Miro su expresión, aterrado.
William se acerca a mí con rapidez, no me da ni tiempo de procesar nada cuando ya está de pie frente a mí. Pero no me dice nada o me grita de regreso.
Sino que toma mi rostro y me besa.
Al principio estoy en shock, incapaz de procesar con exactitud lo que sucede en este momento. Como siempre suele sucederme cuando me abrazaba o enterraba su rostro en mi cuello, y es cuando siento su aroma y cercanía… que reacciono.
Lo empujo y camino un paso hacia atrás, asustado.
──¿Qué…? ──comienzo a preguntar, solo que no soy capaz de terminarla.
Vuelvo a verlo y todo queda en blanco, porque su rostro no es la misma piedra indescifrable de siempre. Se ve… tímido, y hasta temeroso. Su rostro está dominado por un sonrojo tan intenso que jamás le había visto.
Y el miedo aparece cuando comienza a acercarse a mí de nuevo.
──William, oficina. ──murmuro, retrocediendo un paso──. Esto está mal, estamos en el trabajo. Eres mi supervisor y…
Me detengo cuando está de nuevo frente a mí, dejándome estar cuando toma mi barbilla para mantener su mirada sobre la mía.
──Manda la regla al diablo, Sebastián.
──No puedo, no puedo hacerlo… te meterás en problemas y…
Dejo de hablar cuando roza sus labios contra los míos.
──Mándala al diablo ──vuelve a pedir.
Acuna por completo mi rostro con sus manos y mi nivel de ansiedad se dispara. El miedo que siento es tan grande, que no logro entender qué es exactamente lo que me aterra de entregarme por completo a él.
¿Todo saldrá bien si lo hago? ¿Tendremos un buen final? ¿No se cansará de mí? ¿Y si…?
Pero vuelve a besarme y el miedo simplemente desaparece. Al principio solo ejerciendo presión contra mi boca, solo que al encontrar de lo más agradable la sensación, suelto un suspiro, permitiéndole continuar con el beso.
Al diablo todo.
Mi cuerpo entero se relaja, y es algo que William no duda en aprovechar.
Toma mi rostro con firmeza y me besa con intensidad, tanta, que hasta me apoyo en sus brazos cuando le regreso el beso con el mismo ritmo. Regresándole cada provocación de su parte, porque cuando me muerde ligeramente el labio superior, hago lo mismo con el inferior con sumo cuidado para no lastimarle ese piercing.
Todo se descontrola cuando su lengua roza la mía, porque pierdo la noción de lo que me rodea. Solo supe que me había presionado contra la pared cuando la siento en mi espalda.
Me pregunto vagamente que ha sido de esa puerta que tanto insistía en mantener cerrada, y… me doy cuenta que simplemente cedió y ahora está rota.
Acabo de romper una regla y sinceramente no me puede importar menos.
──Tú eres mi problema. ──dice al separarse. Lo veo en silencio, con la respiración agitada──. Desde que apareciste, todo en mí comenzó a funcionar por y para ti. Tú, tu gato, tu inocente y tierna forma de ser que me hace perder la cabeza.
Eso me avergüenza.
──Eh…
──Primero era Edith, podía vivir con la idea de que te gustan las mujeres y nunca hacer nada. Pero comenzaste a corresponder y todo se descontroló para mí. ──Su pulgar se acerca a mi boca y hace lo mismo de siempre, ejercer presión para que le deje entrar y yo… lo dejo──. Me estoy volviendo loco, Sebastián. Lo haré por tu culpa.
Intento decir algo, pero su pulgar en mi boca lo impide.
»No me malentiendas, por favor, adoro cada segundo que hemos pasado ──dice de forma más suave──. Pero me siento en una carrera la cual estoy perdiendo, porque ahora me entero que tienes a alguien revolcándose en tu cama y…
Mi cabeza hace clic, las palabras imprudentes de Noah resuenan en mi cabeza.
Tomo su mano para apartarla, él se resiste al principio, pero cuando se percata de mi insistencia me deja sacar su pulgar.
──¿Estabas de mal humor porque estás celoso de Lalo? ──cuestiono, casi sin aliento.
Gruñe y esconde su rostro en mi cuello, me abraza por completo en ese proceso. Tiemblo entero al sentirlo pegado a mí.
──¿Qué más da? No me interesa saber de ese…
──Es que ese es el nombre de mi gato, ¿no lo sabías?
Se detiene por completo.
Hago memoria, y me doy cuenta que en ningún momento le mencioné su nombre, William menos. Simplemente di por hecho que ya lo sabía.
Mi cuerpo entero tiembla por la risa contenida, y creo que lo sabe, porque se separa para observarme como siempre: malhumorado y gruñón.
──¿Me estás jodiendo? ──pregunta de lo más enojado y ahora sí que suelto a reír──. ¿En todo este jodido tiempo no pudiste decirme su nombre antes?
──Nunca lo preguntaste ──me excuso.
──Maldita sea, Sebastián. ¿Cuál es tu maldito problema? Eres un…
Lo interrumpo.
──Sí, sí. Como sea.