Ofrenda De Amor (lady Frivolidad) Trilogia Prohibido 1 Y 2

XXVI PARTE 1

“Esperanzas rotas.

Encuentros amargos.

Relaciones fracturadas que imploran un poco de sensatez.

Porque la persona que arriesga su bienestar, lo único que desea es que valga la pena.

Que el desastre no cobije más entidades.

Ya que por muy asqueada que este del apellido impuesto, los sentires albergados y cosechados durante una vida no desaparecen.

Ni dejan de tener cabida en el órgano vital, que aunque destruido late con cada parte que lo conforma.

Estando entre estas el par que no puede olvidar, pues es difícil dejar atrás a las dos existencias que han estado con frecuencia en su vida.

Tanto, que desecharlas no lo ve como una salida plausible, ya que para los sentimientos es inviable, aunque guiándose por la moral resulta inaceptable si quiera considerar darles una nueva oportunidad para resarcir los males.

Un dilema que llama al desastre, pudiendo dejar consecuencias poco honorables”

*******

 

 

África Occidental.

(Costa del oro neerlandesa – Ghana)

Puerto Takoradi Harbour.

Marzo de 1800

 

¡Por fin!

Habia sido por mucho el viaje más agotador que efectuó desde que tuvo uso de memoria.

Aquel en donde las horas de sueño fueron nulas.

Las noches grisáceas, y a veces tormentosas una compañía infaltable en la soledad.

Porque era como estaba en realidad, ya que no le permitió ni a Carmen que la acompañase en aquella travesía.

No expondría a un inocente en la medida de lo posible.

Viajo en clase baja y pasó la mayor parte del tiempo en el camarote, al igual que llevo el rostro cubierto lo mejor posible para no ser reconocida.

Era lo más recomendable.

No sabía si podía estar siendo vigilada.

Tenía que pasar desapercibida.

No dialogo con ningún pasajero y poco fue lo que consumió alimentos, solo los necesarios para evitar desfallecer.

Cosa que no podía permitirse con algo tan determinante como lo que tenía trazado hacer.

Constantemente rememoraba que se hallaba solitaria, sin esperanzas de que la situación cambiara.

No hablando del aspecto superficial, si no el interno.

Aquella misiva que le hizo llegar a Alexandre, fue su sentencia de que en el mundo es como tenía que habitar.

En el completo despoblamiento espiritual.

Cuando emergió de la embarcación con la frente perlando su rostro, y totalmente roja por el calor sofocante que hacia pese a que el invierno no habia menguado en su totalidad, supo que estaba irrumpiendo en algo semejante al infierno terrenal.

Sin importar parecer poco recatada se deshizo de la chaquetilla de viaje y el gorro que la protegía de la ligera llovizna y de ser notada, tratando de amortiguar un poco el bochorno no importando si era ubicada por alguien que la reconociese.

Demasiado lejos para seguirse preocupando por ocultarse.

Sin contar con que habia esperado que la mayoría emigrase para poder hacer su descenso.

Los rayos de sol se habrían paso pese a que las gotas no cesaban, lo que probablemente volvería su piel reseca y con pecas.

Poco le importaba no parecer la perfección en toda regla.

Físicamente nunca lo habia sido, y la vanidad fisonómica nunca primo en ella.

Sin ayuda arrastro el baúl hasta llegar a la salida de la zona de embarque.

Jadeante, perdiendo el glamour.

Con la mirada de los que restaban esperando a sus familiares, a la par de los que acababan de llegar puestas en su entidad, pues no acepto asistencia de nadie.

Ignoro todo escrutinio, solo observando hacia los lados en busca de un mobiliario, y su única salvación para movilizarse.

Pero al parecer eran casi nulos, pues solo vislumbraba personas transportarse en algo parecido a carretones de carga, que llevaban a una cantidad importante de individuos junto con sus baúles, sirviéndoles de acondicionamiento para no caer.

Resoplo apartándose el mechón de cabello que se habia escapado de su sencilla aunque impecable trenza, el cual aunque mojado por el sudor y la lluvia cedió sin esfuerzo alguno.

Apesadumbrada dejo caer el baúl, con el cuerpo cansado y las emociones a flote, en ella primando la ira contrastando con la incertidumbre.

Cuando salió intempestivamente de la residencia de su padre a mitad de la noche, no quiso escuchar a nadie.

Hecho por la borda las sugerencias de esperar un poco, pese a que Macgregor diligente le ofreció mover algunos contactos para que su llegada no fuese tan desprotegida.

A todas con tozudez remarcada les otorgo una absoluta negativa.

No quería estar en ese lugar, un territorio que le recordaba lo sucia que constaba, lo manchada que se hallaba su alma sin siquiera poder de elección.

Necesitaba respuestas, una mísera prueba de todo, para asi poderse terminar de derrumbar o por el contrario encontrar una esperanza para creer que todo lo que leyó y le solto su tía no era más que una blasfemia, para desestabilizarle y conseguir lo tan anhelando sin una última batalla.

Como la cobarde convenenciera que era.

Después de un suspiro apesadumbrado, seguido de un leve mareo se rindió por un momento en su empeño de mover aquel armatoste que no creyó arrastrar, hasta que la vida le dio sorpresas.

Ya todo podía ser posible en la barrera de lo impensable.




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