-¡Martín, vuelve aquí!
La puerta se cerró tras él violentamente. Nora la abrió y parada en el porche gritó otra vez.
-¡Martín, por favor! ¡No des un paso más! ¡Te juro que si das un paso más no me encontrarás cuando regreses!
Martín sabía que la encontraría cuando regrese, así que siguió caminando, atravesó el jardín y se metió en el auto. Antes de que ella pudiera alcanzarlo, ya había arrancado.
Nora quedó sola, ridiculizada en la acera nuevamente y, en un instante, se vio envuelta por los ojos intrometidos de los vecinos e imaginó las cosas que estarían pensando de ella. Cerró los puños en un acceso de furia y vergüenza y entró a la casa antes de que su audiencia indeseada pudiese ver la flama roja que le empezaba a recorrer la cara. Apresuró sus pasos hacia el baño y se mojó el rostro, alzó la cabeza y lo que vio en el espejo casi le espantó: su cara parecía veinte años mayor de lo que era. Estaba demacrada. Bajó la cabeza, luego la levantó y miró hacia el techo. "Maldito, maldito, maldito", gimió, y notó que lágrimas rodaban por sus mejillas, llegaban a su mentón y caían en el lavabo. Pensó en todo lo que había pasado. En todo lo que él le había hecho pasar. Y se preguntó qué hacía con él.
-Él me necesita- dijo, mirando en el espejo. Trató de sonreír, pero otra gota escapó de la comisura de uno de sus ojos. Se la quitó con el antebrazo.
-Él me necesita. Él me necesita- repitió. Como si la repetición le ayudara a creerlo con más firmeza.
-Pero ya hice todo lo que estaba en mis manos- se contradijo-. No es un niño. Tiene 33 años. No puedo estar tras él todos los días.
Un débil rayo de luz mañanera ingresó por la ventana y le cubrió media cara, provocando un tenebroso contraste entre ambos lados.
-Puedo hacerlo recapacitar- afirmó, hundiendo sus ojos en los de su yo del espejo-. Sí. Y cuando lo haga, todo será como antes.
Antes. "¿Cómo era antes?", se preguntó. La verdad no lo recordaba. Pero sabía que antes era mejor que ahora. Cualquier momento era mejor que ahora. Sus ojos se perdieron en su reflejo.
-¡Ya lo intentaste!- refutó- ¡Ya lo intentaste, Nora! Hiciste todo por tu esposo, pero sabes que él no cambiará. No puedes evitar que tome. No puedes evitarlo. Hoy ni siquiera pudiste evitar que se largara de nuevo.
Nora unió sus manos por detrás de la cabeza, luego se las llevó a la cara, pues comenzaba a lagrimear nuevamente.
-Pero que se fuera hoy fue mi culpa. No debí haberle reclamado por marcharse otra vez. ¿Ya qué importaba? Lo importante era que había vuelto. Nada más. Pudimos haber tomado desayuno tranquilos, pero tuve que cagarla como siempre. Tal vez si no hubiera escondido sus botellas de whisky ni siquiera se habría ido anoche. ¿Por qué tuve que ser tan egoísta?
Empezó a caminar de un lado del baño al otro sin quitar la mirada de su reflejo.
-¿Egoísta?- se cuestionó a sí misma, indignada- ¿Te estás escuchando? Tú no eres egoísta. TÚ no eres egoísta. Tú solo querías lo mejor para él. Tú intentaste todo y ya es suficiente. No puedes dejar que un alcohólico destruya tu vida. ÉL es el maldito egoísta. Te está arrastrando al hueco en que está metido y si no lo dejas caerás también.
Súbitamente se detuvo. La luz de la ventana se habia intensificado y el lado de su cara que alumbraba brillaba.
-Lo amo- dijo-. Lo amo. Por eso no puedo dejarlo. No podría vivir sin él y estoy segura de que él no podría vivir sin mí y por eso le ayudaré y mejorará. Dejará la bebida y dejará de gritar. Y dejará de irse al bar cada vez que esconda sus botellas porque ya no necesitaré hacerlo más. Y todo volverá a ser como antes.
-No. No, no, no. Nora, no puedes amarlo- se negó a aceptar la idea sacudiendo la cabeza. Sus ojos se abrieron como platos y empezó a mirarse las palmas de las manos-. No después de todo el daño que te hizo. ¿Acaso olvidas tan rápido?
Nora no olvidaba rapido. Apenas la noche anterior Martín había vuelto a casa luego de desaparecer por días. Sus palabras despedían un rancio olor a cebada y a duras penas podía tenerse en pie, pero tuvo la fuerza necesaria para coger a su esposa por el cuello cuando no encontró las cajas de whisky en su almacén y para empujarla a un lado de la puerta cuando se puso al frente intentando evitar que se fuera- nuevamente.
-Nora. No puedes vivir tratando de controlarlo- se dijo-. Él no va a cambiar.
A medida que los minutos pasaban, el sol se elevaba más y los rayos que se escurrían por la ventana dejaban el rostro de la mujer para deslizarse hacia su tronco. Exaltados por el luminoso calor, Nora pudo ver los moretones que coloreaban su cuello.
-Ya no puedes ayudarlo- continuó, tocándose las marcas-. Nunca pudiste. Solo te estás haciendo daño. Él te está haciendo daño. Y tú se lo estás permitiendo.
-No... No. Él no lo hace intencionalmente. Sé que él me ama y sé que puede cambiar. Él dejará de tomar pero yo tengo que poner de mi parte también- extendió las manos como si hubiera hallado la solución a todos sus problemas-. Esta vez esconderé nuestras tarjetas, esconderé nuestro dinero, llamaré a nuestros amigos para que no le presten más, y así no tendrá con que tomar. Le ayudaré a conseguir un empleo cerca y renunciaré al mío para así tener tiempo de estar en casa y vigilar a qué hora sale y a qué hora regresa. Lo cuidaré de sí mismo. Sí, eso haré.
"¿Por qué?", preguntó indignada una parte de sí.
-Porque...lo amo- dijo, y sonrió.
Súbitamente el amor que sentía fue tragado por una mezcla de ira, miedo y asco que revolvió sus intestinos y se filtró a través de cada célula de su cuerpo, llegando a su cabeza y estallando en su cerebro.
-¡No!- exclamó, y apoyó ambas manos a los lados del lavabo. Miró hacia abajo y se encontró con el hoyo negro de la tubería. Parecía hundirse en él. Se hundía con él- No. Tú no lo amas más. Dejaste de amarlo hace mucho, pero no querías que tu matrimonio vuelva a fracasar. No querías darle ese gusto a tu madre. Es por eso que seguiste con él todos estos años. Con ese desgra-ciado. Oh, Nora, Nora, ¿qué has hecho de tu vida?- el hoyo parecía extenderse kilómetros bajo el lavatorio de mármol- Te has convertido en la niñera de un borracho. Te has dejado insultar y golpear. Has permitido que te trate como un perro por tanto tiempo solo para evitar pisar otra corte de divorcio. Sí, porque para ti es tan importante mantener las apariencias- "¡Eso no es cierto!", exclamó una voz en su cabeza-. ¡Sí lo es! Sí lo es. No puedes negarlo. Siempre quisiste una vida perfecta. Pues te diré algo, Nora: tu vida nunca fue perfecta. No lo es, niña. No lo fue antes y no lo es ahora. Tu nuevo marido resultó tan alcohólico como el anterior y aun más violento. Pero no tiene porqué seguir así. Debes ponerle un paro- "yo puedo hacerlo", murmuró la otra voz, "puedo hacer que deje de tomar". El hoyo negro parecía incrementar su diámetro y agrandarse delante de sus ojos, más y más y más.