Ofrenda De Amor (lady Frivolidad) Trilogia Prohibido 1 Y 2

XXVIII PARTE 2

Marzo de 1801

 

Angustia.

Zozobra.

Desazón.

Esas, entre otras sensaciones eran las que se estaban apoderando del sistema de Luisa, la cual se paseaba de un lado a otro avanzada la madrugada, constando ubicada en la sala principal, tras haber recibido la no muy grata e inapropiada visita del aliado del diablo.

Aquel que jugaba a dos, tres y cuatro bandos.

O los que fuesen necesarios añadir a su prontuario, con tal de obtener su egoísta satisfacción.

Ahora ubicándose retorcidamente de su lado, trayéndole noticias que en vez de agradarle, amargaban su alma atormentándole la existencia.

—Al parecer no está muy capacitada en los menesteres más apreciados por un hombre, como para que su muy devoto marido le esté proponiendo precisamente a su prima convertirse en la querida— espeto en tono pomposo apreciando como la palidez de la piel se le acentuaba, tras procesar de a poco la información que le llevaba, mientras bebía una copa de coñac que con confianza extrajo del aparador sin consentimiento previo.

Desde que recibió aquella correspondencia estando ingiriendo el primer alimento del día unas semanas tras su reencuentro, los ánimos de Alexandre menguaron.

La sonrisa no le llegaba a los ojos, y pese a que seguía frecuentando su lecho ni bien llegaba de sus obligaciones, lo cierto es que el brillo de sus iris al verle se estaba extinguiendo.

Seguía igual de romántico y amoroso, pero a veces lo notaba perdido en sus pensamientos.

En un mundo paralelo.

Algo misterioso.

Tambien advertía que no dormía lo suficiente, pues a veces lo hallaba sentado mirando a las afueras, sin realmente estar observando el amanecer, y suspirando con pesadez.

Señal de que algo le atormentaba, y por más que le preguntaba respuestas no daba.

No exigiendo más de lo que le otorgaba, por el simple hecho de no complicar la situación.

Porque ella conocía la respuesta a ese cuestionamiento, pero no descubría la forma ni mucho menos la moral para ponerle solución.

Se le estaba haciendo costumbre vislumbrar el lado contrario del lecho frio e inhabitado, y a veces apreciar su esencia un tanto cortante por sus palabras oscas, pero las actitudes contrarrestándolas con mimos.

Al principio quiso especular que era por aquel cambio que habia venido de repente, no sabiendo cómo afrontar su nueva situación.

Pretendiendo hacerse la ciega, pero sencillamente con lo que le acababa de comunicar el escoses, todas sus dudas existentes quedaron resueltas.

Pudo ponerlo en tela de juicio, sacarlo a patadas por su actitud destroza vidas, pero no tenía caso cuando entendía desde el inicio que Alex continuaría con su pensar.

El permanecía con sus planes.

Aunque eso no era lo que le incomodaba, en realidad le encolerizaba el hecho que siquiera cavilara la posibilidad de traicionarle con otra mujer.

Luisa no se sentía en condiciones de reclamarle por seguir con sus propósitos, cuando continuaba jugando con fuego, adentrándose en los esparcimientos del Rey.

Imponiéndole designios unilaterales a su tio, el Marqués de Priego; pero que Alexandre Allard quisiese engañarle en sus narices por una venganza y con su prima… eso sí que se salía de todo pronóstico.

La sangre se le calentó, logrando que apretase los puños.

Apreciaba un ligero escozor en la garganta, y los ojos le picaban por las lágrimas acumuladas que no soltaría.

El karma la estaba alcanzando.

Ese siempre fue su miedo.

Que se fijase en alguien más perfecto, porque cualquiera podía serlo.

Pese a que entendía que lo realizaba con una saña en particular, no dejaba de ser una realidad tormentosa.

Sabia de ante mano que lo forjaba no por falta de amor, pero eso no menguaba la gravedad de la situación.

Que estimase una fricción en su corazón.

—Le felicito— expuso sin cuento previo, mientras se acercaba a la aparador y se servía un whisky escoses.

Ella tambien necesitaba un trago.

Con urgencia.

»No esperaba menos de usted, aparte de querer ponerme en una situación discordante— el aludido rio entre dientes, sin negar su afirmación—. ¿Y ahora que viene?— interrogo posándose frente a él con la copa en la mano, y sin perder el tiempo empinándosela sin siquiera pestañear.

Precisaba el ardor que este le profería, el cual la puso a carraspear.

Algo que agradecía, pues le otorgaba cierto tipo de entretención.

»Lo que se me hace lamentable, es que como todos los hombres predecibles, sus actos sean guiados por una mujer—. Se tensó en su lugar, pero prosiguió sin darle tiempo a responder—. Lo creía menos visceral— no habia que ser un genio para darse cuenta que la manera en cómo se expresaba de Angeles, la explicitud en las veces que habia podido tratar asi sea un saludo con ella, hasta el brillo en los ojos de este cambiaba.

Tampoco tenía que adivinar que la misiva que habia recibió su esposo, el similar momento que ella, era mandada por la misma persona, aunque con diferente contenido.

La suya con una aclaración por parte del Rey, indicándole que uno de los puntos estaba saldado, retribuyéndole en parte su labor con una amarga felicitación.

Al igual transportaba una especificación, que recalcaba la espera de que pronto pudiera darle noticias gratificantes, sobre la culpabilidad de su padre.

No le habia respondido porque tenía tiempo para hacerlo, pues gracias a su cautela este no conocía que residía en sus tierras.

La recaída de salud le habia quitado astucia, y tambien valía que su cotilla ahora le servía cuando quería a la par que le ajustaba.

—Su esposo no demora en hacer arribo— inquirió enderezándose sin responder antes sus acusaciones acertadas—, y solo me permití abordarle a horas inadecuadas porque incordiarle es uno de mis pasatiempos favoritos— una sonrisa amarga se formó en sus labios—, pero es hora de retirarme si no quiero ser el culpable de una discusión— su cinismo le producía arcadas—. O en el peor de los casos convertirme en carne de cañón del mejor tirador de su Alteza— espeto con seriedad y burla a la par—. Soy demasiado joven, y dotado de virtudes para desperdiciar mi existencia por una mujer que ni siquiera le he tocado uno solo de los cabellos—alzo una ceja escéptica—. Ni tampoco quiero— aclaro fingiendo estremecimiento—. No tiene tanta fortuna, pues aunque entre gustos no hay disgustos… usted dista mucho de ser uno de mis desfases o desatinos— rio por su elocuencia absurda.




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