Ofrenda De Amor (lady Frivolidad) Trilogia Prohibido 1 Y 2

XXIII PARTE 2

El clima templado predominaba en el lugar.

Las hojas secas entre tonos anaranjados y rojizos, esparcidas por todo el terreno sobrecogido de verdocidad le daban un toque envejecido al panorama en cuestión.

Los árboles mudando de follaje.

Al igual que se apreciaban los atardeceres con leves lloviznas, a causa de la próxima llegada del invierno.

Llevándose consigo los resquicios de todas las estaciones que brotaron a lo largo del año.

Aunque de las trecientos sesenta y cinco jornadas surcadas, ese era el día y la época que le causaba una melancólica molestia en el pecho, que a sus escasos cinco años recién cumplidos, Thierry Alexandre Allard estaba intentando sobrellevar, pero a veces creía que no podía más.

Aquel chiquillo de ojos azules y aura taciturna, permanecía sentado observando por la ventanilla del carruaje el paso del paisaje con rapidez por sus cuencas, tratando de ignorar el escándalo que provocaba su hermana Babette, la cual no podía estarse quieta ni callarse por dos segundos para dejarlo estimar al completo el sentir que llenaba su estómago de un vacío incómodo.

Teniendo nombre, apellido y un rostro puntual borroso que con el tiempo se evaporo de sus recuerdos.

Frustrado consigo mismo por no poder conmemorarle a cabalidad.

Quedando únicamente con las palabras susurradas en su oído remarcando el «No me olvides», y ese «Te amo» urgido que ahora empezaba a considerar un murmullo que ideo su mente, como justificación al abandono de la única persona que creía necesitar para que su felicidad fuese plena.

Habían recorrido tantos lugares a su corta edad, que ni siquiera sabía a ciencia cierta donde los trajo al mundo su progenitora.

Estaba seguro que su padre daba la vida por ellos, pese a que estuviese ausente la mayor parte del tiempo, pues siempre los dejaba asistidos de personas que se desvivían por colmarlos de atenciones.

Tio Gibs siendo uno de tantos.

Ese hombre que en conjunto con su esposa velaron por la salud de ellos, y hasta hace poco los despidieron en el puerto de Londres al no poder seguirles, a consecuencia de que las obligaciones los apremiaban.

Por eso ahora se hallaban nuevamente bajo el ala de su progenitor.

Algo que no le causaba inconveniente, solo que no era ella…

Su madre.

La que les musitaba nanas, y mostraba a su padre en bocetos que realizaba con esmero para que siempre lo tuvieran presente.

¿Por qué evocaba aquello y no podía recordar su rostro?

Era solo un bebé en esa época, no debería si quiera perpetuar que alguna vez existió en su vida.

Estar igual de nulo como lo dejaba entrever su hermana, pero el afecto por su persona era algo que se le salía de control.

Tan especial que le asfixiaba.

Tan fuerte que se le entrecortaba la respiración.

Por eso tampoco se podía explicar, porque si ella fue capaz de tener aquel detalle para que su amor hacia el ser que ayudo en la concepción fuese incondicional, su progenitor ni siquiera la mencionaba.

Pese a las insistencias.

Cansándose de reclamar un poco de información, al obtener una prohibición severa por su parte, en cada intervención.

Recalcando que era un tema que no pensaba tratar con él.

Tornando casi imposible que no apreciase cierto tipo de rechazo hacia su persona.

Él tenía derecho de siquiera saber su nombre y se lo negaban.

A veces en las noches consideraba como algo dentro de él se comprimía a causa de la ignorancia mental, porque en la del alma parecia como si las sensaciones las estuviera advirtiendo en ese mismo instante.

Tambien estaba el tio Alejandro, que los acogió en su residencia cada vez que tocaban esas tierras, aunque no precisamente el lugar por donde transitaban.

Era la primera vez que evaluaba aquel paisaje frondoso.

Recordaba cada lugar, ya que pese a no poder disfrutar al completo de la naturaleza era muy observador, y plasmada en su mente cada cuadro rememorándolo como una magnánima creación divina.

A veces intentando dibujarlos.

Suspiro con pesadez llamando la atención de la persona que permanecía a su costado.

— ¿Qué ocurre campeón?— examino con voz apacible, tratando de que no notase que sabía la respuesta a su disyuntiva.

Tuvo una disputa interna.

Obteniendo la contestación inmediata.

No tenía caso decirle a sabiendas que se enojaría, y ese día no se sentía en capacidades para no exigirle que se la mencionase.

Que le sacara de dudas.

Era pequeño, pero de los mellizos el más receptivo en cuanto a temas complicados se trataba.

Tenía la posibilidad de ignorar que en alguna parte del mundo habitaba, pero el necesitaba que le rompiera el corazón.

Que lo rechazara para ponerle fin a su inexplicable adoración a su alma.

No le sería tan fácil deshacerse de él.

Porque asi pasase el tiempo cuando creciera la buscaría, siendo solo para que le aceptase de frente que los abandono porque no les quería.

En eso se parecia al hombre que tenía al costado.

Que lo apreciaba con una sonrisa contagiosa, aguardando por una respuesta.

Un que no le daría con sinceridad.

—No es nada padre—respondió sin verle a los ojos, regresando su escrutinio al camino.

Tratando que no notara su congoja.

De que sus sentimientos no demostrasen más de lo debido.

—Esta triste por madre— solto con una sonrisa petulante su hermana, interfiriendo en la conversación.

Ganándose que girase la cabeza y le regalara la mirada más fría que tenía, respondiéndole con una sacada de lengua, seguido de un puchero por no lograr que continuase el juego.

Una Bette que hasta el momento estuvo incordiando al otro individuo que los custodiaba.

Su tio Alejandro.

El cual dejaba que le fastidiase a su antojo.




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