Ojos Color Violeta.

Cap. 11: Por fin la encontré.

Capítulo 11: Quien heredó los ojos violetas, parte XI.

Por fin la encontré.

Luego de que la señora Luciana se encargara de alejar al señor Oliver de Renata y de mí, y decidiera convertirse a ella misma en nuestra enemiga, la única familia que me quedaba, era Renata. No podía siquiera pensar en lo triste que se volvería el mundo si ella me dejaba también, no creí que pudiera tener la fuerza para enfrentarme a la soledad que sentiría, pero… no podía dejar que el dolor que desgarraba mi corazón me derrumbara, al menos no en ese momento, tenía que seguir siendo un hermano mayor, por lo que debía ofrecerle todo el amor y apoyo que pudiera darle a mi amada Renata, trataría de consentirla tanto que compensaría… los años en los que ella ya no podría ser consentida por mí.

Renata fue trasladada al hospital de Kleidi, en donde podría recibir un mejor tratamiento que mejoraría la calidad de su ahora fugaz vida, y permaneció ahí lo que restaron las vacaciones de verano, yo iba a visitarla todos los días, pero cuando un nuevo curso en la escuela empezó, nos informaron que no era recomendable que ella regresara a clases, así que nos conformamos con vernos solo los fines de semana. Extrañamente, ella parecía igual de alegre que siempre, pensé que quizás ella se deprimiría por verme mucho menos que antes, pero ese no parecía ser el caso.

Las vacaciones de invierno llegaron sin que trajera un cambio importante, pero un día, mientras esperaba a que el chofer del señor Nael alistara el auto para que me llevara a ver a Renata, vi el periódico que sostenía el jardinero, y sin querer ser grosero, lo arrebaté de sus manos cuando vi una fotografía que hizo que mi corazón se sacudiera.

La fotografía estaba junto a un artículo con el título: «Extraños tornados azotan el pueblo de Metanoia». Y la fotografía retrataba las caras angustiadas de las personas que veían con temor los gigantescos tornados que habían surgido sin ninguna explicación, y entre todos esos rostros pálidos de miedo, había uno que parecía conservar la calma, era el rostro de un hombre que pude reconocer como el padre de Andrés.

Cuando llegué al hospital unas horas más tarde, puse el periódico enfrente de la cara de Renata tan pronto entré a su habitación y esperé impaciente la opinión de ella sobre mi descubrimiento.

—¿De verdad es mi papá? —preguntó ella—. Yo no lo recuerdo mucho.

Asentí emocionada—. ¡Te digo que es él, estoy seguro!

Esbozó una sonrisa—… Sería bueno que pudiera venir a verme.

Sentí que mi corazón se apachurró cuando la escuché decir eso—. Ranata, lo voy a buscar y haré que venga a verte.

—Deja de llamarme así —se quejó mientras me golpeaba el brazo y luego bajó la cabeza—… ¿crees que todavía nos recuerde?

Tomé a la rana que Renata había tenido como mascota desde niña y la levanté del suelo para ponerla sobre la cama junto a ella, y la rana, como si supiera que ese era su deber, saltó sobre las piernas de Renata para que la acariciara y así pudiera calmar sus preocupaciones—. Mi papá nos quería un montón, cuando empezó a tener problemas con nuestra madre, me prometió que buscaría la forma de llevarnos con él, pero al final ella se lo hizo imposible con una orden de restricción. Sin embargo, no creo que después de saber… de tu situación, le importe esa maldita orden, seguro vendrá volando y se quedará firmemente plantado aquí sin importar nada.

Pero los días posteriores en los que estuve investigando, no encontré nada, ni siquiera en el pequeño pueblo en que habían tomado la fotografía en la que aparecía el señor Oliver. Una semana antes de navidad, cuando fui al hospital para ver a Renata por mi cuenta, vi a la señora Luciana en la habitación de Renata parada junto a la cama.

—¿Qué haces aquí? —le cuestioné sin intentar ocultar mi enojo.

Ella frunció aún más el ceño de lo que ya lo tenía—. Solo vine a dejarle a tu hermana un poco de fruta.

Le eché un vistazo a la canasta que sostenía Renata y de inmediato sentí como empezaba a hervirme la sangre—. Renata es alérgica a las naranjas.

—… ¿En serio? —Se giró hacia Renata y le arrebató la canasta con naranjas—. Pudiste habérmelo dicho en vez de hacer ese teatro de que te sentías llena y por eso no te apetecía comer una ahora.

—Lo siento —se disculpó Renata en voz baja mientras agachaba la cabeza.

Caminé hacia la señora Luciana y me paré frente a ella, apretando los puños para contener un poco mi enojo—. Eres tú quien debería disculparse, jamás te interesaste por ella, el que no supieras acerca de su alergia es tu culpa… mi papá lo hubiera sabido.

La señora Luciana perdió la calma de su rostro, parecía que el monstruo que había llenado de gritos los recuerdos de Andrés había vuelto, pero al final, solo me abofeteó y se fue azotando la puerta.

—Ella tenía buenas intenciones —dijo Renata para tratar de calmarme cuando se dio cuenta que yo estaba por correr detrás de la señora Luciana y armar una escena.

Apreté tanto los puños que los dedos se me pusieron blancos y me enterré las uñas en las palmas de las manos, pero estaba tan enojada que ni siquiera me percaté—. Esa desagradable mujer… estoy seguro de que solo vino para limpiar un poco su consciencia.




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