Mi querido hermanastro me ayuda a meterme en el asiento del copiloto de su coche y se atreve a ponerme el cinturón de seguridad, porque yo, con lo cocido que voy, no soy capaz de conectar ni dos neuronas.
Rober, Iris y Candela ocupan el asiento trasero, ya que Axel se ha ofrecido para ser nuestro taxista, que es el único de nosotros que no va borracho; sus amigos se han ido por su cuenta en el vehículo de Gerard, que se ha tirado la mayor parte de la noche ligando conmigo.
—Vamos a la cama, que hay que descansar, para que mañana podamos vaguear —canturreo con la cabeza dándome vueltas sin parar.
Iris es la primera persona a la que dejamos en su casa; se acerca a la puerta tambaleándose, con las llaves en la mano, que se le caen al suelo. Después es el turno de Rober y Candela. Mi novio se despide de mí con un beso en la frente en vez de un morreo, porque antes ha echado la pota en el vestido de la amiga de Axel y besarme sería asqueroso.
—¡Tío bueno, macizo, con tu culo me hipnotizo! —exclamo desde la ventanilla mientras observo cómo se dirige hacia su portal.
Creo que Rober se da la vuelta en mi dirección, pero no logro verlo porque lo tapa una pareja de ancianos, que justo pasa por delante de él.
—¡Gracias, chaval! —me grita el abuelo saludándome con la mano, creyéndose que le he soltado el piropo a él.
La mujer, que está agarrada a su brazo, comenta «qué desvergonzados son estos jóvenes de hoy en día» y se lo lleva a rastras por miedo a que se lo robe. Rober y yo nos reímos al unísono.
¿A dónde van dos jubilados a las cinco de la mañana? ¿Vendrán de fiesta, como yo, o habrán madrugado para darse un paseíto y abrir las calles? Tantas preguntas sin respuesta tan tarde… O tan temprano.
—Vaya espectáculo estáis montando —interviene Axel.
—Para espectáculo, el que están montando mis cojones colgando —le respondo con una bonita rima, y estallo en carcajadas yo solo.
—¡Cande, vamos! —llama Rober a su hermana.
Candela se despierta de sopetón, porque se había quedado frita, y se apea del coche. Se asoma a la ventanilla de Axel para soltarle con su sonrisa de borracha ligona y su acento gaditano:
—Soy una romántica empedernida y me gusta ver el amanecer en la playa. —Lo mira con intensidad y yo me muero de risa—. Nene, de verdad que tienes unos ojos precios… —Pierde el equilibro y se pega un hostión contra el suelo—. ¡Estoy bien, no os preocupéis por mí!
Menuda vergüenza ajena estoy sintiendo por mi amiga en este momento.
Axel se baja del coche, intranquilo, y ayuda a la dama en apuros a levantarse, fingiendo ser un caballero de los de antaño.
—Venga, arriba.
—Gracias, corazón —le contesta ella, toda enamorada—. Ya no existen hombres como tú.
Me están entrando ganas de vomitar, y no es por haberme bebido hasta el agua del váter.
Mi hermanastro, tras asegurarse de que Candela llega sana y salva a su portal, donde la espera Rober, vuelve a meterse en el coche y se pasa una mano por la frente, agotado, mientras murmura «vaya noche llevo». Yo me acerco a él para rodearlo con los brazos y apoyar mi cabeza en su hombro.
—¿Quieres ser mi almohada? —Cierro los ojos para relajarme y disfrutar de su calidez y su olor—. Me gusta tu perfume.
—Quítate, Daniel, que no puedo conducir contigo pegado a mí. —Me aparta con suavidad de su cuerpazo.
Yo suelto un bufido, me vuelvo a acomodar en mi sitio sin abrir los ojos y consigo dormirme durante lo que queda de trayecto. Sin embargo, cuando el capullo estaciona enfrente de nuestra casa, me obliga a despertarme, tapándome la nariz con sus dedos para impedirme respirar.
—¿Qué haces, idiota? —le espeto, y me recupero del susto—. ¿Querías deshacerte de mí?
Estoy seguro de que su sueño es acabar con mi vida, y esta noche se lo he puesto a huevo. Quería aprovechar la oportunidad para matarme, esconder mi cuerpo inerte en el maletero, llevarme a un descampado, rociarme con gasolina y prenderme fuego para que no quede rastro de mí y no lo acusen por cometer un asesinato.
A partir de mañana, tendré que dormir acompañado de un cuchillo bien afilado, por si las moscas, que no me fío de este ser diabólico.
—Lo que quiero hacer es llevarte a la cama —me dice desabrochándome el cinturón (el de seguridad), y mi mente interpreta esas palabras de una forma sexual.
Así que me entra la risa boba.
Axel sale del coche para abrirme la puerta y ayudarme a bajar con torpeza.
—Somos hermanastros —le recuerdo sin parar de reír—. No podemos follar, porque cometeríamos un acto incestuoso, ¿no? Aunque no compartamos sangre, sería una relación prohibida. Buah, menudo morbo me está dando.
Mientras caminamos hacia la entrada de casa, me agarro con firmeza a su bíceps como si quisiera desinflárselo.
—Tienes la mente enferma —me contesta con el semblante impasible, y abre la puerta de nuestro dulce hogar—. Además, estás tan borracho que no puedes ni sostenerte en pie.