MAXIMILIANO
Después de dejarla en la fundación, salí rápidamente de allí, sabía que esa mujer diminuta me llevaría la contraria otra vez, lo cual no me gusta.
Recuerdo la primera vez que la vi, entraba agarrada del brazo de su hermano menor, luciendo un precioso y sexy vestido que la hacía ver más hermosa de lo que ya es.
Chocamos nuestras miradas por primera vez, causando miles de emociones y sensaciones que nunca antes había experimentado en mis 35 años de vida.
No pude apartar la mirada de ella en toda la fiesta, fue tentador verla mover esas caderas con una sensualidad que solo ella tiene. Esa fue la primera y última vez que la vi, hasta dos años después.
Verla convertida en toda una mujer hizo que esas mismas sensaciones volvieran a surgir en mí.
No pensé volver a verla de la manera en que nos volvimos a encontrar.
Sostener su cintura para evitar que se cayera hizo que esa electricidad volviera, al igual que cuando la toqué por primera vez.
Enterarme de que se graduó con honores me alegró mucho, Vicente no paraba de hablar y mostrar las fotos que tenía de ellos juntos.
Tanto me provocó volver a verla que se me dio la oportunidad.
La manera desafiante en que me miró y habló hizo que mi interior se sintiera atraído hacia ella.
Nadie me desafía tanto como ella, me encanta tener el control de todo lo que me rodea y sabía que ella no sería la excepción.
Mientras conducía para llevarla a la fundación, la miraba de reojo, despertando mi lado sobre protector.
Sentía la necesidad y la obligación de protegerla, y no dudaría en hacerlo, aunque eso significara discutir con esa pequeña mujercita.
Llegando a mi edificio, empecé a caminar hacia el ascensor, sintiendo las miradas de muchos de mis trabajadores.
Algunos me saludaban, otros preferían hacerse los distraídos.
Sé que algunos me tienen apodos como “Don Diablo” solo por ser perfeccionista y mandón, pero eso no me importa, después de todo, yo les pago.
Al llegar a mi oficina, ubicada en el piso veinte, vi a mi hermano hablando con uno de los jefes de marketing.
Mi hermano elevó la mirada y la dirigió hacia mí, luego terminó de hablar con el personal y se acercó a mi oficina.
— ¿Dónde estabas? - preguntó. — Te estaba esperando - mientras caminaba hacia mi oficina y entraba en ella.
— Fui a dejar a Emily a la fundación, no iba a dejar que fuera en un taxi sola. Ahora nada es seguro - respondí, colgando mi saco detrás de mi silla y sentándome.
— Qué caballeroso despertaste hoy, hermanito. Llevas a la nena hasta su lugar de trabajo - comentó, sonriendo y sentándose frente a mí, levantando una ceja. — Aunque yo también lo hubiera hecho - añadió.
— Si es por eso que lo hice - mentí, observando unos papeles.
— Es raro viniendo de ti, nunca lo has hecho con otra mujer que no sea mamá o Stefa…
— Sí, y no quiero que la menciones para nada - dije de mal humor.
— Bien, no dije nada - respondió, elevando ambas manos en el aire.
— Te dejo con tu amargura de hombre viejo y arrugado - riéndose.
— Bueno, si no quieres que estos puños te golpeen para que veas lo viejo que soy, entonces es mejor que te largues - contesté, levantando la mirada y mirándolo mal.
— Sí, por eso me voy. Adiós, hermanito. No vayas a arrugarte de tanto enojo - dirigiéndose hacia la puerta para irse.
— “¡Ya lárgate!” - gruñí enojado, oyendo su risa desde lejos.
Me recosté en mi silla, soltando un suspiro e intentando procesar todo lo que había pasado con ella.
Mientras veía papeles y firmaba documentos importantes, miraba de vez en cuando mi reloj de muñeca para ver si ya era hora de ir a recogerla.
Cuando vi que eran las 5:40 pm, hice una llamada a mi amigo y guardaespaldas principal, Luca.
Ha estado conmigo y guardaespaldas principal, Luca.
Ha estado conmigo desde que tenía quince años de edad, es un hombre alto de ojos marrones y cabello blanco.
Es como otro padre para mí y ha guardado mis más grandes secretos.
— Luca, por favor, prepara el auto - le hablé por teléfono.
— Sí, señor, ahora mismo - respondió, y colgué la llamada.
Tomé mis cosas y salí de mi oficina.
Cuando salí por completo del edificio, vi que mis hombres ya tenían todo listo, solo esperando a que subiera al auto y condujera hacia la pequeña, mujercita que sería mi perdición y mi dolor de cabeza.
Conducir hacia la fundación me dio tiempo para reflexionar sobre la situación.
Recordé cómo nos conocimos y cómo ella despertó en mí emociones que nunca antes había experimentado.
Aunque intenté mantener el control, esa mujer desafiante logró poner mi mundo patas arriba.
Llegando a la fundación, estacioné el auto y bajé.