Ojos Color Violeta.

Cap. 2: Siempre me odió.

Capítulo 2: Quien heredó los ojos violetas, parte II.

Siempre me odió.

Esteban no tardó mucho en hacer su aparición en aquella habitación de hospital. Una tarde, él cruzó la puerta con un rostro que reflejaba cansancio, por supuesto, yo no tenía ni idea de esto, pero él había sido el encargado de apaciguar el caos en el que se había convertido el hospital días atrás, sin embargo, pese a su evidente cansancio, una sonrisa adornaba su rostro.

—Te ves tan lamentable como lo imaginaba —dijo él luego de sentarse en la silla junto a mi cama.

Bajó la cabeza y concentré mi mirada en mis manos, que jugueteaban de forma nerviosa con los dedos, porque incluso sin que mi abuelo me hubiera advertido que Esteban no era la mejor persona del mundo, con las contadas veces que nosotros nos habíamos cruzado por un momento en la enorme mansión en la que vivíamos, habían sido suficientes para que yo notara «algo» en él que me provocaba miedo.

Era normal que Esteban se encontrara fuera de la mansión, y cuando regresaba, siempre se encerraba en su habitación, ni siquiera dejaba que Jaqueline, mi madre, entrara, así que más que un padre, yo lo veía como un desconocido, uno con los ojos más fríos y siniestro que yo conocía, por eso, cuando ambos nos llegamos a cruzar y él me ignoraba, yo pasaba rápidamente a su lado con la mirada pegada al suelo, porque no me atrevía a verlo a la cara más de dos segundos, así que, luego de lo que me había contado Ignacio, el miedo que Esteban me provocaba se intensificó.

—Dalila, ¿podrías verme a los ojos? —pidió con un tono espeluznantemente amable.

Apretó los puños y giré la cabeza hacia a él para mirarlo, pero luego de unos pocos segundos, mis ojos se fueron hacia otra parte por instinto.

—No tienes idea de cuánto me gustan tus ojos, a diferencia de Melisa y mía, que heredamos los ojos azules de Ignacio, tú naciste con los ojos del color más bonito del mundo, el violeta —, su sonrisa desapareció a la vez que su voz se volvía más apagada, pero cuando lo miré de reojo, vi con sorpresa un poco de calidez en aquellos siempre fríos ojos—… son tan bonitos, esos ojos que heredaste de tu madre.

—G-gracias —balbuceé nerviosa, entonces me congelé un segundo cuando repetí en mi mente «esos ojos que heredaste de tu madre»—… pero…

—¿Qué pasa?

Arrugó las cejas mientras recordaba la apariencia de Jaqueline—. Mi mami… ella tenía los ojos cafés.

Los ojos de Esteban volvieron a tornarse fríos—. ¿Tu madre con ojos cafés? ¿Te refieres a Jaqueline? —Soltó una carcajada—. ¿¡Acaso no lo sabes!? Jaqueline no es tu madre.

Me giré para verlo, estaba tan sorprendida que logré sostenerle la mirada por cinco segundos más.

—Eres tan tonta, tan ignorante, Dalila, vives en una burbuja de mentiras, pero no dejaré que continúes así, Melisa ha comenzado a ver la realidad del mundo, es justo que tú también lo hagas, me pregunto qué debería contarte primero —, esbozó una sonrisa—, ¿qué te hará más daño?

Sentí un escalofrío y mi estómago se encogió, pese a eso, me armé de valor para hacerle una pregunta que acaba de inundar mis pensamientos—… ¿Dónde está mi verdadera mamá?

—La maté.

Mi corazón se agitó y comencé a sudar frío, quería llorar, pero mis lágrimas no salían, como si tuvieran miedo de ser vistas por Esteban, yo no entendía cómo él había dicho que había matado a una persona tan naturalmente como si estuviera diciendo que la noche anterior había ido a comprar pan.

—Tu madre murió luego de que me enterara de que se embarazó de otro hombre —continuó Esteban con algo de amargura en su voz—, luego me casé con Jaqueline para que cuidara de ti y Melisa, ella era una sirvienta que se enamoró de mí tan pronto llegó a la mansión Eisenhide, así que aceptó el matrimonio tan pronto se lo propuse, pero tú sabes, Jaqueline nunca puedo encariñarse con ustedes, las aborrecía a ti y a tu hermana, igual o más de lo que Ignacio me aborrece a mí y yo a él.

—¡Eres un mentiroso! —grité sin poder creer que yo y Melisa éramos odiadas por Jaqueline.

—Yo no miento, Jaqueline las odiaba con toda su alma —aseguró con tono burlón—, apenas podía soportar estar con ustedes, le recordaban tanto a la única mujer que amé, pero si no me crees, podrías intentar preguntárselo a Melisa, ella sabía todo, quizás fue por eso que mató Jaqueline.

Abrió los ojos con sorpresa y vi en el rostro de Esteban la sonrisa más horrible que jamás hubiera visto.

—No sabes cuán orgulloso estoy de ella, Melisa, nació con mi poder, el poder de convertir sus manos en armas, el poder de matar y ser temida por cualquiera, y con ese poder, mató a Jaqueline en esta misma habitación —dijo apuntando hacia abajo con el dedo índice—. Ignacio me dijo que no tienes recuerdos de ese día, pasó la noche del martes de la semana pasada, ¿en serio no recuerdas ni un poco?

Vino a mi mente aquel borroso recuerdo de ver a Melisa llorar junto a mi camilla, y como si las palabras de Esteban hubieran servido para aclararlo, reconocí sangre en la ropa de mi hermana… Melisa… ¿de verdad había matado a Jaqueline?

—No entiendo por qué luces tan sorprendida, ya antes viste un poco de la verdadera cara de Melisa, ella te dejó caer de aquel barranco, ¿no?




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