Ojos Color Violeta.

Cap. 57: ¿Podría haber sido...?

Capítulo 57: Quien mejor guarda secretos, parte XX.

¿Podría haber sido...?

La señora Arley había muerto.

Cuando traté de contactarme con ella, no respondió mis llamadas, así que, envuelto en la preocupación, le pedí a Ale y a Katia que me llevaran a su casa. Al llegar, saqué una llave escondida en una maceta y recorrí cada una de las habitaciones del primer piso sin encontrar nada, luego subí las escaleras y de inmediato un asqueroso e intenso olor inundó mi nariz. Olía a muerte.

Me quedé pasmado cuando la vi recostada sobre su cama, sin color y rodeada de moscas, poco después Ale se paró a mi lado y me abrazó, fue entonces que me deshice en lágrimas. Yo la quería un montón, era como mi abuelita, una abuelita que de vez en cuando me hacía sentir vergüenza cuando me contaba sobre sus aventuras cuando era prostituta, y siempre me sorprendí del buen tino que tenía cuando lanzaba cosas para acomodarlas y siempre caían en su lugar, y era tan graciosa cuando no escuchaba bien lo que yo decía y siempre entendía algo con doble sentido. Siempre era divertido estar con ella, era la mejor abuelita del mundo.

Luego de organizar su funeral, prometí frente a su tumba que un día encontraría el lugar en donde Yanis Lizardi enterró a la única y verdadera amiga que ella hizo, Yannel, y le transmitiría en su lugar los sentimientos de agradecimiento y arrepentimiento que la señora Arley arrastró hasta los últimos días de su vida.

(Universo 3, 120 años desde el nacimiento de los hijos de Junuem)

A finales de abril del siguiente año, el Centro de Investigación se vio envuelto en el caos, alguien había colocado un virus en el sistema de seguridad del C.I., haciendo que a los Vestigios de REVENISH les fuese fácil conectarse a las computadoras que había en el primer piso subterráneo y así dejarnos un mensaje: «Reúnan a todos aquí en media hora, los Vestigios de REVENISH quieren hablar con ustedes». Luego de que todos corriéramos asustados a la sala de computación, nos acomodamos todos y cada uno de nosotros en una silla, de tal forma que pudiéramos ver la pantalla de la computadora donde se realizaría una vídeo llamada. 

Cuando dieron las 11:00 am, la cara de Melisa apareció en la pantalla de una computadora y comenzó a examinar rápidamente nuestras caras en busca de Dalila—. Hermanita, ¿podrías ponerte aquí enfrente para que te vea bien?

Dalila se levantó con su silla y se colocó hasta en enfrente, junto con su abuelo y el señor Alan.

No era la primera vez que veía a Dalila enojada, pero en ese momento me sentí muy intimidado por ella, tanto que no me atreví a mirarla directamente. Y en realidad, creo que todos estábamos abrumados por la sed de sangre que desprendía.

—Uhm~... creí que me gritarías envuelta en furia —dijo Melisa con tono despectivo—. Te has vuelto aburrida, ¿o es que has dejado de odiarme durante este tiempo que pasamos separadas? —Soltó una risa burlona—. ¿De verdad eres tan estúpida como para haberme perdonado?

—Por supuesto que no —gruñó Dalila.

—Bien… iré al grano. Mi papá me pidió que les trasmitiera un mensaje, quiere que hagan algo muy importante para él, pueden tomarlo como un favor para nosotros.

—¿Qué pasa si nos negamos? —preguntó el abuelo de Dalila.

—Vamos Ignacio, ni siquiera les he dicho qué quiere papá. Necesita que busquen a alguien.

—¿Solo eso? —cuestionó el señor Alan cruzándose de brazos.

Melisa sonrió y asintió— Sólo eso. Pero no se trata de cualquier persona, ¿han escuchado sobre la «Llave»? Necesitamos que la encuentren, seguro que Ignacio sabe algo. Encuéntrenla pronto, papá se está desesperando, pero aun así piensa darles un poco de tiempo, tienen 3 días, confía en ustedes y sabe que la encontrarán en ese plazo.

—¿Y si no la encontramos? —pregunté con preocupación.

Melisa me miró fijamente, se tomó su tiempo para examinarme de pies a cabeza, y me pareció notar alivio en su rostro—. Sabemos dónde están —, sonrió mientras apartaba su mirada de mí, aunque luego puso una cara tan seria como la de Dalila—. No queremos ir a una guerra, ¿verdad, Alan? —Cortó la videollamada.

—¿Qué hacemos? —preguntó Emily, haciendo lo posible por no entrar en pánico como algunos de nosotros lo estábamos haciendo.

—Vamos a pelear, ¿no? —comentó Hannia como si fuese algo obvio.

—En realidad, preferiría no tener que llegar a eso —confesó el abuelo de Dalila, arrugando las cejas con preocupación.

—Si fuéramos a pelear, lo mejor sería agarrarlos con la guardia baja —señaló el señor Alan—, pero no sólo estarán totalmente alerta, sino que además tienen una horrible ventaja sobre nosotros.

—¿Qué ventaja? —inquirieron los gemelos.

—Vendrán aquí a pelear —les recordó Dalila—, si las cosas salen mal y este lugar es destruido, no tendremos más un refugio dónde resguardarnos.

—Poniéndonos en la peor situación, podrían liberar a los presos y unir fuerzas con ellos —meditó Katia con terror.

—Pero las celdas están súper protegidas —dijo Aylin, intentando mantener la calma—, no hay forma de que ellos puedan acceder a ellas, ¿cierto?




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