Ojos Color Violeta.

Cap. 36: Gracias, Dánae.

 

Capítulo 36: Quien mejor guarda secretos, parte V.

Gracias, Dánae.

—¡Yo también voy a ir! —gritó Dánae.

—¡Y yo! —exclamó Damián.

Negué con la cabeza—. No están entendiendo. Ir, significa poner en riesgo sus vidas, Ale ya fue testigo de un asesinato frente a él, ¿ustedes serán capaces de hacerlo? ¿Tienen la fuerza mental para ver personas morir frente a ustedes? ¿Podrás seguir adelante si ven a sus amigos entre esas personas muertas? Y más importante, ¿serán capaces de no morir frente a nosotros? Yo me sentiré muy culpable si mueren, porque yo fui quien les dijo sobre la situación de Dalila y los hizo querer ayudarla.

—No moriremos —dijo Damián con determinación en su mirada—, déjame hablar con Dalila.

Resoplé—. Mira, Mitford, es solo mi opinión, pero creo que tú eres la última persona que Dalila querría que la ayudara en esto.

—¿Cómo estás tan seguro? —preguntó un poco ofendido.

—¡Soy su mejor amigo! Vale, ella confía un poco más en Ale que en mí, pero la conozco, y creo que tú también la conoces lo suficiente para imaginarte que ella definitivamente se negará a que tú vayas. Y tú Dánae —, sentí una punzada en mi corazón por lo que estaba a punto de decir—, soy yo quien no quiere que vayas.

Ella me miró indignada—. ¡Pero…!

—¡Pero nada! Ustedes dos… siento decirlo, pero solo serían un estorbo.

—Tú tampoco tienes un poder —, la voz de Dánae sonaba quebrada, no tuve que mirarla a la cara para saber que estaba llorando—, ¿qué te hace diferente a ti?

Bajé la mirada para no tener que verlos—. El abuelo de Dalila decidió que yo era apto para acompañarlos.

—¿Cuándo se van a ir? —preguntó Damián.

—No puedo decirles —respondí con voz apagada.

Dánae golpeó la mesa frente a la silla en la que estaba sentada con las palmas de sus manos, se puso de pie y salió del salón azotando la puerta.

—Lo siento —le dije a Damián con la mirada aún pegada en el piso.

Se encogió de hombros—. Está bien, debe ser duro para ti también.

—No tienes por qué portarte como un buen chico frente a mí, Mitford. Sé que estás enojado también, así que, si quieres golpearme, puedes hacerlo.

Hizo una sonrisa de lado—. Bueno, en cierto que en este momento te envidio tanto que podría enterrarte vivo, pero hablo en serio cuando digo que pienso que también es duro para ti. Te gusta Frayssinet, ¿no? Debe ser difícil irte y dejarla atrás.

—Me sentiré mejor dejándola aquí que en el campo de batalla.

Cuando terminaron las clases, fui a la biblioteca para hacer una tarea de estadística, estuve ahí casi una hora hasta que por fin la resolví, entonces guardé mis cosas en mi mochila y salí de la biblioteca. Iba bajando apenas los primeros dos escalones, cuando vi a Dánae al final de las escaleras, parecía que había estado esperándome.

—¿Podemos hablar? —pidió mirándome tan intensamente a los ojos, que tuve que apartar la vista y bajar los escalones con lentitud mientras miraba mis pies.

—Uhm, ¿te parece si vamos a comer mientras hablamos? —propuse luego de bajar el último escalón.

Ella asintió riendo ligeramente—. Siempre me lo he preguntado, ¿tu mamá no te alimenta en casa?

Levanté la mirada para verla y sonreí—. Lo hace, pero… en realidad, mi mamá no es una gran cocinera, ella no tiene gran inclinación familiar y no es para nada del tipo maternal… para ella siempre es importante su espacio personal, a veces se queda despierta toda la noche dibujando planos, así que suele hacer una enorme olla de sopa y la sirve toda la semana porque no está de ánimos para cocinar. Siempre termino por comerme la porción de mi padre cuando él se harta de la sopa, pero al igual que él, necesito comer cosas diferentes, así que trato de comer un montón de cosas cuando estoy fuera de casa para no hartarme de la sopa de mi mamá.

Me miró con ternura—. Eso es muy lindo de tu parte.

Sentí mi rostro sonrojarse y una felicidad tan grande que casi se sale en una estúpida y enorme sonrisa—. Gracias.

—¿Y no te molesta que tu mamá sea de ese modo?

—Cuando era niño, solía sentirme muy solo, quería que mi mamá fuera una mamá normal y me diera mimos, pero en su lugar, había veces en que ella llegaba a casa, hacía su maleta y se iba de viaje diciendo que tenía que encontrarse a sí misma. Cuando conocí a los Mariátegui, dejé de sentir esa soledad, y ese lado tan «me dan igual todos» de mi mamá comenzó a gustarme, creo que es bueno ser un poco egoísta, sólo se vive una vez, y cuando mueres, todo termina de cualquier manera.

Terminamos por ir a comer a un restaurante cerca de la estación del metro, luego de que el mesero nos llevara nuestra orden, tomé un sorbo del refresco que había en mi vaso, ignorando completamente que Dánae estaba por preguntarme algo que casi me haría escupir el refresco.

—Eres consciente de que estoy enamorada de ti, ¿cierto?

Luego de pasarme el refresco y toser un par de veces, la miré avergonzado y asentí.




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