Odisea

Capítulo 3. Entre luces y sombras.

Muy temprano por la mañana, Neto despierta en el sillón con una cobija encima y un poco de babita seca en la mejilla (cortesía de un gran descanso, porque normalmente duerme en las calles). A su lado hay una nota de Lupita que dice: “Desayunaré en la escuela, cuídate y no te metas en problemas. P.D.: ¡Te dejé jabón para que no vuelvas a apestar!”

Neto se suelta a carcajadas. Tiene un desayuno improvisado en la cocina —pan dulce y leche con chocolate— y luego sale de la casa despidiéndose con una notita para doña Leonor en agradecimiento.

La mañana despierta en Tlaxcala con un sol suave, pero el ambiente está tenso. Neto camina por el mercado, con las manos en los bolsillos, algo pensativo… Aunque intenta disimular, lo que vivió hace dos noches le sigue dando vueltas en la cabeza.

—¿Quién era ese tipo enmascarado? ¿Por qué me atacó a mí? —se pregunta en silencio.

Mientras camina sin rumbo, escucha que algunos comerciantes comentan sobre desapariciones recientes. Una mujer grita que su sobrino lleva tres días sin aparecer. Otro dice que han visto cosas raras en los alrededores del río Zahuapan.

Neto frunce el ceño. Todo parece apuntar al mismo lugar.

En otra parte de la ciudad…

Dentro de una pequeña oficina de policía, dos agentes repasan reportes en una pizarra improvisada, ¡son los mismos que persiguieron a Neto en el Ex Convento! En el centro, una foto de una de las personas desaparecidas, con un círculo rojo.

—Oficial Ramírez, ¿puede explicarme por qué en su informe dice que la víctima “quizás se fue con los ovnis”? —pregunta la oficial Castillo, seria y elegante, cruzando los brazos.

—Bueno, licenciada, es que no hay señales de lucha y además se han reportado luces raras por el cerro. Digo, uno nunca sabe… —responde Ramírez mientras toma café de una taza que dice “Policía del Año”… claramente comprada por él mismo.

Castillo suspira. Es evidente que lleva el doble de trabajo desde que comenzaron las desapariciones, y su compañero, aunque tiene buen corazón, no ayuda mucho.

—Escuche bien, Ramírez. Necesito que recopile toda la información sobre las desapariciones que han habido en la ciudad. Hay un patrón y no es de ciencia ficción. Es real. Y se está intensificando.

Ramírez asiente, aunque en realidad solo entendió la mitad.

De vuelta con Neto.

Después de caminar sin rumbo fijo, se topa con un niño sentado en una banqueta, jugando con piedritas. El niño lo mira y le dice:

—¿Tú también viste las sombras, verdad?

—¿Sombras?

—Ajá. En las noches, bajan del cerro y se quedan mirando el agua del río. No hacen ruido, pero son como gente… sólo que muy flacos y raros. A veces desaparecen cuando uno los mira. Mis primos dicen que son fantasmas, pero yo creo que son gente disfrazada. Mi abuelita dice que hay algo malo allá.

Neto se congela.

El Zahuapan. Las sombras. El ataque del enmascarado.

Todo parece estar conectado.

Al caer la tarde, Neto regresa al lugar donde todo empezó: la ribera del río. Las jacarandas ahora lucen más quietas. Incluso el viento parece contener el aliento.

Se adentra en la zona, entre las raíces que levantan la banqueta y los arbustos. Busca pistas. Mira cada rincón con atención. Hasta que algo brilla cerca de donde tuvo su encuentro con el Enmascarado.

Lo toma.

Es una pequeña pieza, al parecer metálica, semejante a un amuleto antiguo. Tiene un símbolo extraño, tallado con gran detalle: un ojo dentro de una espiral rodeada de líneas como rayos.

—Esto… ¿se le habrá caído… al enmascarado? —se pregunta en voz baja.

De pronto, siente que algo lo observa. Se da vuelta de inmediato.

Nada. Solo árboles.

Pero al fondo, más allá del puente, una silueta oscura lo observa desde las sombras.

Neto cierra el puño. El objeto arde un poco, como si respondiera a su tensión. Decide guardar el símbolo.

Esta vez no huirá. Esta vez quiere respuestas.

Mientras se retira con pasos firmes, la cámara se eleva (como si esto fuera una película), y desde las alturas vemos que dos figuras más comienzan como que a volar… pero estas, quizá no sean humanas del todo.

De vuelta en la comandancia, la oficial Castillo empieza a marcar en un mapa los raptos que han habido…

—Las desapariciones no parecen tener un patrón fijo—dice en voz baja.

Ramírez llega agitado, cargando unos Tacos de Canasta envueltos en papel estraza.

—¡Ya traje las pruebas del caso!

—¿Pruebas?

—Sí, mire: los tacos de chicharrón de atrás de Correos son lo mejores. ¡Eso no pasa si no hay actividad paranormal!

Castillo lo mira con una expresión que mezcla compasión y resignación.

—Ramírez, sólo… tráigame los reportes. Y no se le ocurra comerse la evidencia.

En el silencio de la noche, mientras Neto camina hacia donde pasara la noche, vuelve a mirar el símbolo.

La cacería ha comenzado. Y Neto ya no es solo un chico curioso… ¡ahora es el objetivo!

Fin del tercer capítulo.




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