Ojos Color Violeta.

Cap. 8: ¿Por qué Anabel es tan fuerte?

Capítulo 8: Quien heredó los ojos violetas, parte VIII.

¿Por qué Anabel es tan fuerte?

Luego de unas semanas, yo había aprendido a confiar por completo en Alexa, tanto en los trabajamos que realizábamos dentro del consejo estudiantil como en lo relacionado a las investigaciones que ella hacía sobre Esteban, aunque con esto último no se veían muchos resultados, ese desgraciado de verdad borraba todo lo que pudiera exponer sus secretos, incluyendo personas, así que lo más que Alexa pudo averiguar por esos días, fue sobre un artículo que no fue publicado en el periódico, relataba la historia de un hombre que había desviado fondos del hotel en el que trabajaba para financiar experimentos con niños en un laboratorio dentro de su propia casa, sin embargo, no decía nada del nombre de aquel hombre, ni su edad, paradero motivos por los que actúo de esa forma, tampoco sobre si realizó todo aquello sólo o si tenía compañeros.

Teniendo tan poca información, era difícil asegurar que Esteban estuvo involucrado en aquello, pero a su vez, justo la escasez de información nos hizo pensar que solo alguien como él, con su poder, podría encargarse de que un suceso así no explotara en los medios de comunicación, por lo que guardamos ese artículo por si llegábamos a averiguar algo más.

Entonces, por un lado, yo me encontraba aceptando más a Alexa como alguien indispensable, mientras que, por otro, la otra persona que había ingresado recientemente a mi vida, Damián, excepto cuando él iba por mi café, seguía manteniéndose como una molestia, las peleas entre él y yo se habían vuelto rutina dentro del consejo, aunque en una tarde en la que ni Emanuel ni Alexa se aparecieron en la sala de consejo, a diferencia del campo de batalla que quizás uno podría imaginarse que habría si nos dejan a Damián y a mí solos, lo único que reinó en la sala del consejo fue el silencio.

—Presidente… ¿no crees que sería mejor si los fuéramos a buscar? —preguntó Damián, sintiéndose estresado por estar a solas conmigo—. Le he intentado llamar a Alexa, pero no contesta, entonces, ¿qué piensas?

—… Sí, puede que tengas razón. Vamos. —Me levanté de mi silla y caminé junto con Damián hacia la puerta.

Caminamos en silencio hacia la cafetería, y con solo la mirada y señales con las manos decidimos el siguiente lugar, porque, no sé, hablar sin estar peleando era raro, así que simplemente no hablamos. Fue así como pasamos por la biblioteca, sus respectivos salones de clases, la sala de computación, la azotea, y finalmente los jardines, todos sin ningún rastro de ellos.

—¿Dónde demonios se metieron? —pregunté con irritación.

—Tal vez ya volvieron a la sala del consejo y nos están esperando.

—Tal vez. —Sentí una mirada pegada a mi espalda y me giré hacia el lugar en donde sentí que venía, era extraño, esa mirada era diferente a las que normalmente sentía, ella no provenía del portón de la escuela o los límites de ésta, aquella mirada provenía desde dentro, y pronto mi mirada se topó con la ventana cerrada de la oficina del director, la cual se hallaba vacía como de costumbre.

—¿Qué ocurre?

—Sentí —, negué con la cabeza y seguí caminando—… no es nada.

—Rarita —musitó a lo bajo. Sintió su celular vibrar y cuando lo revisó, sonrió de forma tan radiante y estúpida que me sorprendió. Luego de contestar el mensaje que había recibido mientras tarareaba inconscientemente, volvió a guardar su celular y se percató de mi mirada curiosa—. Ah… era… Anabel, ya sabes, la chica… que me gusta —dijo mientras se sonrojaba.

Lo miré con asco—. Ya.

—Sabes, ella es quien más me ha estado apoyando para que me una al consejo estudiantil, si no fuera por ella, creo me habría rendido hace mucho.

—Vaya —, levanté mi mano y la moví como si estuviera escribiendo en el aire—, supongo que ahora debo agregar a alguien más a mi lista de personas a las que deseo golpear.

Él me fulminó con la mirada—. Ni siquiera te atrevas a tocarla. Aunque, en realidad, ella es muy fuerte, ¿sabes? Seguro que es más fuerte que tú. La última vez que fui a su casa —, agachó la cabeza y sonrió avergonzado—… que, por cierto, ese día yo estaba demasiado nervioso porque ella vive solo con su mejor amiga, Emily, y Emily se había marchado convenientemente a dar una vuelta por ahí…

—Ve al punto —interrumpí—, ¿por qué Anabel es tan fuerte?

—Oh, sí… me contó sobre cómo rescató a —, miró hacia el cielo—… ¿un amigo mío? —Negó la cabeza, no muy convencido de ello, y luego de encogió de hombros—. En realidad, no sé qué es Andrés de mí… uhm… ¿cómo lo explico?

Andrés Halffter era un chico de 15 años, al igual que Anabel Miller y Emily Leiva. Él había conocido a Damián un año atrás en una fiesta que realizaron en un hotel que básicamente sirvió para que un montón de empresarios se conocieran e hicieran tratos entre ellos, Damián se encontraba ahí porque su padre, quien era dueño de una importante empresa de electrodomésticos, buscaba socios que invirtieran en su más reciente proyecto, e invitó a un montón de personas a que asistieran a la exposición que presentarían sus trabajadores para dar sus puntos de por qué el nuevo proyecto sería todo un éxito.

Sin embargo, todo eso era ajeno a Damián, y aunque trató de portarse muy educadamente y sonreía a todo aquel que se le acercaba y les hacía plática, estaba muy aburrido. Fue cuando sus ojos se toparon con un chico que lucía igual o más aburrido que él, Andrés, el hijastro de Nael Halffter, un hombre que se hizo dueño de una franquicia de supermercados que le producía en un mes el suficiente dinero como para mantener a una familia promedio por diez años.




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