Capítulo 1: Quien heredó los ojos violetas, parte I.
Recuerda ser valiente.
(Universo 3, 104 años desde el nacimiento de los hijos de Junuem)
Cuánta tristeza sentí en ese momento, yo había estado jugando en la zona boscosa que era propiedad de mi padre, y él, quien nunca había mostrado antes si siquiera algo parecido al interés por mí o mi hermana, en nuestro sexto cumpleaños, nos propuesto una competencia entre nosotras: La búsqueda de unas hermosas, brillantes e inútiles esferas con sus nombres grabados, ocultas en algún lugar del bosque, la ganadora sería la primera en regresar con su esfera al lugar donde nos esperaba él.
¿Cómo iba a saber yo, una pequeña de 6 años, que lo último que debí de haber hecho fue encontrarlas? Aunque, de hecho, no las encontré.
Miré perpleja la canasta vacía donde deberían hallarse las dos esferas, aún si mi hermana Melisa hubiera llegado antes, solo debió de haberse llevado la suya y la mía tendría que seguir ahí. Poco después, escuché un ruido detrás mío y me giré buscando el origen, mis ojos se toparon con una enorme piedra, perfecta para que una pequeña persona se ocultara detrás, y luego de dar unos pasos hacia ella, impulsada por la curiosidad, sentí una mano jalando mi pierna, por lo que resbalé hacia la orilla del barranco en el que me encontraba, apenas y tuve tiempo de sujetar mis manos a las raíces que sobresalían de un árbol cercano.
—¡Oh no! ¡Oh no! ¡Oh no…!
Miré hacia abajo y sentí un inmenso terror por la gran altura a la que mis pies se encontraban suspendidos, estaba segura de que si caía no terminaría bien. Fue cuando escuché unos pasos acercarse y mi corazón se llenó de alivio cuando noté que Melisa estaba a unos pasos frente a mí, aunque yo era incapaz de ver la expresión de su rostro por culpa del sol que se había colocado detrás de ella y me cegaba.
—¡Meli! —exclamé con una sonrisa, pero mis manos seguían temblando—. Ayúdame a subir.
Pero Melisa no se movió, y el miedo volvió a apoderarse de mí.
—¿Meli…? A-ayúdame —pedí mientras los ojos se me ponían llorosos—, ya no puedo más, me voy a caer.
Pero ella siguió sin moverse.
—¡Meli! ¡Ayúdame! ¡Por favor! ¡Por favor…! ¡Alguien ayúdeme! —Vi a mi hermana darme la espalda y alejarse rápidamente, levantando tierra a su paso.
No podía creerlo, la siempre bondadosa y amable Melisa, quien solía escucharme con una sonrisa cuando le contaba las aventuras del día que había experimentado con Leonardo, el mejor amigo de ambas, la dulce niña que siempre le preguntaba a su madre cuándo podría curarse para poder jugar conmigo y Leo, la persona que yo más quería y me preocupaba en el mundo, se encontraba corriendo para irse y abandonarme ahí.
Siempre que yo tenía un mal día, fantaseaba con tener la oportunidad de reiniciar el día para no cometer los errores que había cometido, por ejemplo, para no aventar con tanta fuerza una pelota que rompió una ventana, para no jugar a saltar sobre la cama para que Leo no se hubiera caído de cabeza, para no comerme las galletas que Melisa le iba a regalar a nuestra mamá, para no dejar que Leo me contara historias de fantasmas que no me dejaron dormir. Y en aquel momento, mientras temblaba de miedo y mis ojos se llenaban de lágrimas, deseé reiniciar al día para preguntarle a Melisa si había algo que la asustaba, tanto como para salir corriendo sin ayudarme de caer del barranco.
(Universo 3, 105 años desde el nacimiento de los hijos de Junuem)
Lo siguiente que supe, fue que se hallaba en un hospital, en una habitación blanca con un fuerte y horrible olor a vitamina, tenía un tubo conectando mi brazo a una bolsa de suero, y solo girar mi cuello me producía dolor, todo mi cuerpo estaba rígido, sabía que, aunque quisiera, no sería capaz de levantarme de esa cama, no sabía cuánto tiempo había estado ahí, pero mis brazos habían adelgazado tanto que pensé que, si me veía al espejo, vería una calavera reflejada.
Estuve muchos días en completa soledad, muerta de aburrimiento intenté entablar conversación con el doctor que aparecía en su habitación dos veces al día, o con la enfermera que se encargaba de limpiar mi cuerpo con una esponja y también de llevarme comida fácil de masticar, pero ambos parecían tener la boca cosida con un hilo que yo era incapaz de ver. Odiaba lo silencioso de ese lugar, estaba sola en mi habitación, y solo de vez en cuando escuchaba pasos apresurados al otro lado de la puerta, gritos lejanos o las sirenas de las ambulancias, pero nada de eso era suficiente como para distraerme de la última cosa que vi antes de caer: la espalda de mi hermana Melisa alejándose.
Entonces llegó una tarde, en la que desperté y me di cuenta de que el calendario marcaba que era jueves, pero yo no podía recordar nada desde la noche del martes, ¿acaso había dormido todo ese tiempo? Pero algo me decía que ese no era el caso, mis uñas estaban mordisqueadas y había rastros de sangre en las sábanas, supuse que la sangre provino de mis dedos. Cuando llegó la noche, yo no tenía nada de sueño, por alguna razón me sentía intranquila e incluso todo el hospital parecía estarlo también, no dejaba de oír pasos apresurados caminando de un lado a otro y susurros que mostraban preocupación.
Para cuando logré arreglármelas para conciliar el sueño, tuve una extraña pesadilla, pero cuando desperté solo pude recordar la sensación de unas manos agarrando con fuerza mi cuello y la imagen borrosa de Melisa llorando a un lado de la camilla en la que me encontraba acostada. No dejé de pensar en ese extraño sueño en toda la mañana, aunque por más que le daba vueltas, no entendía a qué venía, ¿y si en realidad no había sido un sueño? ¿Y si Melisa había ido a verme cuando dormía? ¿Pero por qué lloraba?