EMILY
No entiendo qué fue lo que pasó en el auto.
Todo fue muy rápido y repentino, tan repentino que mi corazón golpea mi pecho bruscamente.
Me culpo de ser una cobarde, pues lo primero que hice fue huir de la situación dejando a Max atrás.
La confusión y la incertidumbre se apoderan de mis pensamientos mientras intento comprender la intensidad de las emociones que me invadieron en ese breve instante.
Cada latido acelerado de mi corazón parece recordarme la cercanía de Max y la conexión inexplicable que sentí en aquel momento, haciéndome cuestionar mi propia reacción y el significado de lo ocurrido.
La mirada de Max fue como una bala dentro de mí, directo a la barrera que cubría a lo único que tanto había protegido, viéndose amenazado por sentimientos que jamás en mi vida había experimentado.
No sé cómo reaccionar a esto y no pienso contárselo a nadie, pues me niego a ser la burla de alguien con estas dudas que tengo.
Sé que fui un poco infantil en mi reacción, pero ¿qué más podía saber ante la mirada de semejante hombre?
Y aún más, que es casado y que ahora mismo su esposa lo espera en su casa.
Eso me amarga, dejándome un sinsabor.
Sé que no debería tener esos pensamientos y menos poner mi mirada en ese hombre que es prohibido para mí.
La complejidad de mis emociones se entrelaza con la confusión y el deseo, creando un torbellino interno que me sumerge en un mar de dilemas morales y emocionales.
La atracción prohibida y la conciencia de lo incorrecto se debaten en mi mente, mientras intento navegar por aguas turbulentas de emociones desconocidas y peligrosas.
No, no puedo pensar en esto y mucho menos en el hombre que hace poco me dejó aquí.
Esto es muy confuso para mí y prohibido, ¿Qué pensarán de mí si creen que yo…?
No, no quiero ni imaginarlo, pero es imposible quitarme a ese hombre de mi cabeza.
“No, Emily, aparta esos pensamientos”.- me digo a mí misma.
No me hacen bien y no es justo para esa mujer con la que él comparte cama.
Aquello produce un malestar dentro de mí.
¿Qué me pasa?
Apenas lo acabo de ver otra vez y ya estoy teniendo estos tipos de pensamientos.
Es algo tan estúpido y tonto.
“Pero, lo que vivimos hace poco fue muy real”.- dijo mi subconsciente.
Pero, no así, esto no es lo correcto.
Yo no soy una mujer que se mete en medio de una relación.
“Ya, Emily, deja de pensar en esto”.- me digo a mí misma.
La mejor solución será no volverme a acercar a él, claro, es lo más justo para mí. Porque si él es capaz de hacer esto a su esposa, no me quiero imaginar…
No, no, eso no pasará.
Aparto de mí aquellos pensamientos y decido prestar toda la atención a lo que vine.
Después de entrar en la fundación y saludar a varios trabajadores, llegué al ascensor para ir hasta las oficinas que se encontraban en los pisos superiores.
Fui directo a la oficina de mi mamá y al llegar, saludé a su asistente Rocío, quien estaba sentada en su escritorio, escribiendo algo en la computadora.
— Hola, Rocío, buenas tardes - la saludé apoyándome en su escritorio.
— Hola, señorita, buenas tardes. Qué gusto verla de nuevo, ha pasado tanto tiempo sin verla - respondió con una sonrisa.
— Sí, pero ya estoy de vuelta y qué gusto me da volver a verte también - respondí.
— Dime, ¿se encuentra mi mamá?
— Sí, aquí está. No hace mucho que regresó de la reunión con los otros jefes de las otras sedes.
— Bueno, pues iré a verla. Gracias - contesté, despidiéndome de ella y comenzando a caminar hacia la oficina.
— De nada, gusto de verla.
Al llegar a la puerta, toqué dos veces hasta escuchar su voz diciendo que pase.
Entré en la oficina y saludé a mi mamá.
— Hola, mala madre - la saludé entrando a la oficina.
— Ni siquiera una llamada y luego dices que la mujer sin corazón soy yo - llegué hasta ella y le di un beso en la mejilla.
— Hola, mi amor. Sí, perdón, prometí llamarte y no pude.
La reunión se adelantó con urgencia y se extendió más de lo que pensé - respondió, volviéndose a sentar en su silla.
— Y dime, ¿cómo te fue? - pregunté atenta.
— Puff… - pensé que sería más fácil, pero me equivoqué. He pasado por cosas peores, pero lo superé
— ¡Ah! Y casi me mata - mirándola con ambas manos en mis mejillas ruborizadas, recordando aquel momento.
— Si no hubiera sido por el señor Max, no la contaba - murmuré.
— Hay, amor, ¿qué cosas no te pasan a ti? Menos mal que Max estuvo ahí.