—Nos vemos mañana en los ensayos —le digo a Rober mientras jugueteo con la coleta que se ha hecho.
—Y tú descansa, eh. —Me da un tierno beso en los labios y me abraza—. Como me entere yo de que no estás tirado en la cama, vengo y te ato a ella.
Le pongo morritos.
—Mmm… Eso me gusta.
—No lo he dicho de forma sexual, sino como castigo para que no te muevas.
Mi mente se imagina una escena de lo más pornográfica y un calor se apodera de mí. No puedo evitar sonreír con picardía.
—Me encanta esa idea.
Ahora sí, me despido de él con otro beso, pero más intenso, y contemplo cómo se marcha por la puerta con una pena instalada en mi cuerpo, porque ya lo echo de menos. Ojalá me adopte en el piso que comparte con su hermana, pero sería un poco precipitado que nos fuéramos a vivir juntos con solo un año de relación, que yo no soy como la mujer que me trajo al mundo y su prometido.
Cuando me giro para subir las escaleras hacia mi habitación, me percato de que Axel está sentado en el último escalón, frunciendo la nariz sin dejar de mirarme, como si estuviera oliendo su apestoso perfume.
Pero ¿este tío es un voyeur o qué? Menudo repelús me está dando. Ayer, poniendo la oreja mientras follaba con Rober, y ahora esto.
—¿Qué pasa? ¿Te da asco ver a dos tíos dándose el lote? —le espeto.
—La verdad es que sois vomitivos.
¡Bingo! Sabía que se había convertido en el típico machote que me enviaría a un campo de concentración para exterminarme.
—Yo, por lo menos, no tengo unos cuernos más grandes que los de un ciervo, homófobo.
Axel aprieta la mandíbula.
—Tampoco te pases, que a lo mejor te llevas una sorpresita con tu novio.
Me echo a reír.
—Claro que sí, hermano. —Le doy un par de palmadas en el hombro y me encierro en mi cuarto para volver a dormirme tras haberme despertado para desayunar con Rober.
Mi madre y Casimiro seguirán acostados, porque no tengo ni idea de la hora a la que vinieron anoche.
Me dejo caer en plancha en la cama, a esperar a que surja un milagro y se me quiten el dolor de espalda y las agujetas del día tan intenso que viví ayer.
Como escuche a mi madre quejarse de que no hago ejercicio, le pienso poner como ejemplo las dos mudanzas, con sus correspondientes subidas y bajadas de escaleras, y haciendo pesas con las cajas y la televisión del idiota. Como es obvio, me ahorraré el asalto final con Rober en cuanto terminé de tocar en el local.
—Eh, tú, te tengo que contar algo muy importante. —Axel irrumpe en mi habitación sin haber llamado a la puerta y sin pedir permiso, sujetando una caja de pañuelos.
—Qué pesado eres, tío. Déjame vivir en paz.
—Es que no voy a poder quedarme tranquilo si no te lo cuento. —Se toma las confianzas que no le corresponden para posar su culo para partir nueces en el filo de la cama, a mi lado.
Me incorporo y me siento con las piernas cruzadas, mirándolo con atención.
—¿Quieres que follemos juntos y por eso me espías tanto? —me cachondeo de él—. Porque siento decirte que ya no eres mi tipo. Ahora me van más los melenudos roqueros.
Axel hace una mueca de repulsión.
—No he venido a satisfacer tu fantasía sexual de enrollarte con tu exnovio del instituto.
—Me acabas de romper el corazón con tus palabras —le respondo con ironía, fingiendo que no me ha afectado la etiqueta de «exnovio del instituto»—. A ver, desembucha.
Si no lo conociera, si no fuera mi hermanastro y si no hubiera pasado nada entre nosotros en nuestra adolescencia, me lo tiraba, porque el imbécil sigue teniendo su punto de atractivo.
—Tu novio te ha puesto los cuernos con mi exnovia. Los pillé a los dos desnudos el viernes por la tarde —suelta con una inquietud que no le he visto jamás, y me tiende la caja de pañuelos—. Lo siento mucho, Daniel. Estoy aquí para todo lo que necesites.
El silencio se instala en el ambiente; yo permanezco callado durante unos segundos y observo primero los pañuelos y después a Axel, que está en un sinvivir, aguardando mi reacción.
Entonces, estallo en carcajadas.
—¿Qué pasa? ¿No te lo crees? —inquiere, mosqueado—. Si quieres, llamo a Sarah para que te lo confirme.
Saco un pañuelo de la caja de un tirón y me limpio las lágrimas que se me han escapado por las risas.
—Me lo creo, me lo creo.
—¿Y por qué actúas como si no te importara?
—Porque no me importa —le contesto, despreocupado.
Cojo el móvil, que lo tengo sobre la cama, y le mando un mensaje a Rober para que él mismo me confirme esa información.
Daniel: «Oye, ¿la inglesa con la que te acostaste el viernes era la exnovia de Axel?»
No tarda en responderme.
Robbie: «Qué rápido se ha ido de la lengua ese muñeco jajaja. Pero sí, es cierto. El sábado pasado, esa chica, que era una fan, se me acercó cuando terminamos de tocar. Estuvimos hablando un rato y me dio un papel con su teléfono por si algún día me apetecía quedar con ella. Menudo careto se le puso al amigo en cuanto me vio en el pasillo de su apartamento, tapándome la polla con un cojín de Taylor Swift»
Daniel: «jajaja joder, esto sí es literatura»
Me descojono al leer esta versión tan graciosa de la historia y el mamarracho que tengo sentado al lado me pregunta que de qué me río tanto.
—De nada que tenga ver contigo —miento, porque tampoco soy tan cabrón como para hurgar en su herida, que en el fondo me da hasta lástima.
Nadie se merece ser un cornudo, ni siquiera él.
A continuación, recibo otro mensaje:
Robbie: «Espero que estés descansando, si no, ya sabes lo que te espera»
Daniel: «Por supuesto que sí, cariño»
Para que me crea, aporto una prueba, que se trata de un selfi que me hago tirado en la cama. Axel, que parece que se le ha quedado el trasero pegado a mi colchón, no para de mirarme, atónito.