Ojos Color Violeta.

Cap. 62: El corazón podido de su padre.

Capítulo 62: Quien mejor puede conocer el pasado, parte VI.

El corazón podrido de su papá.

Al principio, el papá de Meli solo entraba a la habitación en la que la mantenía encerrada para dejarle algo de comida, se quedaba esperando en la puerta, la observaba comer hasta que terminaba y luego volvía a cerrar la puerta; las otras ocasiones cuando llegaba a abrirse esa puerta, era cuando una sirvienta de confianza entraba a limpiar o para revisar que la salud de Meli no decayera demasiado. Meli trató de escapar en una de esas ocasiones cuando la sirvienta entró a limpiar, pero bastó solo aquella vez para que ella se diera cuenta que tratar de escapar era inútil. Cuando su papá decía que él era un monstruo, no lo decía en broma.

El señor Esteban tenía un extraño poder, la piel en sus manos se tornaba oscura, completamente negra, y sus dedos se endurecían y alargaban creando así unas afiladas e indestructibles garras, eran las manos de un monstruo, y sus pies, aunque no se transformaban en garras, se oscurecían un poco y le daban una increíble velocidad con la que pudo alcanzar a Meli en un segundo, entonces volvió a convertir sus manos en unas pálidas, delgadas y frías manos humanas, y con ellas atrapó a Meli y la arrastró de vuelta a la oscura habitación.

Meli le tuvo miedo a las manos monstruosas de su padre por algún tiempo, pero luego de que se diera cuenta de que el señor Esteban no tenía intención de utilizarlas con ella, el miedo que sintió hacia él disminuyó y dejó de intentar escapar, luego de eso, por alguna razón su papá comenzó a pasar días enteros con ella dentro de la habitación, ninguno de los dos decía nada, Meli se quedaba acurrucada en la esquina donde estaba el colchón donde dormía y se limitaba a mirar al hombre que se hallaba sentado en el suelo con la espalda recargada en el marco de la puerta medio abierta.

Y luego de unas semanas, el papá de Meli decidió hablarle.

Había días en los que abría la puerta, se sentaba como de costumbre en el marco de la puerta, se giraba hacia Meli y sonreía, o esa era la impresión que tenía Meli, pues la luz del exterior la cegaba y no le dejaba ver la cara de su papá, pero si ella cerraba los ojos, por la forma tan amable y hasta un poco alegre con la que él le hablaba, Meli pensaba que él estaba sonriendo.

—He estado pensando en decirle a la cocinera que prepare tu comida favorita —le comentó—. ¿Puedes decirme cuál es?

Meli lo meditó un momento, abrió los ojos y levantó la cara que hasta ese momento había mantenido oculta entre sus rodillas—. Filete… me gusta el filete de pescado…

—Ya veo —dijo con un tono alegre—. A mí también me gusta. Por cierto, está comenzando a hacer frío, ¿quieres que traiga más mantas?

Ella asintió—. Con una más está bien.

Días como esos le gustaban tanto a Meli que pensó que no le importaría estar encerrada ahí toda su vida si todos los días fuesen así, pero lo cierto era que no eran así siempre, había días en los que su papá abría la puerta con tanta fuerza y furia que ella despertaba asustada cuando ésta se azotaba contra la pared, y entonces sabía que tenía que prepararse para escuchar a su papá gritar.

—¿¡Por qué sigues con vida!? ¿¡No puedes morirte!? ¡No es como que alguien te necesite! ¡Así que muérete ya! —Entonces él se calmaba y se dejaba caer entre jadeos hasta que recuperaba el aliento—. El mundo es tan cruel. La pequeña Melisa también es cruel —decía mientras la volteaba a ver—, eres perversa y despiadada, pero está bien, eres mi hija, sería injusto si no fueras como yo, ¿cierto? Por eso… lo que le hiciste a tu hermana está bien… porque somos iguales.

—Somos iguales —repitió Meli en voz baja.

—¿Somos iguales…? ¡Te equivocas! —gritó con furia—. Yo soy necesitado, el mundo me necesita, ¡debo estar en este mundo, por eso nací! ¡Mi existencia tiene un propósito! ¡No soy igual que tú…! Tú no le importas a nadie. Seguro tu amada y admirada hermana te odia —dijo riendo—. Ignacio siempre la quiso más ella que a m… ti, más que a ti, así que también debe odiarte. Si no fuera por mí… ¡tu vida no tendría sentido!

Esos días, si bien no eran los favoritos de Meli, agradeció que existieran, porque en ellos pudo notar la debilidad en el corazón podrido de su papá, pues con el tiempo se dio cuenta de que las palabras más duras que él le dedicaba, en realidad se las estaba diciendo a él mismo, porque siempre parecía querer llorar cuando las decía.

A mediados de octubre, un amigo mío fue hospitalizado para que lo operaran de apendicitis, mi madre y la madre de mi amigo se sumergieron en una intensa conversación sobre lo mucho que desaprobaban los zapatos tan feos que utilizaba mi profesora, así que, sin poder pasar a ver a mi amigo, y aprovechando que mi madre no me estaba poniendo nada de atención, me alejé de ellas para explorar el hospital por mi cuenta.

Cuando me colé en el área de cuidados intensivos, miré con horror y miedo a las personas lastimadas de gravedad que pude llegar a ver ahí dentro, y ya cuando estaba por huir de ahí, noté que, al fondo de un pasillo, frente a la puerta abierta de una habitación, había una pequeña silueta que me resultó familia, y luego de acercarme unos pasos, confirmé que se trataba de Meli.

—¡Meli! —la llamé agitando mi brazo de un lado para otro para que me viera, estaba tan emocionado por volver a verla que estuve a punto de correr hacia ella con mi más amplia sonrisa, pero…




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