Ojos Color Violeta.

Cap. 56: El Ejército de Ataque de Ignecio.

Capítulo 56: Quien mejor guarda secretos, parte XIX.

El Ejército de Ataque de Ignacio.

—Tenía miedo —dijo el señor Ignacio en voz baja—, toda la habitación se había manchado con la sangre de mi hermana, y yo —, cerró los ojos y se maldijo así mismo—… lo miré como a un asesino, me olvidé de que ese pequeño niño cubierto de sangre, que seguro estaba mucho más asustado y confundido que yo, era mi hijo, y yo…

«¡Aléjate, maldito monstruo! ¡No te bastó con matar a mi esposa, ahora también mi hermana! ¡Te odio! ¡Fuera de aquí! ¡Lárgate! ¡No quiero volverte a ver, asesino!».

—De verdad soy una basura como padre —afirmó decaído al recordar las duras palabras que le dedicó a Esteban—. Él era solo un niño de 10 años, no me imagino cómo debió sentirse, primero al saber que Vanesa murió cuando lo dio a luz, y luego… él no quería matar a Matilde, la amaba inmensamente, ella era como una madre para él, y por último, yo… su padre, le dije que lo odiaba y le exigí que se fuera de ahí porque no quería volver a verlo, y él, como el buen niño que era, me obedeció, dejó tirado en el suelo su suéter bañado de sangre y se marchó.

Me limité a quedarme en silencio, sinceramente, me sentí muy decepcionado, jamás imaginé que el abuelo de Dalila hubiera sido tan insensible con su propio hijo en el pasado, y aunque seguí pensando en el señor Esteban como un desalmado asesino, me sentí terrible por aquel niño de 10 años que llevaba sobre sus hombros las muertes de su madre y de su tía.

Soltó un pesado suspiro—. Seguí cometiendo errores detrás de otro con él, luego de encontrarlo un año y medio después, quise actuar como si todo estuviera bien entre nosotros, como si nunca hubiera existido aquel día en que perdimos a Matilde, y como si yo jamás hubiera rechazado su existencia. Yo de verdad había entendido lo que le había hecho, pero no sabía cómo acercarme a él, y él puso una barrera entre nosotros como la que yo había puesto antes, entonces me dejó claro cuánto me odiaba, y al final no hice nada para reducir la distancia entre nosotros.

—¿Piensa contárselo a Dalila alguna vez? —pregunté sin mirarlo a los ojos.

—Soy un hombre muy cobarde, Emanuel —admitió con vergüenza—. No quiero que ella se decepcione de mí, ni ella ni Melisa, eso es lo que más me aterra en el mundo, no quiero perderlas, así que guardaré para mí todo esto y muchas cosas más. —Volvió a suspirar con pesadez—. Por ejemplo… yo sé cómo murieron los padres de Aylin y Gustavo, fueron asesinados por Esteban por intentar ayudarme. Y también está el hecho de que sé dónde se encuentra el padre de Andrés.

Lo miré confundido—. ¿Se refiere a su padre biológico?

Asintió—. Así es. Pero la misma cobardía que no me dejará decirle a Dalila sobre ese lado inhumano y poco paternal mío, me hace imposible decirle a Andrés dónde está su padre, o a su padre decirle que Andrés está conmigo, y bajo qué estado… Oli ni siquiera sabe que su hija Renata está muerta…

—Oli… ¿no es el tipo con el que los gemelos suelen ir a hacer misiones? —pregunté sorprendido—. Él es quien se encarga de viajar y pedirnos ayuda para atrapar a tipos peligrosos, ¿no? Además de reunir aliados que estén dispuestos a ayudarnos aún si no viven en el C.I.

—En efecto, Oli es mi aliado más importante, fue el primero en ofrecerme su ayuda, y es posiblemente quien más tiene deseos de detener a Esteban.

—¿Le guarda rencor?

Negó con la cabeza—. No, al contrario… Oliver Binder es el único que hizo de Esteban un importante y preciado amigo, y sé que mi hijo también vio a Oliver como alguien de quien valía la pena su amistad.

Yo estaba muy confundido en ese momento, tiempo atrás, Dalila se había dedicado a contarnos a Ale y a mí con lujo de detalle todo lo que vivió cuando era niña, así que la imagen que yo tenía de su papá era como la de alguien que era malvado desde su nacimiento, porque yo no podía imaginarme que alguien bueno con un padre gentil como el señor Ignacio pudiese convertirse en alguien así de perverso y sin escrúpulos, pero luego de ese día…

Intenté ponerme en su lugar.

Yo a los 10 años era un niño que solía pelear con su madre porque ella no estaba mucho en casa, que peleaba con su padre porque él no quería comerse la comida que preparaba su mamá de mala gana, que peleaba con sus compañeros de clase por siempre querer menospreciar a Ale, y a pesar de ello, era un niño extremadamente feliz, tenía al mejor amigo del mundo, los señores Mariátegui me consentían un montón, y aunque no pasaba mucho tiempo con ellos, tenía a mis dos padres y siempre supe que ellos me querían a su modo.

¿Qué sería de mí si nunca hubiera tenido a mi despreocupada, aunque cariñosa, madre? ¿Y qué tal si me hubiera enterado de que mi quejumbroso y divertido padre, a quien admiro en realidad, nunca me quiso? ¿Y si mi nacimiento hubiera provocado la muerte de mi madre? ¿Y si la única figura materna que tenía hubiera muerto por mis manos sin que yo lo hubiese podido evitar? ¿Y si mi padre me hubiese dicho que me odiaba y me corría de casa?

Me sentí horrible en ese momento, triste y furioso conmigo mismo, culpable por haber nacido, y envidia por todos aquellos que crecieron rodeados de amor… como yo. 

Cuando regresamos al Centro de Investigación, ayudé al señor Shawn a instalarse en una de las habitaciones disponibles del 2do piso, después caminé de regreso a mi habitación, pero antes de poder atravesar mi puerta, Dalila apareció por la puerta del ascensor junto Leonardo y me pidió seguirla a su habitación.




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