalmente pagué mi compra. Volví a casa cargando las bolsas como si estuviera regresando de una cacería exitosa. La satisfacción me llenaba mientras entraba en el apartamento.
Comencé a colocar todo en su sitio, sintiéndome como una artista organizada en su taller. Cada cosa tenía que tener su lugar, y así fue como creé mi pequeño refugio. Las galletas fueron rápidamente colocadas a la vista, mortales de tentación, pero merecidas después del arduo trabajo de mudanza.
Finalmente, tras tanto movimiento, decidí que necesitaba un momento para relajarme. Así que me tiré en el sofá y revisé mis redes sociales. Sin querer me topé con fotos que habían publicado Ana y Alex de su luna de miel. Un pequeño dolor sordo se instaló en mi pecho. Antes de que pudiera caer en un pozo de tristeza, el teléfono sonó. Era Andrea.
—¡Alicia! —me dijo con esa voz entusiasta que solo ella tiene—. Ya te estas preparando ¿verdad?
—¿Por qué me tengo que preparar? — le pregunto solo para molestarla
—Para salir, quedamos en que íbamos a salir hoy a las ocho— me replica molesta
—Andrea, me he pasado el día organizando cosas, estoy muy cansada para salir— resoplo, sabiendo que salir de casa era lo último que quería hacer después de un largo día de caos. Pero la voz de Andrea era como la sirena de un barco pirata llamándome a la aventura. Hablamos durante un rato, me convenció de que sería divertido y, aunque dudé, finalmente cedí.
—Está bien, voy a prepararme —dije, aún acomodada en el sofá, sintiéndome como una tortuga que se niega a salir de su caparazón.
Con un suspiro, me levanto de la guerra de almohadas en la que me había sumergido y decidí que era hora de volver a ponerme en modo social. Me miré en el espejo, intentando convencerme de que podría lucir presentable y divertida en menos de una hora. Así que, con música en los altavoces para motivarme, comencé a preparar mi look de salida. Después de todo, ¡era una nueva vida en un nuevo apartamento y estaba lista para disfrutarla al máximo!
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Editado: 26.09.2025