Oh~my lady?!

Un vestido

― Lo siento…

 

Fue lo único que mis labios pudieron pronunciar. Sentía una presión en mi pecho que seguramente era culpa por mis comentarios tan abruptos pero a pesar de eso no podía dejar de estar convencida de que sus actitudes se merecían cada una de mis palabras, o tal vez no todas.

 

― No sé a qué vienen tus disculpas. Si te disculpas es porque estás tomando la responsabilidad de los actos, y no creo que seas la responsable de la muerte de mi madre, ¿o me equivoco? Me irrita que seas una persona tan básica.

 

Ni siquiera fui capaz de levantar la mirada, la sensación de quedarse sin argumentos era tan abrumadora que me fue muy difícil volver en mí. Esta vez no fue el tono en el que me hablaba, simplemente eran esas palabras tan ciertas que podía sentir como me derrumbaba poco a poco.

 

Volvimos a casa. Solo eso. Entregué los libros donde estaban los jardines que había señalado y después de eso solo no volví a saber de él. Las órdenes eran por medio de Killiam, pero eran cosas tan irrelevantes que de seguro él no quería volver a hablarme en un buen tiempo.

No… No extrañaba sus regaños.

 

Fue después de varias noches que volví a encontrarme con el padre de Sascha. Con la segunda impresión que me dio parecía ese tipo de personas a las que no tienes permitido ver directamente a los ojos y estás condenado a obedecer. Seguramente era por ese aire de extranjeros que se le notaba a metros de distancia. Bueno, aunque quisiera no podría combatir casi los treinta centímetros que discrepan en nuestras alturas, solo de verlos a los ojos me podía provocar un severo dolor en el cuello.

Cuando ese hombre me vio hizo un ligero movimiento con su dedo pidiendo que lo siguiera hasta su despacho.

 

Llegué a girar levemente para ver si Killiam o alguno de los otros empleados me auxiliaba, pero no fue así. Ni siquiera estaba segura de lo que pude haber hecho para ser llamada directamente por él.

Me senté tal y como me ordenó. No fui capaz de levantar la mirada hacia él hasta después de algunos segundos primordiales, aunque él estaba concentrado en buscar algo en sus cajones.

 

― Me alegra que estés libre ahora.

 

Mencionó antes de dejar caer una carpeta cerca de mis manos.

 

―Estoy planeando una gran fiesta y mi hijo debe estar presente. En esa carpeta está una lista de nuestros invitados, entre ellos algunas candidatas para ser la esposa de Sascha. Lee los informes sobre ellas y envía regalos que estén a la altura de cada una de ellas. Deben estar en sus manos un día antes.

 

―Señor… Hace unas noches la prometida del joven ya estuvo aquí. Es la que estuvo en bar.

 

Debió parecerle gracioso porque una sonora carcajada escapó de sus labios.

 

― Esa muchacha era la asistente anterior. También supe lo que te hizo y por lo que me han comentado, tuviste una reacción curiosa. En fin, solo prepara lo que te encargué porque solo tienes dos días.

 

Si no era el hijo, era el padre. Definitivamente debía estar bañada en sal por la suerte que cargaba sobre mí.

Esa noche podría leer atentamente aquellos informes. No solo había dirección domiciliario sino que había gustos y preferencias en joyería y una fotografía de cada una. Realmente eran mujeres muy hermosas, de esas que ves por la televisión y parecen candidatas perfectas para un concurso de belleza. 

 

A primera hora de la mañana, me encargué de llevarle el desayuno a Sascha e indicarle que iba a salir para hacer unos recados de su padre. No le puso mucha atención a aquello y me despedí.

Killiam me había entregado la chequera del señor Rupert. Esa responsabilidad era demasiada para mí pero intenté sobrellevarla.

El chofer me acompañó a la joyería que el mismo jefe me había recomendado, además de que era la preferida por la familia.

 

Me sentí totalmente abrumada con tantas joyas. Algunas tenían valores tan estrafalarios que podría vivir con ellas durante dos o tres vidas.

Nunca había elegido joyas y para ser la primera vez estaba muy perdida.

Tal vez el desconocer sobre joyas y el valor de estas podía ser de ayuda, después de todo la primera impresión servía.

 

«Quisiera comprar todas… »

 

Observando las vitrinas gasté gran parte de mi día, todas eran maravillosas y al final del día había entregado un cheque que superaba el millón de dólares.

Cuatro gargantillas de diamantes que hasta de tocar la caja me daba miedo por dañarla o algo.

 

Eran casi las tres de la tarde, hablando con el chofer parecía ser una buena hora para ir por un ramo de flores para cada una de las candidatas a prometida del hijo de Satanás.

De flores no sabía nada, pero compré rosas para todas, cuatro ramos completamente iguales  que acompañarían aquellas piezas de joyería.  

Como por broma pesada de destino, aquellas muchachas parecían vivir cerca así que no tendríamos que dar tantas vueltas.




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