Oficialmente No Profesional

Capítulo XX

Cierro la puerta del auto y empieza.

──Pudiste descansar más, Sebastián.

──No, William. Mi hora de entrada es a las seis.

Presiona los labios, pareciendo ligeramente molesto. Pero eso ya no me intimida, voy a trabajar y así le regreso todas las canas verdes que me saca a mí.

──Eres increíblemente necio. ──se queja en un gruñido, pero enciende el auto y acelera.

Mira quién habla.

Veo por la ventana, pensando en lo que quería hacer el viernes con él. Había dicho que no lo haría luego de que se fuera con Edith, pero luego de haberme ayudado tanto… me animo de nuevo.

──¿Qué cosas te gustan? ──pregunto con terrible pena.

──¿Ah?

Agh.

──¿Que qué cosas te gustan? ──repito a duras penas.

──¿Por qué preguntas eso?

──Porque no sé nada de ti ──señalo──. Tú casi que sabes todo de mí y…

Dejo de hablar, la vergüenza es mucha. Ni siquiera me atrevo a mirarlo, porque su silencio solo refuerza en mi cabeza la idea que solo estoy haciendo el ridículo con mis preguntas.

Pero él habla.

──Me gustan los autos ──empieza──. Nunca he tenido uno nuevo de agencia, es como una de mis metas. Tengo una obsesión con los clásicos del Mustang de los que salen en las primeras películas de Rápidos y Furiosos, por ende, me encantan esas películas.

Me sorprendo un poco, pero no me muevo. Solo sigo escuchando todo lo que dice.

»Como notarás, me gustan las perforaciones. Pero solo logré hacerme uno sin que mi madre me matara, y terminé quedándome con las ganas de perforarme la oreja. ──Ríe al decir eso. Y ese sonido me resultó tan… relajante para mí──. Y si quieres que te sea honesto, no me gusta el café y mucho menos el azúcar. Pero cuando tomo tu café y lo que sueles comprar o preparar… me gusta. Es como si supieras a la perfección lo que puede agradarme.

Se adentra al parking del edificio del trabajo, yo sigo sin ser capaz de verlo. Eran tanto los nervios ante esa última parte, que lo único que se me ocurrió decir es:

──Fue pura suerte, más de una vez estuve a punto de echarle laxante.

William suelta una carcajada.

──Bueno, no lo descartes, puede que un día lo necesite y me hagas el favor.

No quiero reír, pero termino haciéndolo al imaginarme ese escenario. Y no pude parar cuando comenzó a contarme de otros trabajos donde era exactamente igual, con él siendo odiado por sus compañeros porque es un gruñón sin importar el puesto que tenga.

Esta fue la primera vez que reímos sin que el otro estuviera rabiando, y fue bastante agradable. Me sentía tan a gusto, que ni siquiera presto atención cuando me toma la mano, jugando con mis dedos sin dejar de hablar.

Entonces miro la hora.

──William, son las seis y media.

Me suelta y abre la puerta.

──Ah, mierda. Estar contigo es sinónimo de llegar tarde ──refunfuña──. Baja de ahí y deja la distracción.

Por alguna razón, el regaño me resulta divertido. Pero decido bajar, no quiero arruinar ese momento tan agradable.

Estábamos esperando el ascensor en silencio, cuando llega Israel y me palmea el hombro.

Justo el que tengo jodido.

Veo las ciento veinte estrellas del Mario 64 revoloteando por mi cabeza, no lloro porque me vería ridículo.

──¿Sucede algo? ──me pregunta.

William le gruñe.

──Está herido, tuvo un accidente. ¿Estás tan ciego que no ves el cabestrillo?

Israel se sorprende y aparta las manos.

──Dios, Sebas. Lo siento mucho. ──Sorbo por la nariz, en mi cabeza estoy derrotando al último Bowser para terminar el juego. La única manera que encontré de soportar el dolor──. ¿Qué haces aquí? ¿Este no te da ni un mísero día de baja?

¿Este?

No puedo ni poner mala cara, Israel me distrae tocando mi cabello con una mano mientras palmea mi brazo malo como si quisiera evaluarlo con la otra. Luce curioso de pronto.

──Para que veas cómo es de eficiente en su trabajo. ──William me guía al ascensor con firmeza, sacándome de su agarre. Vuelve a encararlo una vez dentro──. No como otros a los que le tienen que hacer todo, esos son irritantes.

Se cierran las puertas. Presiono los labios, incómodo.

──William, deberías parar eso ──aconsejo──. No vale la pena estar en esa constante guerra con él.

Bufa.

──Don Gato, que tú seas feliz con tus reglas, no quiere decir que yo lo seré cumpliéndolas.

Lo miro con desaprobación, pero él me ignora por completo.

Llegamos a la oficina y apenas quiero ir al comedor a encender la cafetera, me toma de los hombros con suavidad y me guía al escritorio.

──Hoy no también, por favor ──suplico.



#3043 en Novela romántica
#1013 en Otros
#388 en Humor

En el texto hay: comediaromantica, slowburn, gaybl

Editado: 10.11.2025

Añadir a la biblioteca


Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.